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Hannah Arendt, casada y enamorada… ¡de otro!

por Madame Currutaca

«Nadie aprecia jamás cómo es la experimentación consigo mismo. Por esa circunstancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo, cierran nuestro crecimiento, inhibiendo y torciendo la providencia de Ser.»

Martin Heidegger, carta de amor a Hannah Arendt

Berlín, Alemania, octubre de 1929

Pues, chicos, que a estos filósofos yo no los entiendo na-da de na-da. Ando de paso por la histórica capital de Alemania, y lo primero que me cuentan es que la lumbrera de la filosofía Hannah Arendt, de 23 años, ¡se acaba de casar!, con un compañero de la escuela llamado Günther Stern.

Esto está muy bien. Ambos habían causado un poco de escandalillo cuando se fueron a vivir juntos sin casarse —ya se sabe que en los tiempos que corren la unión libre no es muy bien vista—, pero ahora que han formalizado la relación por medio del sacrosanto vínculo del matrimonio, acallaron las habladurías.

Pero, hijos míos, lo que pocos quieren decir, y mucho menos en voz alta, es que… ¡oh, queridos!, hay todo un enredo filosófico-amoroso detrás de este matrimonio. Déjenme remontarme unos años en el tiempo, a la época en la que Hannah y su nuevo marido eran estudiantes de la prestigiosa Universidad de Marburgo. En aquellos tiempos —hará unos cinco años—, Hannah ni pelaba a Günther, porque tuvo como profesor a la vaca sagrada de la filosofía: Martin Heidegger.

Hannah, joven e inexperta, se enamoró del profesor —17 años mayor que ella—. Pero eso no es todo: ¡él le correspondió! Y eso que Martin es casado. Pero la edad y el estado civil no eran las únicas barreras, pues mientras que él es alemán de cepa pura, y su mujer, casi militante del partido nazi, Hannah es de origen judío. La verdad, se dice que los nazis son bastante racistas y detestan especialmente a los hebreos, así que, por donde le vean, la estudiante y su maestro eran como el agua y el aceite.

Sin embargo, y tal vez por todos estos obstáculos, entablaron una relación amorosa de manera muy discreta. A Heidegger le llamaron la atención la juventud, lucidez e inteligencia de Hannah y a ella, la madurez y el enorme aparato intelectual de Martin. Dicen que se escribieron unas cartas verdaderamente apasionadas, llenas de unos rollos filosóficos bien densos.

El caso es que llegó un momento en que ella, harta de tanto andar a escondidas, le pidió a su amante secreto que dejara a su mujer para irse con ella, él se negó y al no tener arreglo alguno su situación, la Arendt se fue huyendo de la universidad hacia Friburgo, donde se hizo discípula de otro grande de la filosofía: Edmund Husserl. Finalmente se doctoró —en filosofía, por supuesto— y reside con su flamante marido en Berlín.

Ahora dicen que si Hanna se casó con Günther no fue porque lo quisiera, sino por despecho, al no poder seguir su affaire con Heidegger. Ay, Hannitah, no cabe duda de que hasta la más lista se pone mensa cuando se enamora. Por ahora Günther te ama, pero quién sabe cuánto aguantará que tú sigas suspirando por otro.

Au revoir!

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