En este texto nos ocupamos de algunas escenas en las que personajes de la literatura son protagonistas involuntarios de historias entretejidas alrededor suyo.
La complejidad de la literatura
Alguna vez el novelista alemán Thomas Mann le prestó una novela de Franz Kafka —probablemente El castillo— a su amigo Albert Einstein. A los pocos días, éste se la devolvió con una breve nota acompañando al volumen, que casi parecía intacto: «Toma, no he conseguido leerla: ¡El cerebro humano no admite tal complejidad!».
Esta anécdota explica la distancia que separa a la escritura, como un mero accidente del lenguaje, y la letra que deviene en arte y que podemos contener en la brevedad de un palíndromo que —como la literatura misma—, no pudo ser perfecto, pero le hubiera gustado serlo: es hoy arte la letra, yo sé.
Fidel Castro, Mutis y la monarquía
Hace algunos años, cuando la Revolución Cubana vivía sus mejores momentos al amparo de la Guerra Fría y del oro de Moscú, las actividades culturales del régimen tenían una proyección internacional, prestigio y capacidad de convocatoria de las que hoy tan sólo quedan cenizas. En especial, la Casa de las Américas se convirtió en la meca de los escritores latinoamericanos de izquierda.1
Los premios que otorgaba esa institución, así como las publicaciones y los múltiples congresos que patrocinaba —en los que se discutió hasta la náusea «el papel del intelectual en la revolución latinoamericana»— le merecieron algo de fama y poder.
Imaginemos entonces una escena que debió de haber ocurrido más o menos en los siguientes términos: se encuentran en La Habana, como era habitual en ese tiempo, un grupo de reputados escritores de izquierda. Sírvannos, sólo a manera de ejemplo, nombres como el de Eraclio Zepeda, Gabriel García Márquez o Ernesto Cardenal.
Da igual, el caso es que beben y conversan en un ameno coctel cuando, de repente, salta a la charla el nombre de un escritor colombiano admirado por todos ellos: Álvaro Mutis. Evocan algunas anécdotas del autor avecindado en México, reivindican su poesía, su prosa y, sobre todo, la talla proverbial de su célebre personaje Maqroll «el Gaviero».
De pronto se incorpora a su círculo nada menos que el comandante en Jefe, quien enseguida manifiesta su interés por ese tal Álvaro Mutis del que hablan, al que no tiene el gusto de conocer: «Bueno —propone Fidel—, pues si el señor Mutis es tan bueno como dicen, ¿por qué no lo invitamos a la isla?».
Ante ello, uno de los escritores que sabía de la fama de «conservador y reaccionario» del colombiano, le advierte: «No, mi comandante, con decirle que Álvaro ha dicho públicamente que el mejor sistema político es la monarquía».
Castro se queda callado un momento, medita la situación, y teje enseguida una respuesta: «Está bien, al menos los admiradores de la monarquía y los revolucionarios comunistas tenemos algo en común: nos oponemos a la burguesía. ¡Que lo traigan!»
1 Usemos este adjetivo para no recurrir a otros más siniestros como progresista, comprometido o independiente.