—y de la pimienta en particular —en el desarrollo económico de la Edad Media.
—segunda de dos partes—
En la edición anterior, publicamos un fragmento del ensayo Allegro ma non troppo —1988—, en el que el economista e historiador italiano Carlo Cipolla expone una teoría que vincula la expansión económica europea durante la Edad Media con las supuestas bondades afrodisiacas de la pimienta. Aquí, la segunda parte, que inicia con el comienzo de las Cruzadas, después de que Pedro «el Ermitaño» comenzara una campaña para abrir los canales de comercio con Oriente y derrotar a los musulmanes.
Las Cruzadas
Los musulmanes fueron derrotados. Pedro «el Ermitaño» pudo satisfacer su enorme deseo de pimienta y se olvidó de los grandes árboles silenciosos del espeso bosque. Los cruzados encontraron en Oriente cosas interesantes, y olvidaron alegremente su patria y a sus mujeres, cinturón incluido. Como escribió un cronista de la época, Fulcher de Chartres:
«Nosotros, que éramos occidentales, nos hemos vuelto orientales. Hay quien ya posee una casa, una familia y siervos. Hay quien tiene por esposa no a una mujer de su tierra, sino a una siria, una armenia o, incluso, una sarracena bautizada. El Señor ha hecho ricos aquí a los que eran pobres allá. Las pocas monedas que tenían se han convertido en muchísimas, y todas de oro. ¿Por qué motivo, pues, deberíamos volver a Occidente?»
En esta increíble aventura en que se vieron extrañamente envueltos el Señor Dios Padre, la pimienta, las monedas de oro, los eremitas, los señorones feudales y las mujeres sarracenas, los únicos que no perdieron la cabeza fueron los italianos, que habían intuido el enorme potencial comercial que proporcionaba la ocupación cristiana de la Tierra Santa. Pedro no era el único europeo que deseaba intensamente la pimienta.
Había en Occidente decenas de millares, y los italianos se adueñaron del comercio y obtuvieron beneficios monopolísticos notables. Si lo hubieran hecho los holandeses, los alemanes o los ingleses, habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de ética protestante y encomiables campeones del protocapitalismo. Tratándose de italianos, fueron definidos como ejemplos deplorables de «avidez» y de «falta de escrúpulos comerciales».
En cualquier caso, tanto se afanaron los mercaderes italianos, que el comercio de la pimienta entró en una fase secular de excepcional expansión. En Alejandría una calle entera, casi un barrio entero, fue destinado al comercio de la pimienta, y en Occidente, tras unos siglos de ausencia casi total, la pimienta reapareció en cantidades cada vez mayores en los mercados y en las mesas.
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