Me acuerdo perfectamente de la tía Cuquita, con sus gustos extravagantes, sus extrañas costumbres y sus palabras, que, más que raras estaban, si no extintas, a punto de desaparecer. Una de ellas era precisamente, friolera. «Cuando tu bisabuelo Bonifacio feneció, tenía la friolera de 82 años», decía. Y yo no entendía si el bisabuelo tenía pocos o muchos años, o si los había pasado con frío.
Es curioso que nuestro DEM defina a este anciano término únicamente como —sustantivo femenino—: «Gran cantidad de alguna cosa», pues lo cierto es que, en origen, fue considerado precisamente lo opuesto.
Del latín… pero vulgar
El señor Corominas, en su diccionario etimológico, nos cuenta la evolución: friolera tiene que ver con frío; proviene de frior, un término del español antiguo que se originó en el latín vulgar, el cual, influido por el árabe, resultó en una palabra para calificar a alguien sin gracia, sin chiste, y que se usó bastante durante el Siglo de Oro español.
Por tanto, friolera calificaba a un «dicho o hecho sin gracia», a una «cosa sin importancia», a una bagatela. El DRAE , en su cuarta acepción, lo designa como un término antiguo que significa «frialdad, cosa falta de gracia». Y hay aún otras definiciones de la Real Academia que nos esclarecen el contexto en que algunos pronuncian todavía esta arcaica palabra: se usa de manera irónica para hablar de una gran cantidad de algo, principalmente dinero, y es también la antífrasis de una «cosa de poca monta o importancia».
Y bueno, quitando la primera acepción del DRAE—«muy sensible al frío»—, los mexicanos podemos resucitar esta vieja palabra para referirnos, por ejemplo, a la friolera de sueldo de cualquier funcionario público —de presidente municipal para arriba—, aunque en México, ciertamente, lo hacemos sin ironía y muy en serio.
Lo que aún no me queda claro es si cuando la tía Cuquita hablaba de la edad del bisabuelo, 82 años le parecerían realmente muchos o si lo decía irónicamente, porque lo que es ella, se murió a los 102.