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Metinides «El niño», de mirada fría

Metinides «El niño», de mirada fría

Mejor conocido como «El Niño», Enrique Metinides es un fotoperiodista mexicano de nota roja que tuvo sus inicios en la fotografía desde los siete años de edad, gracias al regalo de su papá: una bolsa llena de rollos y una cámara análoga. El resultado: un inocente lleno de imaginación que jugaba a tomar fotos de carros chocados afuera de los ministerios públicos.

Nació en la Ciudad de México en 1934. Su infancia la vivió cómodamente gracias al negocio de su padre –una tienda que vendía cámaras y rollos a los turistas—y él disfrutaba de películas de gangsters y detectives –de Al Capone, eran sus favoritas.

Enrique Metinides desde pequeño hizo los juegos y juguetes a un lado para ser siempre fiel a su cámara.
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Cuando tenía siete años recibió un regalo que le cambiaría la vida: una cámara –Brownie Junior, con seis cartuchos para fotos en blanco y negro de 6×6—. Paseaba con ella a todas partes y comenzó a fotografiar las estatuas del Centro y de Paseo de la Reforma, incluso tomaba fotos de la pantalla del cine en la que se proyectaban películas de policías y ladrones.

Dos años más tarde, el «El Niño» ya estaba fotografiando autos chocados y escenas de accidentes cerca de su delegación. Con el tiempo aprendió a entablar conversaciones con la policía para ganar su confianza y amistad –lo cual no le resultó tan difícil por el negocio restaurantero de su padre y así cumplir con su cometido. 

«El Niño» –como lo conocía la mayoría— parecía tener una pizca de sensibilidad ante estas catástrofes cuando apenas tenía once años, pues fue a esa edad cuando vio el cadáver de un decapitado, y no dudó en captarlo a través de su cámara, mostrando la cabeza en sus manos.
Desarrolló un estómago tan fuerte que pudo hacer las mejores fotografías de nota roja de la Ciudad de México por 50 años.

Consiguió su primer trabajo gracias a  Antonio «El Indio» Velázquez, fotógrafo de La Prensa, quien lo vio en un accidente retratando los detalles del suceso y le dijo que fuera a la oficina para ver su trabajo, con el cual quedó muy impresionado. También trabajo para el diario Zócalo y algunas revistas como Alarma, Crimen, Guerra al Crimen, Policía, Magazine de Policía, Jaque al Crimen, Nota Roja, Prensa Roja.
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Desde luego sus mejores amigos fueron bomberos, paramédicos, policías, quienes permitían que los acompañara a donde se tuviera que retratar la catástrofe –incluso a veces llegaba antes que ellos, y sus fotografías servían para resolver el delito—. Su físico no salió intacto a lo largo de su carrera como fotoperiodista: lo atropellaron dos veces, tuvo siete costillas rotas, dos infartos y un dedo roto, pero nunca dejó de fotografiar.

«Suicida en torre de luz» fue una imagen que logró al percatarse del terrible propósito de un hombre trepado sobre una estructura, a varios metros de altura, y reaccionar inmediatamente para acudir a la escena, no muy lejos de donde estaba –prácticamente a un edificio frente a él–. La foto salió publicada en mayo de 1971, en el diario La Prensa con la siguiente nota: «Yo quería saber como era la muerte, ‘dijo Antonio N., de 45 años de edad, después de que dos hombres del equipo de rescate le persuadieron para no saltar. El hombre no tenía trabajo y dijo tener una gran cantidad de preocupaciones».

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