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James Cook navegó por Venus

por Arturo Gallegos García

Es increíble cómo han evolucionado las cosas, por ejemplo: ahora podemos deleitarnos con fotografías bellísimas de planetas y galaxias lejanas e incluso presenciar en vivo detonaciones de bombas en asteroides o amartizajes de rovers. Pues antes de que la tecnología nos pudiera facilitar esta clase de privilegios, los astrónomos de antaño hicieron hazañas realmente astronómicas con tal de descubrir y entender el cosmos.

La estrella más brillante

Pues uno de los primeros astros en ser ubicados —y hasta adorados— fue nuestro planeta gemelo y más caliente: Venus. Hayan sido babilonios, chinos, griegos o mayas, Venus siempre nos ha llamado la atención, probablemente porque se trata de un planeta y no de una estrella, la primera en aparecer al atardecer y la última en desaparecer al amanecer.

Resulta que el característico «brillo» de Venus se debe por la absurda cantidad de gases de efecto invernadero que abundan en su atmósfera, en especial el dióxido de carbono —96%—, los cuales reflejan los rayos del Sol. Otros datos curiosos venusianos: es el único planeta que rota en sentido de las manecillas del reloj —retrógrado—, se tarda más en girar sobre su propio eje que darle una vuelta al Sol, su temperatura máxima ha llegado hasta los 500 °C y tiene un diámetro de 12,103.6 km —la Tierra le saca 600 y pico kilómetros más, por eso se dice que son planetas gemelos.

Los «planetas gemelos» del Sistema Solar

Lo que sea por la ciencia

Pues antes de que supiéramos todas estas características de Venus, en pleno siglo XVIII sólo se sabía que este planeta estaba más cerca del Sol y que por eso, muy pocas veces, se podía observar un tránsito —el paso de un objeto por delante de otro, que no llega a eclipsar—. Para comprender la necesidad de la comunidad científica de la época para observar este fenómeno, más allá de sus limitantes tecnológicas, un tránsito de Venus se repite cada 243 años. En realidad se trata un movimiento doble con una diferencia de 8 años entre tránsitos y luego esperar los más de dos siglos para volverlo a observar —los últimos fueron en 2004 y 2012, así que ya bailamos.

Gracias a los cálculos de Edmund Halley —sí, el mismo que observó al cometa y que lleva su apellido en su honor— hechos en 1716, se supieron elegir los mejores lugares en la Tierra para observar tan ansiado fenómeno: desde Noruega, la bahía del Hudson —Canadá— hasta las Islas Molucas —Indonesia—. Pues la Royal Society no dudó ni un segundo más para comisionar esta misión astronómica, con el permiso del rey Jorge III, tanto para el primero en 1761 como para el segundo en 1769.

Con ustedes, James Cook

Ni con 120 científicos repartidos en varios puntos del planeta —Calcuta, Cabo Buena Esperanza o Sibiera— se pudo recabar buena información para el tránsito de 1761, principalmente por las malas condiciones climáticas. Por lo que para el siguiente, se encomendó al teniente James Cook, también un astrónomo decente, que comandara la misión en la recién descubierta Tahití, a bordo del HMS Endeavour.

Una vez en la isla, Cook repartió en tres a la tripulación para que hubiera más observadores y se pudiera sintetizar mejor la observación del fenómeno —el cual dura entre 5 y 8 horas—. En la bahía de Matavay, al noroeste de la isla, se instaló Cook junto con Daniel Solander y Charles Green, mientras que envió a Zachary Hickes a la costa este de la isla y a John Gore a otra isla aledaña —Moorea.

Los buques británicos Resolution y Adventure, en la bahía de Matavay —Tahití—, durante la segunda expedición de Cook en 1776. Pintura de William Hodges

Veredicto

La misión fue un fracaso en ojos de la Royal Society. En gran medida se debió al efecto de la gota negra, un fenómeno óptico visible en los tránsitos de Venus —y en menor medida con los de Mercurio— en el que se aprecia que la parte de la sombra del planeta que toca al Sol se «desparrama». Para acabarla de chingar y no desprestigiar el esfuerzo de Cook, la Royal Society le echó la culpa a los cálculos hechos por Green, quien murió en el viaje de regreso en 1771. No en vano Cook se las hizo de jamón, argumentando que se fueron por la fácil porque Green no pudo defender sus datos obtenidos.

Sin embargo, si hay algo que sabemos que le encanta al Reino Unido es el imperialismo y la expansión. La «verdadera» misión no fue la observación del tránsito sino la de encontrar al mítico —en ese entonces— continente del sur. Así fue como James Cook se la pasó en barco casi toda su vida encontrando las chorromil islitas del Pacífico y cartografiar la costa oriental de Australia —«Nueva Gales».

Bocetos del efecto de la gota negra durante el tránsito de Venus, hechos por Cook —arriba— y Green —abajo—

Moraleja

Aunque en su momento se le catalogó como un fracaso, los tránsitos de Venus en el siglo XVIII fueron un claro ejemplo de que la búsqueda del conocimiento no distingue nacionalidades. Para esta época, británicos y franceses se estaban partiendo la mandarina en gajos, y estos últimos ordenaron no hacerle nada al Endeavour en lo que llegaba a Tahití.

Además, el científico Thomas Honrsby aprovechó los tránsitos para calcular la distancia entre el Sol y la Tierra —la Unidad Astronómica—, basándose en el paralaje, es decir, la desviación angular de la posición aparente de un objeto. Su resultado fue de 150’838,824 km que, a comparación del valor real bien calculado de 149’596,571.5 km, tuvo si acaso 1% de error. En otras palabras, podemos decir que sí fue un éxito aquel tránsito venusiano y que culminó con el descubrimiento de más tierra para colonizar. En fin, británicos…

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