¿Quién no ha recibido un regalo que, lejos de ser motivo de alegría, se vuelve un permanente dolor de cabeza? Y como a todo le ponemos nombre, decimos que algo o alguien es nuestro «elefante blanco» cuando nos hace perder más que ganar.
El elefante blanco es una especie rara debido a su color y, desde épocas remotas, ha sido considerado un animal sagrado, sobre todo en el hinduismo y en el budismo. Por ello, en Tailandia —de tradición budista—, estos elefantes eran adquiridos por los monarcas como símbolo de su poderío y buena fortuna, ya que los costos de su manutención eran tan altos que sólo quienes poseían grandes riquezas los podían solventar: mientras más animales de esta clase tuviera un rey, mayor era su señorío.
Cuenta la leyenda que los reyes regalaban elefantes blancos no sólo a sus amigos y aliados, sino a sus enemigos y a los nobles con los que estaban a disgusto. Quienes recibían un elefante blanco como obsequio se veían obligados a excusar a estos animales de los trabajos comunes debido a su condición sagrada; además, tenían que mantenerlos con una serie de lujos que terminaban llevando a sus dueños a la ruina. Así, este regalo tan pomposo resultaba al mismo tiempo una bendición —por tratarse de un símbolo de buena fortuna y del favor del monarca— y una maldición —pues era una manera sutil de castigar a alguien que no podía mantener al animal.
Esta práctica pasó a la cultura occidental como una expresión que se usa para referirse a aquello que, aunque asombroso por alguna característica en particular, implica una manutención costosa que no tiene ningún valor práctico ni remunera la inversión económica, ni de tiempo. Elefantes blancos tenemos «pa’ aventar pa’ arriba», pues se puede aplicar a casi cualquier cosa, persona o situación: mascotas cuyos cuidados convierten a los dueños en sus esclavos, artículos lujosos que exceden en su manutención el presupuesto de los propietarios, árboles o plantas muy delicados, pero que no dan frutos, o un monumento luminoso que costó millones de pesos y que sirve para… ¿contemplarlo?