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Infidelidad -saber o no saber, de eso se trata-

En esta ocasión hablaremos acerca de la infidelidad, pero iremos un poco más allá de etiquetarla como algo bueno o malo —el pecado—; ponerle nombre y apellido.

¿Qué es más noble? ¿Permanecer impasible ante los avatares de una fortuna adversa o afrontar los peligros de un turbulento mar y, desafiándolos, terminar con todo de una vez? Morir es… dormir… Nada más.
William Shakespeare, Hamlet

En esta ocasión hablaremos acerca de la infidelidad, pero iremos un poco más allá de etiquetarla como algo bueno o malo —el pecado—; ponerle nombre y apellido: que si se hace por narcisismo, venganza, desenamoramiento, soledad, necesidad de amor, crisis de la edad madura o inmadura; que si tiene como fin provocar celos o es una simple aventura o fantasía de quererse sentir el todasmías o todosmíos.

Existen también interpretaciones de «fracasé, soy indigno de ser amado». No faltará el que le busque ciencia biológica, diciendo que es por orígenes adaptativos o por simple contribución genética. Las connotaciones capitalistas no pueden faltar: «La infidelidad es el resultado de las condiciones sociales e históricas que legitiman o prohíben las relaciones monogámicas o poligámicas» —Marx—, o «La mujer pasa a ser propiedad privada del hombre. La infidelidad femenina es vista con desprecio e incluso castigada, mientras que la infidelidad masculina puede ser incluso un derecho obvio» —Engels.

Cualquier análisis puede ser válido, hasta el microeconómico, donde lo podemos poner en representación 2 + 2 = 4 y tantán: «El sujeto infiel, que mantiene una relación ilegal o informal, en contraposición a una legal, oficial o principal, oscila de una relación a otra dependiendo de la satisfacción sexual y emocional obtenida en cada una. Es decir, a medida que el beneficio disminuye y el costo aumenta en la pareja legal, se recurre a la ilegal, y cuando la calidad de ésta decrece se vuelve a la principal. Persiguiendo así el máximo de beneficios». [Aplauso].

En fin, que nos podemos enfangar justificando o inculpando al infiel. Pero también debemos darnos cuenta de que vivir en esta situación, desde el punto de la persona engañada no es el único, porque también se puede ser el amante, el infiel o tener todos los roles en diferentes etapas de nuestra vida, incluso simultáneamente. Y digo, si nos hemos de enlodar, por lo menos que sea con una nueva perspectiva a este tema. La posición que tomaremos no tiene que ver con el Kamasutra —ojalá así fuera, en lugar de estar aquí poniendo limón [chile piquín y talarle para luego «curarnos» con tintura de yodo] en la llaga—. La pregunta es: en el supuesto de que le sean a uno infiel, ¿queremos enterarnos o no?

Ahora bien, estamos hablando de infidelidad en el concepto de traición, es decir, en donde se rompe un contrato de exclusividad sexual o amorosa. Si bien los swingers u otro tipo de relaciones no monogámicas tienen su propio código al respecto, suponemos debe existir un contrato en el que se manifiesten ciertos límites, los cuales no deben ser rebasados. En toda relación hay cosas prohibidas y cosas permitidas.

Por desgracia este contrato, por lo menos del lado de los monógamos, que es de lo que sé, no siempre se pone sobre la mesa, sino que se da por hecho: «a mí en mi casa, parroquia, escuela, amigos, películas me enseñaron que debo tener una pareja, serle fiel y ella a mí». Y se cree que es suficiente pensar que la pareja lo da por hecho…, pero ya me estoy saliendo del tema, así que tratando de dejar todo este lastre a un lado y llegar al meollo del asunto, debo exhibir mi postura ante la pregunta: «¿quiero enterarme o no de la infidelidad de mi pareja?». Para mí, ahora es fácil contestarla, y la respuesta es NO, no quiero enterarme, y aquí mis razones:

  • La experiencia me ha enseñado que los celos son una de las torturas más grandes del mundo.
  • El daño al ego es casi irreparable.
  • La confianza se pierde, por desgracia, no sólo con el traidor, sino con todos los de su género.
  • Superar esto y no arrastrar el conflicto con uno y escupírselo al siguiente en turno es muy difícil.
  • El peor de los infiernos en vida son los celos.
  • Saberse traicionado nos desquicia, perdemos la cordura, se nos revienta la cara de fiebre.
  • Los celos son lo más parecido al infierno.
  • Y no sé si ya lo mencioné o no fui claro, pero sentir celos enfermos de amor es lo peor que le puede pasar a uno en la vida.

Luego entonces, para qué se quiere enterar uno si nada más va a sufrir. Por supuesto, no faltará la persona que salte a espetar: «Pues yo prefiero vivir adolorida que engañada», «a mí nadie [es más, nadien] me ve la cara de estúpido»; por otro lado: «yo jamás haría esa canallada» [se se se se se…]. En fin, yo voto por no enterarme.1 Porque el día que eso suceda, no serán siete plagas las que arrasarán al mundo, sino trece, y morirán los primogénitos varones durante siete generaciones; el Sol abrasará las cosechas y no habrá mujer fértil que camine sobre la tierra. Tal será el horror vivido, que los cuatro jinetes perderán el color y desviarán el rumbo para huir de mi furia.

Ante tal anotación, es oportuno aclarar lo siguiente: no querer saber, no significa dejar pasar el atropello, y por eso insisto, y a la sabia voz popular me arrimo: «Ojos que no ven…» Y por esta otra razón me inclino por la opción «no deseo darme cuenta»; por supuesto que no ser «engañado» es el ideal, pero la carne es débil2 Pero no se agüiten si flaquean, porque hasta los mismísimos *Rolins tienen retequetejarta simpatía por el devil. Aunque tengan faltas de ortografía, se les quiere, pos qué caray. , y luego sucede lo que el compadre Juanga afirma: «no cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor». Así pues, ésa es mi razón y mi juicio.
Es momento de dejar esto aquí para que ustedes opinen.

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