Helsinki 1952, Juegos Olímpicos. Un joven checo de 30 años, calvo, güerito y muy flaquito —imagínese al más flaquito de todos los atletas que haya visto—, se luce en la prueba de los 10 mil metros y no sólo gana el oro, sino que rompe el récord —29 min, 17 seg, 0 cent—.
Era el favorito, había ganado la medalla de oro en la misma prueba en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948. No contento con eso, gana también la medalla de oro en los 5 mil, sólo minutos antes de que su mujer, Dana Ingrová, —que había nacido el mismo día que él, el 19 de septiembre— ganara el oro en jabalina.
Pero Emil quería más, y decidió participar en la maratón. Sabía que el favorito era el inglés Jim Peters, y se le presentó en la línea de salida diciéndole: «Soy Zátopek, de Checoslovaquia, ¿te importaría si corro contigo?». Peters casi ni lo volteó a ver, pero accedió. Mientras corrían, Emil sintió que Peters iba muy deprisa y le dijo: «¿No crees que vamos demasiado rápido? No resistiremos». Peters le contestó bromeando: «No, vamos demasiado lento». Así que Emil apretó el paso y lo dejó muy atrás, llegó al estadio solo, adelantándose por casi 3 minutos y ganó, otra vez, el oro.
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Gracias a esto y a su estilo particular de correr, que involucraba fuerza, resistencia y firmeza en el ritmo, se ganó el título de «la Locomotora humana». Además, por sus sollozos y gestos de sufrimiento al correr, se le dio el mote de «Emil el Terrible». Como era de esperarse, después de estos triunfos tan impactantes, fue considerado un héroe nacional en Checoslovaquia, pero durante la llamada Primavera de Praga, apoyó al ala demócrata y fue expulsado del Partido Comunista, por lo que tuvo incluso que trabajar como barrendero para subsistir.
Tras retractarse en 1975, su figura fue rehabilitada por el régimen. Murió en el 2000 en Praga.