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El relato enseña

por Elena Ferrante
el relato

Hay una antiquísima función de la literatura que con el tiempo ha perdido terreno, probablemente por su peligrosa proximidad a las esferas de la política y la ética. Me refiero a la idea de que entre los deberes de un texto está el de instruir. 

El estilo

En los últimos cincuenta años hemos preferido convencernos con prudencia de que el placer o goce de un texto formaban una unidad con su estilo. Algo muy cierto: un texto se compone de palabras, y las palabras, cuanto más se seleccionan y combinan tan ricamente, más seducen a lectores y lectoras. Pero las palabras, con su deleite, dan forma a las visiones del mundo, penetran en nuestros cuerpos y allí se desbordan, los perturban, los modifican educando la mirada, los sentimientos, incluso nuestras posturas sobre determinados temas. 

En definitiva, que, según una larguísima tradición, el estilo nos conmueve y enseña. Nos enamoramos de un texto incluso por la forma en que inadvertidamente nos instruye, es decir, por la riqueza de las experiencias vivas y auténticas que pasan directamente de quien escribe a la vida de quien lee. 

el relato

Ya no se trata sólo de una selección refinada del léxico, de metáforas eficaces, de símiles memorables. Aquí lo que cuenta es de qué manera quien escribe se integra en la tradición literaria no solo con su habilidad para orquestar palabras, sino con sus conceptualizaciones y su personalísimo bagaje de cosas urgentes que contar. 

Hay de plumas a plumas

El talento lingüístico individual actúa como una tupida red que atrapa experiencias cotidianas, las manipula por medio de la fantasía y entretanto las conecta a las cuestiones fundamentales de la condición humana. 

Así pues, el estilo lo es todo, pero en el sentido de que cuanto más poderoso es, más lleva en sí mismo material para dar lecciones generales de vida. Que conste que no me refiero a las novelas que abordan temas cruciales sirviéndose de los medios de la literatura: el hambre en el mundo, la amenaza de nuevos fascismos, el terrorismo, los conflictos religiosos, el racismo, las distintas maneras de vivir la sexualidad, la digitalización y sus efectos, etcétera. 

el relato

El punto es

Obviamente no tengo nada en contra de quien lo hace, al contrario, son libros que leo con gusto. Se eligen temas con una relevancia mediática, se hilvana una historia y se plasma por escrito con habilidad. Los relatos apasionantes se adornan con datos científicos o sociológicos sobre las diversas catástrofes que amenazan el planeta. Se divulgan ideologías, se sostienen tesis, se apoyan batallas políticas. 

Pero cuando hablo de instrucción no me refiero a ese tipo de obras, no pienso en una literatura didáctica o moralizante. Sólo trato de decir que toda obra de cierto valor es también transmisión de conocimiento de primera mano y, por ello, inesperada, sorprendente y sobre todo difícilmente reductible a otra forma de conocimiento que no sea el específicamente literario. Hablo de aprendizaje placentero, de aprendizaje que nos modifique en lo íntimo, incluso de modo radical, con el impacto de palabras tan lúcidas como apasionadas.

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