Aunque en el imaginario colectivo persista la idea de que Jesús nació en un establo —entre mulas y vacas—, en el Nuevo Testamento ningún evangelista menciona tal cosa.
El pesebre
San Lucas, en su Evangelio, refiere que: «…le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue», lo cual indica que nació en el lugar donde María y José se encontraban alojados debido al empadronamiento que, según las sagradas escrituras, ordenó César Augusto en aquella época —aunque en los registros del Imperio Romano no hay evidencias de tal edicto.
En el siglo VII, el papa Teodoro I hizo traer de Belén «los restos del pesebre que resguardó al niño Jesús», mismos que se custodiaron en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Desde entonces y durante la Edad Media, el pesebre se hizo indispensable en todas las iglesias, abadías y catedrales en Navidad.
Por otro lado, desde el siglo X se hacían representaciones del alumbramiento de Jesús, que sirvieron de catequesis visual para los iletrados fieles del Medioevo. Como éstas suscitaron varias agresiones hacia el intérprete de San José, en 1207 el papa Inocencio III prohibió las escenificaciones dentro de los templos, y los actores fueron sustituidos por figuras inmóviles.
Según la tradición, en 1223 San Francisco de Asís instaló el primer Nacimiento, en el que montó una escena con una mula, un buey y un pesebre sólo con paja; tradicionalmente el buey representa la paciencia, y la mula, la humildad y el espíritu de servicio. Estos elementos fueron tomados de una errónea interpretación del pasaje bíblico de Isaías 1:3, así como del evangelio apócrifo del pseudoMateo.