Henry Tandey se sintió aliviado, satisfecho, en medio de la guerra. Era una sensación incoherente a la vista de los cadáveres apilados y la devastación del paisaje. Pero su última acción lo ameritaba. La guerra, con las desgracias que trae aparejadas, no es el escenario propicio para los arranques de piedad; sin embargo, Henry tuvo uno: un hombre herido estuvo bajo la mirilla de su rifle durante algunos segundos, pero no apretó el gatillo; en cambio decidió perdonarle la vida. Aquel hombre indefenso se llamaba Adolf Hitler.
Era el 28 de septiembre de 1918, el ejército inglés, al que pertenecía Tandey, se abría paso en el frente francés a través de Marcoing, cerca del poblado de Cambrai.
Al saberse «salvado», el cabo Hitler agradeció con la cabeza a Tandey.
El futuro canciller alemán fue consciente de que su vida había sido salvada por un enemigo. Tanto fue así que una vez en el poder, pidió a la armada inglesa le enviaran un cuadro que diera cuenta de las aptitudes heroicas de Tandey. El cuadro, Trustees of the Green, fue realizado por Fortunio Matania, y en él aparece el soldado inglés cargando a un malherido colega suyo. La pieza fue colgada en la residencia de retiro del Führer, en Baviera.
Casi 20 años después, Tandey se arrepentía de su piadosa acción de guerra. El arrepentimiento era mayor cuando las arremetidas de la Luftwaffe se ensañaban con su pequeño pueblo, Conventry, en Reino Unido, donde el galardonado Tandey —todo un héroe de guerra— trabajaba en la fábrica de motocicletas Triumph.
«Cada vez que veo a mujeres y niños muertos y heridos en Coventry pido perdón a Dios por haberlo dejado con vida», dijo Tandey.
La piedad a veces resulta costosa.