Pequeñuelos, la noticia que les traigo hoy no es buena. Me enteré de que el pasado 30 de enero el romántico escritor Edgar Allan Poe se quedó viudo. Su jovencita esposa de 24 años, la tierna Virginia Clemm, murió de una tuberculosis que padecía desde hace varios años. El pobrecito de Poe está inconsolable, Virginia era la niña de sus ojos.
Fordham, New, York, febrero de 1847
Hay que recordar que en los tiempos en que estos dos se enamoraron, su boda fue todo un escándalo, no sólo porque ella tenía sólo 13 años y él 27, sino porque ¡eran primos hermanos! Edgarín no sólo quedó como asaltacunas ante los ojos de la sociedad, sino como incestuoso. En fin, que el matrimonio se llevó a cabo el 16 de mayo de 1836 en una casa de huéspedes y con el permiso de la mami de Virginia —y tía-suegra del escritor—, a quien Poe ha aprendido a querer como a una tercera madre —es que una caritativa familia lo adoptó al morir su padre, por lo que Poe tuvo una madre natural que, por cierto, también murió de tuberculosis, y una madre adoptiva.
En fin, el aspecto familiar está enredado, así que mejor paso a otro tema, y es que hay otro escándalo detrás de la muerte de la chica Clemm, y es que al parecer, su enfermedad avanzó más a raíz de algunas habladurías que se corrieron acerca de que su marido andaba de coqueto con un par de señoras de sociedad. En primer lugar, con una tal Frances Sargent Osgood, poeta y casada y, en segundo, con otra aspirante a escritora llamada Elizabeth F. Ellet, quien a fuerzas quería «pegar su chicle» con Poe y celosa, regó el chisme de que Poe andaba con Frances y bueno, quien salió más afectada de todo esto fue la prima-esposa del poeta.
Cuentan que una noche Virginia tocaba el piano para su marido cuando de pronto, un acceso de tos la acometió y la hizo arrojar la temida sangre que históricamente es señal de tuberculosis. Y así fue. Hoy Poe está destrozado y todos temen que vuelva a la bebida, que había dejado por amor a su mujercita. Lo que sí es muy probable es que sus futuros cuentos serán más tenebrosos que nunca. Yo, la verdad, no sé si me atreva a leerlos. O tal vez sí lo haga.
Au revoir!