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El mayusculismo

Mayusculizar es un defecto en la escritura que podría considerarse grave, es tomarse una autoridad falsa en el lenguaje.

Mi amigo sufre de una rara enfermedad. Esta enfermedad no tiene nombre aún; pero voy a dárselo: se llama o se llamará, si el nombre se acepta y corre buena fortuna, «mayusculismo».

El mayusculismo es la tendencia a escribir con mayúscula una infinidad de palabras que no la necesitan. Es decir, que no la necesitan para el común de los hombres. Porque sí la necesitan para los seres excepcionales que infunden a las palabras un alma misteriosa y tenue.

Yo digo, por ejemplo: «La Noche estaba saturada de Arcanos.» Todo caletre medianamente listo comprende que esa noche con mayúscula no es simplemente el fenómeno astronómico que consiste en que la joroba de la vieja Tierra nos tape el Sol… No es tampoco ese túnel por el que, según la audaz expresión de Jules Renard (1864-1910) —crítico literario y dramático, poeta y narrador francés; autor de El parásito e Historias naturales— pasamos todos los días… ¡Digo, todas las noches! La noche de que habla el mayusculista es una entidad, es una entelequia… y su mayúscula inicial debe ser una mayúscula trascendente —por lo demás, ¿quién no escribe con mayúscula, por ejemplo, ¡¿la Noche en que fue amado!?

El sustantivo para un mayusculista casi nunca es común, aun tratándose de los más corrientes sustantivos. Es absurdo —según él— escribir con minúscula los meses, como lo hacen de preferencia los académicos. No hay un enero igual a otro, no sólo desde el punto de vista meteorológico, sino desde el punto de vista astronómico. La Tierra jamás ha andado dos años el mismo camino: ya nunca pasará por donde ha pasado hoy, aunque amontonéis siglos y milenios. Pues, históricamente, ¿cómo va a ser un Enero igual a otro Enero? Y para quienes vamos viviendo esos Eneros, ¡qué diferencia!

«Da un paso el tiempo y las generaciones desaparecen», dijo René de Chateaubriand (1768-1848) —diplomático y escritor, considerado el fundador del Romanticismo francés—. De un Enero a otro no hay ni la trigésima parte de un paso de tiempo —suponiendo que cada paso equivalga a una generación—. Y sin embargo, ¡cuántas caras sonrientes o dolorosas se han desvanecido en la sombra! ¡Cuántas esperanzas menos!

El Hijo, que aún no era una promesa en Enero pasado, en este Enero chilla y se debate ya, porque la Mano —con mayúscula— del sembrador de Vidas —con mayúscula— lo arrojó al planeta. En cambio, el niño que llenaba de risas el ambiente de nuestra casa en el pasado Enero, en éste ya no existe, ya se diluyó como una gotita diáfana en el Océano —con mayúscula— de la Eternidad —con mayúscula—. Cierto es que vosotros sois inmortales y que los eneros —con minúscula— nada pueden traer ni quitar a vuestra sosegada inmutabilidad. Pero el mayusculista dice que él es efímero y que todas las cosas y todos los fenómenos de la vida son individuales, son sustantividades impermutables, tienen una fisonomía peculiar, un alma, en fin, muy suya…

Cierto… suele acontecer que acaba el mayusculista por despeñarse en ese plano inclinado que lleva de una simple tendencia a una manía y de una manía a un morbo en toda regla, y entonces viene el mayusculismo agudo a que me refería yo al principio de estas líneas.

Mi amigo adolece de la enfermedad en grado tal que mutila, por ejemplo, la mayúscula a los nombres propios de personas —que, según él, no merecen tener individualidad— y mayusculiza, en cambio, nombres de cosas que quizá no requieran tamaño honor. Escribe, por ejemplo, a su criado: «paco, mándame las Cartas que hayan llegado para Mí». Porque dice que Paco se llama cualquiera, mientras que cada carta es un ramillete de ideas, de afectos, de deseos; es un alma; es el pensamiento de un amigo en la blanca ánfora de un sobre… Si se le dijese que escribiera esta orden que sale frecuentemente de sus labios: «Paco, tráeme un vaso de agua», él escribiría así: «paco, tráeme un Vaso de Agua…». El Vaso es una individualidad; el Agua, más aún. En cuanto al pobre paco, no es más que un galleguito analfabeto —aunque honrado— de los alrededores de Pontevedra.

Llevar el mayusculismo a este extremo es grave, y aconsejo a mis amigos, los poetas, que procuren evitarlo. «Uno»se enferma; pero, como sanar, no sana «uno» jamás.

La congestión mental de mayúsculas todavía no está estudiada y da pie con raya a todas las psicosis moder.

Amado Nervo nació en Tepic, Nayarit, en 1870. Fue un prolífico escritor de cuentos, semblanzas, artículos humorísticos, reseñas teatrales, crítica de libros, artículos dialogados, crónicas, novelas y muchos versos. Murió en Montevideo, Uruguay, en 1919.

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