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El tabú lingüístico

por María Ángeles Soler Arechalde.
El tabú lingüístico

En todas las sociedades humanas existen ámbitos, aspectos de la vida y formas de comportamiento —diversas en cada caso particular— sujetos a restricciones o prohibiciones, a los cuales se les suele dar el nombre de tabú. Ejemplos de él son las cosas que no se pueden tocar, animales que no se pueden matar y/o comer, personas con las que no se puede interactuar en alguna forma o gestos y actitudes que no se pueden asumir.

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«El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos.»
Julio Cortázar, Último Round


Tabú es una palabra que el español tomó del inglés taboo y éste del polinesio tabú, que significa «prohibido» en el archipiélago de Tonga, aunque aparece en muchas de las lenguas polinesias con significados que giran alrededor de la idea de «prohibición religiosa» Fue el célebre capitán Cook quien introdujo este término al inglés, a fines del siglo XVIII, en el relato de uno de sus viajes.


Esta prohibición establecida por el tabú suele afectar no sólo a las personas, animales o cosas referidos, sino también a las palabras que los nombran, y es aquí en donde entramos al terreno del tabú lingüístico: palabras que no se pueden mencionar, porque atraen fuerzas negativas, ofenden a la divinidad, a nuestros semejantes, o bien porque son consideradas «sucias» o, simplemente, de mal gusto.

Al estar vedadas —no legalmente, sino desde un punto de vista social, moral o religioso—, en su lugar se emplean otras, no tabuizadas, que funcionan como eufemismos, es decir, como términos «inofensivos» Ahora bien, los eufemismos, en el uso y con el paso del tiempo, se van contaminando con los valores negativos de las palabras que sustituyen y se van transformando poco a poco y, a su vez, en palabras tabú, por lo que en un cierto momento son sustituidas por nuevos, y así sucesivamente.


Stephen Ullmann, autor de importantes textos de semántica de mediados del siglo XX, señala que hay tres tipos de tabú lingüístico: el relacionado con el miedo, el que se asocia con la delicadeza y el que tiene que ver con la decencia y el decoro.

Tabú del miedo

Aspectos religiosos y supersticiones se asocian con este tabú, que trae consigo la negación a pronunciar nombres de determinados seres sobrenaturales, animales u objetos que, se supone, poseen determinados poderes, generalmente negativos, para no provocarlos y, en su lugar, se utilizan múltiples eufemismos.
Por ejemplo, en inglés era muy fuerte invocar a Dios con la palabra god, por lo que en su lugar se decía gosh, gi, Lord, etcétera.


El diablo también cuenta con muchos nombres eufemísticos, como ángel malo o el maligno. Incluso las palabras izquierda en español y gauche en francés —tomadas del euskera, la primera, y del germánico, la segunda— sustituyen la forma latina sinister, por la asociación que, ya en latín, había adquirido este término con el diablo y el mal. En español, algo o alguien siniestro es negativo, malo, perverso, etcétera; solamente en la expresión a diestra y siniestra —esto es, «a derecha e izquierda»— se conserva el término con su sentido original.

Mira, en el nombre de Eufemio


Otros ejemplos los tenemos en algunos pueblos en los que se creía que podían ser dañados si sus nombres eran usados por magos o enemigos, por lo que tenían dos nombres, uno pequeño, por el que eran conocidos, y el grande, que ocultaban celosamente y que tenían rigurosamente prohibido pronunciar.


Siguiendo con el tabú sobre los nombres, una muestra más son las tribus de Australia central, que tenían que mencionar el nombre de un hombre muerto en voz baja, porque, si incumplían el tabú, los indignados espíritus les perturbaban el sueño; o bien, los aborígenes de Victoria, que se referían al muerto como «el perdido» o «el que ya no es», para no mencionar su nombre; o, por último, los guajiros de Colombia, quienes castigaban el mencionar a un difunto con la muerte misma.

Tabú de la delicadeza

En muchas culturas es común evitar la referencia a cuestiones molestas o desagradables, como la muerte, las enfermedades físicas o mentales, la vejez, los crímenes, en fin.
En México contamos con un vocabulario amplísimo —y en constante renovación— relacionado con los conceptos «muerte», «morir» y «matar». ¿Quién no ha oído o usado términos como la calaca, la flaca, la huesuda, la tía de las muchachas o la catrina, para referirse a la muerte?


Conoce las palabras matapasiones y otras desgracias


Cuando nos ponemos solemnes utilizamos fallecer, expirar, pasar a mejor vida o nacer para la vida eterna, como sinónimos de morir; pero en tono festivo, nos referimos al mismo concepto con formas como estirar la pata, colgar los tenis, chupar faros o entregar el equipo: «No se murió, se nos adelantó».


Y si hablamos de un hombre que murió, no nos referimos a él como el muerto, ¿o alguien ha oído decir que «el muerto permanecerá unos minutos más en el velatorio»?
Por supuesto que lo «correcto» es decir que nos referimos al cuerpo de don Miguel, o, como en algunos pueblos, al cuerpo mortuorio, término para ellos muy elegante y respetuoso. Además, es seguro que ningún agente de ventas le ofrecerá un seguro de muerte, lo que le propone es que adquiera un seguro de vida, aunque sea para que su familia lo haga efectivo «después de que usted haya cerrado los ojos».


En cuanto a matar, puede expresarse de muchas maneras, como eliminar o asesinar, y también echarse, tronarse o cargarse a alguien. Pero, si somos políticos, lo mejor es que digamos neutralizar, pues no es lo mismo que los demás escuchen que se ha matado —aunque sea accidentalmente— a unos manifestantes, que estos han sido neutralizados.

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