Cuenta la historia que, tras lograr una de las hazañas que más anhelaba de la Segunda Guerra Mundial —la ocupación de París—, Adolf Hitler visitó la capital el 28 de Junio de 1940 en compañía del escultor Arno Breker y los arquitectos Albert Speer y Herman Geisler. Se dice que su estancia en el lugar se inició a las cinco y media de la mañana y duró sólo tres horas.
Existen algunos mitos que rodean la visita de Hitler aquella mañana. Uno de ellos dice que el Führer quiso subir a la torre Eiffel, pero la résistance cortó los cables de los ascensores y esto le impidió el acceso: ¡Si quieres subir, por las escaleras!
Sin embargo, Albert Speer, en su libro de memorias del Tercer Reich, relata las paradas turísticas que realizó con Hitler aquel día; la primera visita que hicieron fue a uno de los edificios más emblemáticos de París y uno de los más admirados por el Führer: la Ópera de Garnier. La segunda parada fue en los Campos Elíseos, la Madeleine, el Trocadero, la Torre Eiffel —donde se tomaron la famosa fotografía—, entre otros.
Se dice que después de ver el Arco del Triunfo con el monumento al Soldado Desconocido, Hitler y su séquito se dirigieron a Los Inválidos, donde el Führer contempló en silencio la tumba de Napoleón para luego declarar que ese momento estaba siendo el más bello de su vida.
El tour finalizó en Sacre Coeur en Montmatre. Hitler, cual turista emocionado, le confesó a su arquitecto, entrañable: «Poder ver París ha sido el sueño de toda mi vida. No puedo expresar todo lo feliz que soy al ver cumplido hoy este deseo». A partir de ese momento, Hitler y Speer entraron en un «estado de éxtasis», como el propio Speer lo calificó.