París, Francia, enero de 1810
Mis niños, pero ¡qué escándalo les tengo en esta ocasión! Fíjense que se ha producido el primer divorcio oficial del Imperio napoleónico y, ¿quiénes creen que son los divorciados? Pues el mismísimo emperador Napoleón Bonaparte, que según dicen, le exigió el divorcio a su ahora ex, Josefina, simple y sencillamente porque no le pudo dar hijos durante sus catorce años de matrimonio. Es triste, pero cierto, que un emperador debe tener descendencia.
La verdad, Napo, con todo y que es bien coqueto y ojoalegre, adora a Josefina; su relación ha sido de lo más extrema y tormentosa que se puedan imaginar. De hecho, mejor les cuento todita la vida de esta mujer, porque parece de telenovela.
Alealealejandro, Alealealejandro…
Hace 47 años nació en la pequeña isla de Martinica —y bajo el signo de Cáncer— una niña a la que sus padres llamaron Mary Josèph Rose Tascher de la Pagerie. La pequeña Rosa se crió como una salvaje en aquella isla, entre las cañas de azúcar de la plantación de su padre, pero a los 16 años viajó a París para casarse con un joven de 17 años, rico y miembro de la nobleza, es decir, un partidazo. Él se llamaba Alejandro de Beauharnais.
Josefina llegó a la capital francesa toda provinciana e ignorante, por lo que el exquisito de su marido la despreciaba, aunque sin negar que la «mugrosita» estaba de muy buen ver. De cualquier manera, Alex tenía un montón de amantes y maltrataba psicológicamente a su pobre esposa, hasta el punto de que en su segundo embarazo, como la nena fue sietemesina, la acusó de que no era hija suya y la mandó a recluir en un convento, lo que, más que perjudicar a Josefina, la favoreció: ahí hizo muchas amigas y aprendió a leer y escribir sin faltas de ortografía, así como buenos modales y a comportarse con finura en la alta sociedad. Por si fuera poco, decidió liberarse y solicitó la separación de Beauharnais —alegando que él la trataba horrible—, y la custodia de sus dos hijitos.
Se armaron los francesazos
Los esposos vivieron separados hasta los tiempos de la Revolución francesa, cuando muchos miembros de la nobleza fueron encarcelados y condenados a muerte. Josefina, quien vivía nuevamente en París, se convirtió en una figura importante, luchando por la liberación de muchos de sus amigos, hasta que ella misma fue encarcelada en la prisión de Carmes, en donde, al más puro estilo melodramático, se reencontró con Alejandro. Pero su antiguo y tormentoso amor se había transformado en plácida amistad, por lo que fue traumático para Josefina el ver cómo se llevaban al que había sido su marido a la guillotina, sólo cinco días antes del fin del reinado del Terror de Robespierre.
Entró en escena el chaparro
Josefina sí quedó libre, pero muchos meses tuvieron que pasar para que recuperara la salud física y mental, ya que en la cárcel había visto una enorme cantidad de vejaciones, enfermedades y muerte, sobre todo, mucha muerte. Poco a poco recuperó las riendas de su existencia, volvió a ver a su viejo amigo Paul Barras y a más amigas y admiradores, entre los que se encontraba un joven general seis años menor que ella. Se trataba de Napoleón Bonaparte, quien se enamoró de Josefina de tal manera que no dejó de insistir hasta conquistarla y casarse con ella.
La relación tuvo sus altibajos, pues ambos eran celosos y apasionados. Cuando estaba de viaje, Napoleón le mandaba espeluznantes cartas a Josefina, donde pasaba del odio al amor en sólo un par de párrafos. Cuando se convirtió en emperador de Francia, Bonaparte se encargó de coronarse a sí mismo y a Josefina, sembrando el escándalo entre los galos conservadores.
Todo se derrumbó
Ahora todo ha terminado. Josefina quiso mucho a Napoleón, con todo y que aquél le puso el cuerno con varias chicas, ¡y hasta tuvo un hijo de una de ellas! Se rumora que el emperador se casará muy pronto con una dama de la nobleza europea que tendrá la misión de procrear con él los hijos que Dios les dé, y mientras más, mejor.
Por su parte, la repudiada Jose se retirará al Castillo de Malmaison, donde se dedicará a embellecer sus jardines y hacer inventario de sus cientos de vestidos y zapatos. La historia de novela no termina con el tradicional «fueron felices por siempre», pero la protagonista recibirá una generosa pensión vitalicia por parte de su exmarido. Colorín colorado y…
Au revoir!