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Enrique VIII deja a su esposa por una jovencita

¡Ay, hijos de mi alma! ¡Estoy es-can-da-li-za-da! Me quiere dar un soponcio marca diablo por lo que está ocurriendo en estos días en la Corte inglesa.

¡Ay, hijos de mi alma! ¡Estoy es-can-da-li-za-da! Me quiere dar un soponcio marca diablo por lo que está ocurriendo en estos días en la Corte inglesa. Fíjense nada más que el rey Enrique viii acaba de solicitar la disolución de su matrimonio con la nobilísima Catalina de Aragón. ¿Y por qué?, se preguntarán. Pues porque este cuarentón anda encaprichado con una jovencita, una dama de la Corte llamada Ana: Ana Bolena.

Londres, Inglaterra, 1527

Así es, queridos. El monarca anda como loco con esta muchacha flacucha, de blanca tez y negra cabellera, pero que, según me cuentan, sabe bailar taaaaan bien y siempre anda vestida a la última moda. Y, bueno, éste no es su principal atractivo: la verdad es que esta chica es muy inteligente y sabe cómo mantener la atención de los hombres. ¿Saben cómo? Pues haciéndose la difícil, chicos. Obviamente, la primera propuesta de Quique viii fue que Ana se hiciera su amante, pero ella le dijo: «No, chiquito. Si no me ofreces el anillo de compromiso, no te doy ni un besito». Y, con esto, lo que logró fue que el rey se encaprichara y llegara hasta las últimas consecuencias.
Déjenme les cuento: hace cosa de cinco años, hubo un gran baile en el palacio, donde Ana Bolena —en su calidad de dama de honor de la reina— ofreció un número de danza con el que, de plano, se lució. Al parecer, en ese entonces no pasó nada entre ella y Enrique porque el rey andaba —no lo van a creer— ¡con María Bolena, la hermana mayor de Ana! Pero, seguramente, le echó el ojo, y poco después terminó con María y se dio a la conquista de Anita.
¿Y Catalina, la esposa? Pues, en principio, ella estaba muy acostumbrada a que Enrique tuviera sus amantes; es la costumbre, sobre todo tratándose del rey. Pero no contaba con que, al parecer, Ana siguió al pie de la letra el libro ese de Por qué los hombres se casan con las cabronas y provocó que Enrique… ¡le pidiera matrimonio!
Para lograrlo, puso de pretexto que Catalina, en 24 años de vida en común, no había podido darle el hijo varón que necesita la Corona, así que el rey le solicitó al papa la anulación. La pobre de Catalina está dolida, indignada y avergonzada al verse postergada por una veinteañera, pero qué se le va a hacer. Ana ya tiene un enorme guardarropa y un ejército de criados a su disposición, por ser la prometida del rey.
Aún no sabemos hasta dónde va a llegar Enrique en su empeño en casarse con Ana. Por ahora, el papa tiene ciertas bronquitas —la verdad, está preso— y será difícil que pueda atender la petición del monarca inglés. Pero si tarda en responder, no sé por qué pero me da la espina de que Enrique viii es capaz hasta de crear una religión nueva nada más para poderse divorciar ya de Catalina y, así, casarse con la seductora Ana… ¡Ay, queridos míos, hasta dónde vamos a llegar!
Au revoir!

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