Pienso en tres cosas al leer el título de esta nueva columna: El porvenir de la revuelta, un extraordinario libro de Julia Kristeva; «la revuelta de los nerds», un subtítulo de James Curran que hace referencia a la película, Revenge of the Nerds (1984); y en la re-vuelta como el regreso paulatino a algo. En esto último es en lo que me concentraré, en ésta y en las próximas entregas.
Porque, ¿qué hay más angustiante, relevante y emotivo en estos días, que los regresos a nuestra vida cotidiana anterior? Volver a las andadas implica ahora otros dinamismos sociales y comunicativos. De interacción, de tránsito, emocionales y expresivos. Y sobre eso irán los textos que compartiré con ustedes en este espacio que amablemente nos brinda Algarabía.
Sobre todo, en un momento de la Historia donde tenemos tanta información, opiniones, lecturas, rumores, memes, videos, etcétera, a la mano y donde lo que más sobra —si se me permite— son espacios de opinión. Aquí, su tecleador está convencido de que muchas voces no necesariamente hacen buen coro, pero tampoco se trata de no escucharlas o no leerlas; se trata de aprender a seleccionar arduamente para no quedarse entre las ramas —o sí, como ustedes prefieran.
Opiniones, no datos
El tema es que hoy todo mundo tiene algo que decir. Tristemente, yo soy uno de ellos. Así que aquí podrán encontrar estos escritos quincenalmente, concentrados en las muchas implicaciones que tiene volver. ¿Volver a dónde?, ¿por qué?, ¿para qué? Regresar a la normalidad que tanto extrañábamos no es nada fácil, porque puede que regresemos sólo para darnos cuenta de que ya no es tan normal, pero que podemos hacer algo para que no sea normal, porque la normalidad anterior —acá entre nos— tampoco estaba muy bien que digamos.
Y, sin querer hacer una columna con tintes sociológicos, comunicativos o políticos, aunque un poco sí —pues es lo que soy, es lo que hago: soy profesor investigador en la FCPyS de la UNAM—, quiero compartir con ustedes algunos de los fenómenos presentes en nuestra vida cotidiana y que han pasado desapercibidos pero que nuestro regreso a las actividades ha puesto de manifiesto.
Buenas…
Por ejemplo, el saludo. Hace dos semanas platicaba con dos amigas, también profesoras, también investigadoras, también buenazas para la cuestión social, que mucho de lo que nos complica hoy, en el anhelado regreso a las aulas de las universidades, es aquello que hacíamos con completa normalidad, como saludarnos. De beso, de mano, de abrazo. Saludarnos. Cosa que hoy se encuentra en un abismo de interacción, porque uno no sabe si acercarse, si dar la mano, el puñito, sonreír —¿para qué, si traes cubrebocas?—… ¿Cómo interactuar otra vez con comodidad?
Aunque también es cierto que una de las bondades —si las hubiera— de esta horripilante pandemia es no saludar a quien no quieres, cuantimás si eres mujer. Antes, por convención social, había que saludar de beso —acercar la cara— a un extraño o compañero de trabajo indeseable. Así que ahora, más que pretexto, hay alternativa. El problema es que esa nueva manera de interactuar nos cuesta porque hay personas a quienes sí queremos saludar y expresarles la emoción del encuentro, de volvernos a ver sin la mediación de una pantalla.
…las tengo
En el saludo está una de las bases de nuestra interacción, y, hoy, esa tierra firme se convierte en arenas movedizas, porque las reacciones están atravesadas por dos años de confinamientos, contagios e incertidumbre. Recuperar el saludo, en todas sus formas, choque de puños o un simple ¡hola!,con la sonrisa en los ojos, nos permitirá volver a la base significativa de algo que nos hace personas, la convivencia.
Si me ve en la calle, en los pasillos de la universidad o hasta en el Zoom, salúdeme, de lejitos o de cerca, pero recuperemos eso que implica volver a donde estábamos: quién quita y esta vuelta nos ayuda a mejorar y a resolver todo eso que nuestra vida cotidiana necesita que resolvamos.