La inspiración le llega a cualquiera en lugares inesperados; así, de pronto, un individuo común y corriente se vuelve escritor y la necesidad de plasmar sus pensamientos lo abruma. Igual de inesperado es encontrarse con algún instrumento para escribir mientras se está en la desasimilación de los alimentos, pero si sucede, es imposible dejar de anotar eso que la musa dicta.
De esta destacada práctica nació un registro significativo que Armando Jiménez tuvo a bien incluir en su Picardía Mexicana (1960), y que nosotros rescatamos aquí en Algarabía para ustedes, futuros o ya asiduos escritores de baños.