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Fumaderos de opio: refugios ante lo inevitable

Para entender mejor la frase de Marx, «La religión es el opio del pueblo», hay que saber del opio.

Aunque el uso del opio se registra desde miles de años atrás, el contrabando que los británicos iniciaron en China durante el siglo XIX masificó su consumo en las principales ciudades de Occidente, provocando la apertura de establecimientos donde se vendía y fumaba este narcótico de creciente demanda.

La historia del gran monopolio

Desde el año 1600, el era el principal recurso que la Compañía de las Indias Orientales1 importaba, liderando el monopolio global. Esta popular infusión sólo podía adquirirse en China, región donde los ingleses compraban, además, seda, porcelana y especias, pero no lograban vender algún bien de interés para el gran imperio oriental. En 1794, cuando Lord Macartney regresó derrotado en su intento de establecer lazos comerciales con la dinastía Qing, regidora en China, se hizo evidente que un mercado bilateral sería imposible. 

Si bien la Guerra de los Siete Años había acabado con las posibilidades económicas de Francia —su principal competidor por el mercado del té—, con la independencia de los EE. UU., reconocida en 1783, los ingleses se enfrentaron a un nuevo rival. La Compañía de las Indias duplicó sus importaciones de té para superar en volumen de compras a los estadounidenses, lo que afectó negativamente a su balanza de pagos. Había un inconveniente más: los chinos sólo cobraban en plata y la economía inglesa estaba en quiebra.

Para 1839, el opio se había convertido en la principal herramienta de un sistema de intercambio global que financiaba las deudas públicas de la India Británica.

El «paraíso» de los opiáceos

La palabra opio viene del griego ὄπιον, ópion, ‘jugo’, ya que se obtiene al extraer el zumo amargo y maloliente del fruto de la flor de amapola. Sus múltiples virtudes provienen de sus ingredientes activos: la morfina y la codeína, que actúan como sedantes en el sistema nervioso central.

Culturas tan antiguas como los sumerios y los egipcios lo usaron de forma recreativa y como remedio medicinal; los árabes lo consumían como «euforizante», sin estigma alguno; los cruzados medievales lo consideraban un excelente relajante y analgésico tras las batallas; en la India se le llamaba «la miel de la guerra», pues permitía a los soldados soportar los constantes conflictos bélicos. Incluso el médico galés John Jones (1645-1709) aseguraba que el opio «previene y quita el miedo, las angustias, el mal genio y el desasosiego». Poco se sabía por entonces que los opiáceos son sustancias adictivas, y su uso descontrolado, incluso con propósitos medicinales, suele terminar en graves dependencias o en la muerte.

Opio por té

Buscando conservar el monopolio del té, los comerciantes ingleses comenzaron a importar de la India —con el apoyo de la Reina Victoria I— grandes cantidades de opio para introducirlas en China. Aunque esta droga ya se conocía en el Oriente, la amplia distribución y costos que proveían los británicos provocó que, en poco tiempo, el número de adictos aumentara de forma considerable, causando preocupación entre las autoridades cuando las «buenas familias» comenzaron a verse afectadas.

En 1829, el emperador Daoguang —que gobernó China entre 1820 y 1850— prohibió la comercialización del opio, ordenando la destrucción de más de 20 mil cajas que contenían esta droga, para luego establecer la pena de muerte para contrabandistas y dueños de fumaderos. 

A pesar de las advertencias, Inglaterra no sólo vendía opio por todas partes, sino que lo intercambiaban por té y obras de arte antiguas con tal éxito que, para 1836, ya había logrado equilibrar su balanza de pagos. Incluso se aliaron con los estadounidenses, dándoles acceso a la producción del opio —y al mercado de adictos chinos— a cambio de su algodón.

¡Pelea, pelea, pelea!

Debido a los constantes esfuerzos del gobierno chino por imponer la ley, ocurrieron dos conflictos bélicos entre los países en cuestión. En la Primera Guerra del Opio —de 1839 a 1842—, unos 4 mil hombres a bordo de 40 veleros de la Armada inglesa atacaron las costas de Guangdong:2 los cañonazos británicos amenazaban el poderío de una China celosa de sus tierras y riquezas. Tras la victoria de los británicos, las autoridades chinas se vieron obligadas a firmar el Tratado de Nanjing, en el que entregaban el territorio de Hong Kong —que «recuperarían» hasta 1997— y abrían sus cinco puertos más importantes, brindando mayor libertad a los comerciantes ingleses.


La Segunda Guerra del Opio —de 1856 a 1860— concluyó con otra victoria para los británicos. La dinastía Qing se había debilitado tanto que la corrupción de su aristocracia y la explosión demográfica ponían en peligro el poder imperial. Pronto, la balanza de pagos se inclinó hacia Occidente: las transacciones comerciales de bienes, servicios y capitales de las potencias extranjeras —el Imperio británico, Francia, España, los EE. UU., entre otros— se incrementaron, lo que limitaba las acciones y decisiones de China, obligada a tolerar el comercio de opio.

Pipas, lámparas y adornos

A mediados del siglo XIX se popularizó el madak, una mezcla de opio y tabaco que se fumaba en pipas de bambú.
El consumo recreativo pasó a ser más habitual: los fumaderos pensados para la burguesía se adornaban lujosamente y contaban con asistentes femeninas que preparaban tuberías y lámparas especializadas para el consumo, creando una experiencia más agradable para los clientes que, reclinados en ornamentados divanes, sostenían sus largas pipas sobre lámparas de aceite que calentaban el narcótico hasta vaporizarlo. En cambio, los establecimientos destinados a la clase trabajadora eran lugares sucios y vigilados por la policía, pues se temía que fueran cuna de conspiradores.


Al poco tiempo, cientos de fumaderos abrieron sus puertas al público en los barrios chinos de Norteamérica, Francia e incluso Inglaterra; construcciones perdidas en barrios bajos, repletas de colchones mugrientos donde los adictos buscaban «comprar el olvido y destruir el recuerdo de los antiguos pecados con el frenesí de los recién conocidos», según decía Oscar Wilde. Fueron muchas las figuras del arte y la cultura que cayeron bajo los encantos narcóticos —De Quincey, Rimbaud y Baudelaire, por mencionar algunos—, particularmente del láudano, una mezcla de opio y vino.

Fuera de la realidad

En los fumaderos el tiempo pasaba lento, muy lento: los clientes se envolvían con cómodas frazadas, el humo recorría sus rostros hasta desaparecer y las miradas perdidas abundaban mucho más que las palabras. Por momentos la vida parecía maravillosa y todo se volvía importante. El fumar opio representaba para muchos la ocasión perfecta para olvidarse de sí mismos y maldecir ante un destino desde siempre inevitable. Afuera, en la calle, la vida pasaba sin prisas ni demoras. Adentro, en el fumadero, poco se sabía de lo que ocurría tras los ventanales. Todo se reducía al humo que se fabricaba al interior de las pipas. Así de pequeño era el mundo dentro de un fumadero.

***

1 Compañía formada por un grupo de empresarios ingleses para dedicarse al comercio con las diferentes regiones de lo que hoy se conoce como Asia. 
2 Provincia situada en el sur de China.

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