Reina de Castilla, reina de Aragón, condesa de Flandes, archiduquesa de Austria.
Juana de Castilla es uno de los personajes más conmovedores de la historia de España y de México. Porque no hay que olvidar que Juana fue la primera soberana de la Nueva España, ya que nuestro país fue descubierto, conquistado y evangelizado durante su reinado.
Juana de Castilla fue una reina sin corona. Una mujer apasionada cuya mayor falla fue amar hasta el delirio a un hombre que la colmó de injurias y afrentas. Una mujer que defendía el amor empecinadamente, en un momento en el que el amor no importaba. Fue también una víctima de los personajes que ansiaban el poder y la monarquía más poderosa de la época, España: su marido Felipe, llamado «el Hermoso», su padre Fernando el Católico y su propio hijo Carlos V.
La vida de Juana de Castilla se desarrolló en una época de cambios asombrosos: nuevas rutas marítimas surcaron misteriosos océanos, dando lugar a una creciente comunicación entre los pueblos de los distintos continentes; un mundo en expansión, un periodo histórico repleto de intrigas, conspiraciones, alianzas y guerras.
Juana nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479, tercera hija de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. La mayor, Isabel; el segundo, Juan, infante heredero, y sus dos hermanas menores, María y Catalina de Aragón.
Juana y sus hermanos pasaron su infancia viviendo en los palacios regios a los que llegaba la corte nómada de los reyes Isabel y Fernando, quienes estaban totalmente entregados a sus tareas de Estado: yendo de un lado a otro, tratando de pacificar el territorio en sus constantes guerras contra los musulmanes; presidiendo las cortes o promocionando empresas como el viaje de Colón. No sería muy arriesgado suponer que por las ausencias obligadas de sus padres Juana pudo haberse sentido triste y solitaria, aun entre sus hermanos.
Cuando tenía 15 años sus padres le informaron que se había negociado su matrimonio con el archiduque Felipe de Habsburgo, el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I, de la casa de Austria. En agosto de 1496, antes de cumplir los 17 años, se embarcó en una fortísima escuadra dispuesta por sus padres para su protección y resguardo con rumbo a Flandes. No hubo ni grandes festejos ni fiestas especiales, únicamente fue acompañada por la reina Isabel, que en el puerto de Laredo despidió a una criatura nerviosa y asustada que subía a un barco rumbo a un país nuevo y desconocido.
El archiduque Felipe el Hermoso le hacía honor a su apelativo: era un joven apenas un año mayor que Juana, sensual, mujeriego sin freno, ambicioso, pagado de su persona, altanero y egoísta; educado en una corte relajada en donde había mucha libertad para las relaciones amorosas que se practicaban sin mayores remilgos. Juana se enamoró de él desde el momento en que lo vio, con una pasión desaforada. Pero Felipe le fue infiel desde el principio y hacía alarde de esos engaños. Juana, loca de pasión, se dejaba arrastrar por la ira y los celos. Felipe, cansado de estas escenas, acabó por confinarla en sus habitaciones bajo llave, sin volver a tener contacto con ella. Juana, loca de amor.
Pero en 1501 llegaron noticias de España, Juana había heredado el trono debido a la muerte sucesiva de sus hermanos mayores —Juan en 1497, Isabel en 1500 al dar a luz al príncipe Miguel y después, en 1501, el mismo Miguel, quien en su momento también había sido designado heredero. Así, Juana debía acudir a Castilla para ser reconocida heredera tanto por las cortes de Castilla como por las de Aragón. La desmedida ambición de Felipe lo hizo volver a su esposa: ¡sería rey de Castilla! Ambos viajaron a Castilla y fueron reconocidos y jurados por las cortes. Pero Felipe —loco de alegría— tuvo que esperar.
En 1504 murió la reina Isabel, hecho que convertía a Juana en reina de Castilla y a Felipe en rey consorte. Éste se apresuró entonces a declararla «incapaz para gobernar». El monarca sería él. Así empezó una furiosa pugna por el poder entre Felipe el Hermoso y Fernando el Católico; lucha que terminó cuando Felipe murió súbitamente en 1506. Juana, loca de dolor.
A sus escasos 26 años, Juana no sólo era madre de cinco hijos —y otro que estaba por nacer—, sino que atravesaba por una inestabilidad emocional grave.
Fernando el Católico se hace nombrar regente de Castilla y recluye a su hija en la sombría fortaleza de Tordesillas, lugar donde nació la hija póstuma de Felipe en 1507. Fernando el Católico muere en 1516. Carlos, el hijo de Juana, es nombrado Carlos I de España y, tiempo después —en 1519—, se convierte también en el emperador Carlos V de Alemania, como consecuencia de la muerte de su abuelo paterno Maximiliano I de Habsburgo. El todopoderoso emperador mantiene a su madre en el cautiverio de Tordesillas.
Hay quienes sostienen la nebulosa tesis de que Juana se volvió loca solamente los últimos años de su vida, hecho que no resultaría extraño después de 48 años de aislamiento, dolor y soledad. Lo cual convenía a los intereses de su marido, de su padre y de su propio hijo. Juana loca de soledad, Juana loca de abandono, Juana loca de ausencias.
Juana de Castilla murió el 12 de abril de 1555, Viernes Santo. Más que Juana la Loca, podría ser llamada Juana «la Desventurada», Juana «la Desdichada».
Eugenia Jolly e Iturbide es una lectora prolija y memoriosa. Es historiadora por vocación y se ha dedicado en especial a estudiar la historia de las monarquías y sus personajes. Todo esto la convierte en una gran conversadora.