En 1931 el Instituto de Cooperación Intelectual —organismo predecesor de la UNESCO— invitó a Albert Einstein a intercambiar ideas sobre la paz con otro pensador de una disciplina distinta a la suya. El físico eligió a Sigmund Freud, a quien admiraba a pesar de su escepticismo ante el psicoanálisis. Ambos intercambiaron varias cartas que se publicaron en 1933, después de que Hitler los exiliara. He aquí dos fragmentos de esta correspondencia.
Abril, 1931
En verdad admiro su pasión por encontrar la verdad, una pasión que ha dominado todos los aspectos de su pensamiento. Sus argumentos tan convincentes ponen de manifiesto su gran devoción por la gran meta de la liberación interna y externa de los males de la guerra. Ésta fue una profunda esperanza en todos aquellos que han sido reconocidos como líderes espirituales más allá de los límites de su época o nación, desde Jesús hasta Goethe o Kant. ¿No es acaso significativo que estos hombres sean universalmente reconocidos como líderes a pesar de que su deseo de cambiar el curso de los asuntos humanos haya sido tan poco efectivo?
Albert Einstein
–Conoce también la postura de Freud ante la muerte–
Septiembre, 1931
¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que el resto de la gente se vuelva pacifista? Es imposible decirlo, pero quizá no es quimérico pensar que nuestra esperanza en dos factores —la disposición cultural del hombre y un temor fundado en cómo serán las guerras futuras— podría servir para terminar con las guerras en un futuro cercano. Mientras tanto podemos asegurar que aquello que impulsa el desarrollo cultural está también trabajando en contra de la guerra.
Sigmund Freud