El erotismo es deseo del cuerpo en acción. Se obtiene placer, pero no el suficiente. El cuerpo y el placer, la trivialidad y la trascendencia, todo a través de una cámara inteligente y audaz, produce no tantas imágenes del deseo, como deseo de las imágenes. Para la pantalla, los amantes no buscan transgredirse en un absurdo intento por poseerse el uno al otro. Lo que realmente buscan es transgredir nuestras fantasías para alimentarse de nuestros deseos. Así de vampíricas y adictivas son las escenas eróticas en el cine, de las cuales presentamos una selección de diez.
10. Clase
(Class, Lewis John Carlino, 1983)
Es una verdad tan innegable como la redondez de la Tierra el que a un número significativo de adolescentes, sobre todo en la etapa crepuscular de ese singular periodo de vida, las de por sí alborotadas hormonas se convulsionan aún más en presencia de mujeres maduras y con experiencia.
Jonathan (Andrew McCarthy) es abordado por Ellen (Jacqueline Bisset) en un bar y pronto se encuentran en un elevador de cristal que es detenido por ella. Y, con el símbolo del elevador que juega con la idea de subir y bajar, lo arrincona contra una pared, lo despoja de las diversas capas de ropa que lo cubren, lo besa apasionadamente, lo ayuda a desvestirla, lo continúa besando y lo recuesta sobre ella en el piso de alfombra hasta quedar engarzados, mientras en un elevador paralelo, descendiendo, un vigilante alcanza a observarlos.
9. Lolita
(Lolita, Adrian Lyne, 1997)
Charlotte (Melanie Griffith), la casera del profesor Humbert (Jeremy Irons), decidida a quedarse con él, opta por mostrarle su hermoso jardín al que ella llama La Piazza: rosas blancas y Dolores Haze (Dominique Swain), su hija de doce años, recostada sobre el césped. Su vestido sucumbe ante las gotas del rociador, dejando entrever las líneas perfectas que delinean su cuerpo. “Hermoso” susurra Humbert.
Lolita está a punto de partir a un campamento de verano. Humbert, desesperado, observa por la ventana el entallado vestido azul que viste. A punto de partir, inesperadamente, la joven baja del auto e irrumpe al interior de la casa. La chiquilla de escultural figura y braquets salta hacia los brazos del profesor, prensa con sus piernas su espalda. Sus labios se rozan con cautela. El abrazo termina mientras ella se desliza seductoramente sobre su pelvis.
8. El ansia
(The Hunger, Tony Scott, 1983)
Qué triste debe ser envejecer; haber perdido el derecho de poseer y que sólo quede el consuelo de reclamar tu dolor y su martirio. John (David Bowie) está envejeciendo eternamente; ahora sólo puede imaginar a Miriam Blaylock (Catherine Deneuve) adueñarse de otro humano, humedecer sus labios en el sexo cálido de un nuevo mortal.
Sarah Roberts (Susan Sarandon) entrará a la vida eterna a través del hambre de Miriam. Sarah desea la inmortalidad pero no quiere la eternidad si no viene encadenada al sexo de Miriam; a su muslo empujando su vagina, abriendo sus labios; Miriam no quiere un sexo inmediato, renunció a la saeta, no quiere la fricción esquizofrénica de una vara más. Quiere la entrega total en cada arrojo, quiere la miel para ella sola. Miriam Blaylock sabe la verdad; el sexo es lo único que nos hace eternos.
7. Nueve semanas y media
(Nine 1/2 Weeks, Adrian Lyne, 1986)
Cuando John (Mickey Rourke) le pide que se quite la ropa más rápido a Liz (Kim Bassinger), mientras ella se desnuda al ritmo de “You Can Leave Your Hat On”, es una de las escenas más recordadas de la película, aunque no necesariamente la más sensual. La historia en sí misma es erótica. Una mujer se deja seducir por un hombre que acaba de conocer. Comienzan una relación que se basa en juegos sexuales de poder. Ella rápidamente cae en el vicio de experimentar todas las sensaciones que le causa perder el control. Tienen sexo en lugares públicos, le da instrucciones, le compra ropa, la viste y la alimenta.
En un momento clave, él, sin dejar de mirarla, le pide que se desvista. Ella duda, más por timidez que por falta de ganas. Él toma una bufanda y la venda, comienza a recorrerla con sus manos. Ella reacciona nerviosa, no se detiene y le pregunta si está asustada, luego, si le excita. Responde que sí. La acuesta, le desabotona la camisa y con un hielo que posa sobre sus labios recorre todo su cuerpo.
6. Ojos bien cerrados
(Eyes Wide Shut, Stanley Kubrick, 1999)
No se puede hablar de una sola escena erótica en Eyes Wide Shut (1999), una historia envuelta en la tentación, celos, deseos y desnudos que la hacen una odisea del erotismo. Los impulsos, la sensualidad física y emocional de sus protagonistas, Bill (Tom Cruise) y Alice (Nicole Kidman), se muestran desde la primera secuencia, cuando ella lentamente se desnuda de espaldas a la cámara.
La carga erótica sube conforme avanza la trama. Cuando Alice baila desnuda frente al espejo al ritmo de «Baby Did a Bad Bad Thing» y Bill, también desnudo, se acerca, le besa el cuello, le aprieta los senos, la besa y disfruta cada roce de su piel. O cuando ella, recostada en su cama, enciende un cigarro de marihuana, su goce al fumarlo excita a Bill, quien nuevamente la besa y le susurra al oído mientras desliza su mano hacia su vagina. Kubrick cubre sus partes íntimas, pero la satisfacción en el rostro de la pareja revela lo oculto.
5. Crash
(Crash, David Cronenberg, 1996)
Deborah Kara Unger se inclina suavemente sobre el barandal del balcón. Su marido, James Ballard (James Spader), reacciona tanto por las nalgas que le revela levantándose la falda, como por saberse infieles. Él sabe de su encuentro con un piloto sobre el ala de un aeroplano. Ella sabe que él se cogió a su asistente de cámara en un apretado cuartucho durante una filmación. Los recuerdos, los celos, la amenaza de los otros, la desesperación de perderla, hacen que la tome con sutil violencia. Y es sólo el principio.
El affaire que él mantiene con la Dra. Remington (Holly Hunter) y con Gabrielle (Rosanna Arquette), una mujer semi mutilada, en choques de autos, lo hacen volver, consternado, agresivo, a la suya. El frío metálico de las máquinas los acerca en cada encuentro un paso más a al goce, un paso más a la muerte. «El erotismo abre la muerte», dicta Bataille. «Quizá la próxima», susurra el amante.
4. Monica Belucci
(Muchas… todas)
La actriz italiana, nacida en el nada cercano 1964, es un monumento al erotismo en el cine erigido desde el momento mismo en el que, en 1990, la cámara tuvo la suerte de posar su mirada sobre ella en la cinta Briganti. Podría haber aparecido enfundada en armadura de caballero medieval porque a los segundos su sensualidad la habría derretido.
El mundo entero la conoció cuando le mostró los portentosos dones con que fue dotada a Keanu Reeves en Drácula (1992); enamoró dentro y fuera de la pantalla a Vincent Cassel en Dobermann (1997); penetró definitivamente en el consciente colectivo masculino con Malena (2000); incluso, en Irreversible (2002), el perverso Gaspar Noé la hace lucir en enfermiza sensualidad al ser violada; y hasta en escenas cómicas parece insaciable, como en Shoot ‘Em Up (2007).
Aunque probablemente su escena más erótica la haya entregado en Manuale d’amore 2 (2007), en la que desnuda a un chico en silla de ruedas, se reclina ligeramente dejando ver sus nalgas al quitarse las bragas para lentamente ir a pararse de espaldas al afortunado, abrir las piernas, sentarse y agitarse cadenciosamente encima de él, mientras sus manos restriegan con suavidad y firmeza los abundantes pechos que desbordan el escote.
3. Lucía y el sexo
(Lucía y el sexo, Julio Medem, 2001)
El sol se asoma por la ventana. Lucía (Paz Vega) despierta a Lorenzo (Tristán Ulloa) restregándole los senos contra el rostro mientras desliza su mano debajo de las sábanas. «Despacio, con mucho amor, que estamos empezando» dice Lucía mientras acaricia el cuerpo dispuesto de su amante. Los cuerpos estallan con la luz del sol en curvas centelleantes. Lucía se monta sobre Lorenzo. La sincera profundidad de sus gemidos y la mirada embebida y entregada de Lorenzo nos habla de esa exquisita frontera del sexo que está a punto de convertirse en otra cosa. Estamos tan cerca de ellos, de esta intimidad que nos convidan, que ya no es a ellos a quienes vemos sino el malabarismo de tiempos y cuerpos de nuestras propias experiencias que parece que estamos a punto de alcanzar.
2. The Dreamers
(The Dreamers, Bernardo Bertolucci, 2003)
Si existe un componente clave del erotismo es la dilatación del encuentro, el «pastoreo» del deseo y Bernardo Bertolucci conoce a la perfección el delicado tempo de la fantasía. En The Dreamers Bertolucci compone una sinfonía erótica exquisita manteniendo siempre la tensión justa de las cuerdas en un encuentro de tres, incitando al espectador a ir siempre un paso adelante guiado por su propio deseo y sus más ocultas fantasías.
La deliciosa malicia de Eva Green, el encanto seductor de Louis Garrel y la inocencia de Michael Pitt, metidos en una pequeña tina de espuma donde las pieles muy juntas se comunican por debajo del agua mientras fuman un porro tranquilamente, provoca que el espectador sienta que no puede resistir un segundo más de esta tensión sexual siempre a punto de estallar.
1. Persona
(Persona, Ingmar Bergman, 1966)
La actriz Elisabeth (Liv Ullman), sentada en la cama, escucha paciente y atenta a Alma (Bibi Andersson), su enfermera, que después de días y días de hablar sin una sola interrupción ha entrado en confianza. Esa noche, borracha, con una actitud un tanto aniñada —se toca el cabello, la cara, se retuerce nerviosa en el sillón, estira sensualmente el cuello— recuerda cómo ella y una extraña se asoleaban desnudas en una playa desierta, sintiendo sobre las nalgas y los pechos el calor del sol y las miradas de dos desconocidos.
Elisabeth pone en pausa su cigarro, apenas se inmuta, mientras escucha cómo, cuando los dos hombres se acercaron a ellas, fueron desnudados y tomados sin ningún cuestionamiento. Bajo una especie de embrujo mudo, las tocaron, se dejaron tocar, las penetraron, volvieron a penetrarlas bajo el sol abrasador y luego, sin más, se esfumaron.