Cuando Cortés y sus hombres entraron a Tenochtitlan en 1519, no sabían nada sobre la cochinilla, una de las sustancias más valiosas de México. No obstante, cuando murió en 1547 —28 años más tarde—, el tinte se había convertido en una gran sensación en Europa. Reyes y reinas anhelaban aquel nuevo rojo; papas y príncipes-mercaderes también. Los artesanos europeos celebraban el tinte, y los piratas pronto lo codiciarían.
Libra por libra, la cochinilla se convirtió rápidamente en una de las materias primas más preciadas de todo el imperio español, y las cantidades que se comerciaban eran muy vastas. El rápido triunfo de la cochinilla fue aún más notable en la medida en que los europeos eran lentos para mostrar interés por los productos que los indígenas de Mesoamérica apreciaban. Por ejemplo, debió transcurrir más de un siglo antes de que los granos de cacao se hicieran populares en Europa. Mientras tanto, delicias como la fruta del nopal o la especia mecaxochitl —una clase de flor— nunca se han puesto de moda.
¿Cuál fue la razón por la que los europeos reconocerían tan rápidamente el valor de la cochinilla? La respuesta es sencilla: a diferencia del cacao y del mecaxochitl, el colorante cubrió una necesidad que los europeos ya tenían: el hambre de rojo. Así mismo, el hecho sucedió de manera inmediatamente reconocible y útil; la cochinilla era parecida —aunque de calidad superior— a otros tintes ya familiares para los artesanos y podía utilizarse junto con otros artículos europeos en la fabricación de telas lujosas.
La cochinilla, la fuente de tinte rojo más potente del mundo, tuvo la buena fortuna de entrar a Europa en un momento en que el rojo tenía un significado y un poder que ningún otro color podía igualar.
El color del poder
Entre los europeos del Renacimiento, el significado del rojo partía de su rareza. En ese sentido, no estaban solos. Durante muchos años, el rojo era un color que los humanos podían ver claramente en sus propios cuerpos y sangre y que, sin embargo, difícilmente podían reproducir. Los pintores de cuevas como Lascaux, Francia, tenían que contentarse con el rojo anaranjado apagado del óxido de hierro. Los tintoreros, cuyo trabajo estaba sujeto al desgaste y el lavado, enfrentaban desafíos aún mayores, un rojo perdurable y vivo se hallaba fuera de su alcance.
Sólo mucho después, durante el neolítico y la etapa posterior, los artistas de Turquía, China y España desarrollaron el cinabrio —conocido también como bermellón—, un rojo asombrosamente intenso que no sólo era más barato sino también altamente tóxico. Para los teñidores, el más exitoso experimento con un rojo auténtico ocurrió en las antiguas tierras altas del sur de México.
Incluso en la Europa renacentista, ámbito de perspicacia e invención, el esplendoroso bermellón de las paredes, los aparatos escarlata y los adornos carmesíes de las camas aún eran difíciles de alcanzar —lo que, desde luego, sólo aumentaba su atractivo—. Dada su rareza y alto costo, los paños rojos se convirtieron en la forma idónea para que los acaudalados manifestaran su jerarquía social. En particular, la indumentaria roja fue una proclama de poder muy efectiva. Aunque se abandonaran las carrozas y alfombras en algún momento, un abrigo o vestido escarlata viajaban con uno adonde fuera, como emisarios mudos del poder personal. En una época analfabeta, el rojo fue una medalla del rango social que todos sabían leer.
Para muchos europeos renacentistas, a los antiguos significados simbólicos del rojo se sumaba también el encanto mismo del color. Para los cristianos sobre todo, el rojo comprendía toda una constelación de potentes significados: era el color de la zarza ardiente, del sacrificio, el martirio y de la sangre de Cristo. Por otra parte, la iconografía de la Iglesia católica hacía hincapíe en la importancia de dicho color: durante siglos, las representaciones de la Virgen María la mostraban con frecuencia en túnicas rojas, en lugar del azul que más tarde se volvería omnipresente, mientras que los Cruzados portaban también con frecuencia escudos con cruces rojas.
A mismo, en Europa el rojo se asoció durante mucho tiempo con la magia. Algunos creían que a las brujas y a la fiebre podía ahuyentárselas con hilo rojo. Además, se decía que las telas rojas y los rubíes protegían al portador contra la enfermedad o el envenenamiento. En algunas partes de Europa, se creía que los pelirrojos tenían vínculos con lo sobrenatural. “El rojo fue y sigue siendo muy popular entre la jerarquía católica. Con dicho color se identifican los círculos más altos en el organigrama eclesiástico, como obispos y cardenales”
El rojo perfecto
Hacia mediados del siglo XVI el rojo cochinilla era una moda en toda Europa. Además, era diez veces más potente que el mejor de los tintes rojos europeos; un hecho que marcó una nueva época para este color en Europa. Y bien la provisión y gama de tintes rojos de alta calidad había crecido, aún no eran abundantes; en 1585 existía la posibilidad de que dos familias de mercaderes se apoderaran totalmente del mercado europeo de la cochinilla. Aun cuando se incrementaba la oferta, el precio se cuadruplicaba: un indicio de cuán atractivo era.