I
El verano pasado mi familia y yo fuimos a Playa del Carmen. Muchos extranjeros nos causaron curiosidad a mis hermanas y a mí, pero uno de nariz prominente —que no estaba de mal ver— despertó polémica entre mi papá y yo. Mi padre aseguraba que el chico era italiano: «Esa nariz no puede ser de otro lugar; ni siquiera griega». Yo, que lo había escuchado hablar un día antes, sabía que no podía ser de ahí. Hicimos una apuesta: cien pesos para mi papá si era italiano, o para mí si no lo era.
Mi padre encaró al muchacho, y le dijo con una sonrisa bonachona: —Hello. Where are you from? Aquél lo miró con sobriedad y le respondió con prisa: —Holland.1 Mi padre me volteó a ver con una miradita de triunfo y le repitió al muchacho: —Sí, hola… Pero, where are you from?…
II
Tipos como éste hay en todas partes, y yo tuve que salir con uno así por culpa de una amiga que estaba duro y dale con que ese vecino suyo hablaba francés y tenía «un acento muy interesante». Llegó el día y, como era de esperarse, me invitó a cenar «gricá comidá fgancesá». En el restaurante, al mesero le decía garçon, afirmaba «Oui, oui» con un tonito molesto, y todo le parecía magnifique. Así de pedante. Luego se acercó el gerente y le preguntó muy amable: —Ça va?
A lo que mi acompañante dijo muy seguro: —Oh, no. Nos quedamous al postrgrre…2
III
La fila de la taquilla del Museo Casa Amparo no era larga, pero sí avanzaba lenta y tediosamente. Adelante de nosotros, unos alemanes —papá, mamá, dos hijos— revolvían nerviosos su diccionario alemán-español, hasta que torpemente dieron con la frase que buscaban: —Cua-trrro bol-let-tos, por fa-vorrr. La taquillera —peinada con un chongo tenso, malencarada y malmodienta— les contesta: —Los niños no pagan.
Los teutones, era obvio, no habían entendido ni una palabra, pues seguían revolviendo su diccionario, se hacían preguntas entre ellos, y hacían la señal del número cuatro con las manos. Ante la escena, la solícita taquillera les preguntó, en incipiente inglés: —German? Para mis adentros, yo pensé: «¿Quién la viera? ¡Hasta alemán habla la taquillera! De inmediato se nota que es un museo privado…». Los alemanes, aliviados, asintieron en su idioma —«Ja, ja»— y se hizo un silencio expectante que pareció eterno; la taquillera respiró profundo, se aclaró la garganta y dijo pausadamente, con voz clara y casi a gritos: —loous niii-ñous nou paaa-gan.
1 «—Hola, ¿de dónde eres? —De Holanda…»
2 Joven —refiriéndose al mesero—; Sí, sí…; magnífico; ¿Cómo está, todo
bien? —se pronuncia «¿sa vá?».