El mosaico romano es un complicado procedimiento decorativo que está compuesto de trocitos de piedra, mármol, vidrio, etcétera. Estos pequeños fragmentos son de diversos colores y su colocación, por manos artesanas, produce las más variadas combinaciones que permiten la reproducción, sobre una superficie sólida, de todo tipo de dibujos.
La técnica más común es el «método directo» que consiste en aplicar, sobre la superficie donde se va a colocar el mosaico, una fina capa de yeso en la cual se dibuja el motivo a reproducir y sus colores correspondientes. A continuación se sustituye el yeso por los fragmentos de mosaico, se les cementa para adquirir consistencia y se pulimenta para conseguir su nivelación.
Etimológicamente, la palabra mosaico parece derivar, en última instancia, del término griego museios, relativo a las ‘musas’, y no puede tener, en verdad, mejor origen porque al ver algunas composiciones musivarias1 que nos ha legado la Antigüedad, parecen haber sido inspiradas por las mismísimas musas, las dulces hijas de Mnemósine.
¿De qué hablamos cuando hablamos de un mosaico?
Los mosaicos más primitivos que conocemos proceden de Mesopotamia y fueron realizados hacia finales del 4000 a.C. Uno de los más antiguos se descubrió en un templo de Uruk, en donde la combinación de conos de cerámica sobre muros, formaba grandes mosaicos. También los egipcios emplearon este procedimiento ornamental y los griegos lo importaron de Oriente a partir del siglo v a.C, empleándolo con profusión en los edificios helenísticos de Siria y Asia Menor.
Por La Historia Natural de Plinio, sabemos que había un famoso mosaísta llamado Sosos, que creó mosaicos de rara belleza y, en particular, uno espléndido en el que aparecía un grupo de palomas bebiendo agua de un recipiente.
De Roma con amor
En el Egipto de los Ptolomeos cuajó con fuerza la composición musivaria, y la nueva moda fue introducida en Roma, a partir del siglo II a.C., por artesanos provenientes de Alejandría. Es, precisamente hacia el 200 a.C., cuando los guijarros empiezan a ser remplazados por teselas, pequeñas piedras talladas en forma de cubo que oscilaban entre medio centímetro y un centímetro por lado.
A este tipo particular de mosaico, los romanos lo denominaban opus tesselatum, y se cree que fue en la ciudad siciliana de Gela donde se adoptó por primera vez.
Muy apreciado era también el opus vermiculatum, compuesto de fragmentos irregulares y muy pequeños, que posibilitaban la ejecución de composiciones bellas y exquisitas, denominadas emblemata. El llamado opus musivum, origen directo de la palabra mosaico, se empleaba también en el revestimiento de bóvedas y paredes, y el opus sectile era una especie de marquetería geométrica realizada con pequeños fragmentos de mármol.
Tras su introducción en Roma por artesanos alejandrinos, en tiempos de Sila, el mosaico policromado conoció, a finales de la República, un florecimiento generalizado, como se puede apreciar en el espectacular mosaico de Alejandro y Darío en la batalla de Issos, encontrado en la Casa del Fauno de Pompeya, o en el mosaico nilótico de Palestrina.
Los mosaicos romanos, fundamentalmente de pavimento, formaban composiciones geométricas, en ciertas ocasiones cercanas al arte abstracto, junto con figuras de animales y paisajes; algunas veces recreaban, incluso, escenas históricas y mitológicas. En tiempos de Augusto la policromía es sustituida, paulatinamente, por composiciones geométricas de color negro sobre un fondo blanco, ésta dominaría las realizaciones musivarias hasta finales del siglo I d.C.
Poco después reaparecen, en la Villa Adriana, las composiciones multicolores que en Oriente, sin embargo, nunca habían dejado de ser empleadas. A partir de entonces se desarrollan, espectacularmente, los mosaicos de las escuelas regionales y, en tiempos de Adriano, destaca con fuerza la escuela africana de Cartago con decoraciones vegetales, geométricas o figurativas con abundante empleo de la policromía.
Gracias al vasto Imperio Romano y su extensa red de vías de comunicación, los emperadores militares fueron quienes más contribuyeron a la expansión del mosaico por todos los confines del imperio.
Más allá de Roma: el cristianismo
Extraordinarias son las composiciones figurativas y geométricas que los romanos consiguieron en el arte del mosaico con infinitas teselas multicolores y combinaciones extremadamente complejas. Las excavaciones realizadas en Italia, Francia, Túnez y Asia Menor, entre otras regiones, nos han revelado la existencia de abundantes y originales creaciones compositivas.
En España, en concreto, se han encontrado importantes grupos de mosaicos, realizados con diferentes y complicadas técnicas, como el que representa el sacrificio de Ifigenia de Ampurias, el Triunfo de Baco de Itálica o los Trabajos de Hércules del Museo Arqueológico Nacional.
Después de la crisis que azotó al Imperio en el siglo III, el mosaico se siguió empleando, como procedimiento decorativo, en las villas de los grandes propietarios de tierras.
Con el advenimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio tras el Edicto de Milán —313 d.C.—, se asimiló la evolución artística romana adoptándola al nuevo mensaje cristiano; pero ya desde el siglo IV, aunque se seguían creando importantes obras, se percibía la paulatina decadencia artística de la musivaria porque, al ser un arte que precisa delicadeza y tiempo, no pudo contrarrestar los múltiples desórdenes y luchas que caracterizaron estos siglos, lo que contribuyó a su lenta desaparición.
En el Mediterráneo Oriental, sin embargo, se mantuvo con fuerza, y llegó a convertirse en una de las manifestaciones artísticas más apreciadas de la época bizantina.
Mosaico con composición geométrica con zancuda, siglo V-VI d. C.
Un mosaico no es poca cosa
El mosaico, en definitiva, es una pieza de alto coleccionismo, y son muy pocos los que aparecen a la venta en el mercado del arte, provenientes en su mayoría de antiguas colecciones privadas.