Todo empezó al leer en las páginas de un libro de Isabel Allende el siguiente texto: «Después de 60 páginas de pasión ardiente […] la doncella esdrújula es desflorada por el varón metálico en una atrevida escena final».1
Y siguió cuando, sorprendida, me encontré con algo similar en otra de sus novelas: «Él la toma en sus metálicos brazos y ella suspira esdrújulamente, ambos arrebatados por la pasión».2
Esdrújula… «¿Qué significa realmente esa palabra? ¿De dónde surge?», pensé. El uso de ese adjetivo, en esa forma tan inusual, fue lo que no lo dejó pasar inadvertido. Detengo mi lectura y emprendo mis pesquisas para desentrañar esa palabra ligada hasta entonces, irremediablemente, a la gramática y a la acentuación.
Vienen a mi mente, a borbotones, los recuerdos y las asociaciones: acento proviene de ad cantus, esa entonación en las palabras para darles una musicalidad, apenas perceptible para muchos, y que hace que los sentidos de una combinación determinada de letras se dispersen hasta convertirse en ofensas o, en el mejor de los casos, enviejos chistes —recuérdese por favor aquello del error entre la pérdida de tu madre y la perdida…
Luego el tríptico de opciones: palabras agudas, graves y esdrújulas, según el lugar donde esté colocada la elevación tonal, a la que se le llama acento prosódico —del griego προσωδικοζ /prosodikós/, palabra evidentemente relacionada con ωδη /odé/, que significa «canto»—. ¡Uf! ¡Las definiciones gramaticales!
Acento y prosódico, entonces, nos llevan de nuevo al sonido. Agudo y grave también se ligan fácilmente a lo sónico, a los tonos, al canto oculto en la palabra acento, en la palabra prosódico; pero, ¿esdrújula? ¿Qué otra connotación tiene esta palabra que una autora, conocedora de la riqueza y la flexibilidad de su lengua materna, liberó de su aparente único oficio como acompañante servil del acento?
Los diccionarios etimológicos nos dicen: esdrújulo, «del latín exderotiollare, llegó al español a través del italiano sdrucciolare, “resbalar”, “caer”». Y yo añado que fue compuesta a partir de rotiollare y ésta, a su vez, del diminutivo rotula,3 del vocablo latino rota, «rueda», que se relaciona con rotare, «rodar». En la canción Piedras rodantes de Álex Lora —ésa que dice: «Las piedras rodando se encuentran…»— puedo identificar la relación semántica, pero, ¿en la paradigmática palabra esdrújula?
Las palabras esdrújulas,4 ¿se llaman así porque hacen resbalar el acento casi hasta la última sílaba posible? ¿Y dónde quedó la alusión tonal, sonora, a la que aluden sus contrapartes agudas y graves? Y la doncella esdrújula de Isabel Allende, ¿lo era por dejar que su destino resbalara hasta el lecho de su metálico varón? ¡Vaya eufemismo para no decirle «resbalosa»!
Ojalá que algún día el mundo, que es «redondo y rueda», como dijo Bécquer, gire de tal manera que pueda disipar esta duda en mis averiguaciones etimológicas y, ¿por qué no?, pueda descubrir, «de pasada», a qué se refiere la autora chilena con esa extravagante tríada: la fémina de actitud esdrújula fundida a la metálica virilidad de su amante por el fuego de la pasión.
1 Isabel Allende, Paula, México: Plaza & Janés, 1994. pp. 112-113.2 Isabel Allende, EvaLuna, México: Edivisión-Diana, 1990. p. 141.
3 De donde, por cierto, surge nuestra rótula —hueso redondeado de la rodilla—, palabra derivada —¿cómo no iba a serlo?—, también, de la rota latina.
4 Advierta que no es el acento el esdrújulo, pues, hasta donde recuerdo, en español sólo tenemos el acento agudo, mientras que el francés y el griego, por ejemplo, tienen el grave, el agudo y el circunflejo, pero nunca un acento esdrújulo.