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El hombre como Dios

La sociedad cree que los dioses son seres sobrehumanos dotados de tal poderío que ningún hombre posee y por ello existe una diferencia.
El hombre como Dios

En una sociedad en la que a cualquier hombre se le supone dotado más o menos con poderes que podríamos llamar sobrenaturales, es obvio que la distancia entre dioses y hombres esté un poco borrosa e, incluso, escasamente desenvuelta. El concepto de dioses como «seres sobrehumanos dotados de tal poderío que ningún hombre posee nada comparable en grado y aun difícilmente en clase», ha tenido un desenvolvimiento paulatino en el curso de la historia.

Usurpación de los dioses

Para los pueblos primitivos, los agentes sobrenaturales se han considerado como muy poco superiores al hombre y a veces ni eso, pues podían atemorizarlos y coaccionarlos para que cumplieran su deseo: en este nivel intelectual el mundo es contemplado como una gran democracia; a todos sus seres, ya naturales o sobrenaturales, se les supone situados en un plano de igualdad suficiente. Mas con el desarrollo de sus conocimientos, el ser humano aprendió a ver con más claridad la inmensidad de la naturaleza y su propia pequeñez y debilidad ante su presencia.


En cuanto el hombre intenta explicar el mundo en que vive, lo representa como una manifestación de una voluntad consciente y agente personal. Si él se siente tan débil y pequeño, ¡cuán inmensos y poderosos debe juzgar a los seres que dirigen la gigantesca máquina de la naturaleza!
De esta forma, su primitivo sentimiento de igualdad con los dioses se va desvaneciendo y, al mismo tiempo, la esperanza de dirigir el curso de la naturaleza sólo con sus propios recursos, es decir, por magia, considerando en cambio cada vez más a los dioses como los únicos depositarios de aquellos poderes sobrenaturales en los que anteriormente reivindicaba su participación.


Por consiguiente, con el progreso del conocimiento, las oraciones y los sacrificios toman la parte más importante en el ritual religioso; mientras que la magia —que en otros tiempos tenía un rango muy legítimo—, es gradualmente relegada hasta quedar en un arte tenebroso: se la considera usurpación de la soberanía de los dioses —presuntuosa e impía— y como tal, tropieza invariablemente con la oposición de los sacerdotes, cuya reputación e influencia crecen y decrecen junto con la de sus dioses.


En consecuencia, cuando en un periodo posterior aparece la distinción entre religión y superstición, encontramos que los recursos de la parte de la sociedad más pía y culta son el sacrificio y la oración, mientras que la magia es el refugio de supersticiosos e ignorantes.
Pero más tarde, el concepto de las fuerzas elementales como agentes personales da el paso al reconocimiento de la ley natural: la magia basada en una consecuencia necesaria de causa a efecto, reaparece saliendo de la oscuridad y descrédito en que había caído, y por la investigación del orden de sucesión causal en la naturaleza, prepara su camino a la ciencia. La alquimia conduce a la química.

La noción de un «dios-hombre»

La noción de un «dios-hombre» o de un ser humano dotado de divinos poderes sobrenaturales pertenece esencialmente al periodo más primitivo de la historia religiosa, en la que dioses y hombres eran considerados todavía como seres de casi la misma clase y antes de quedar separados por un abismo infranqueable, que el pensamiento ulterior abre entre ellos.
“En 1984 la estadounidense Mary Ellen Tracy fundó su propia religión llamada Church of the Most High Goddess —Iglesia de la Altísima Diosa—, que en realidad le sirvió para poner una casa de producción y producir pornografía”.

Aunque pudiera parecernos extraña la idea de un dios encarnado en forma humana, no es como para sorprender y sobrecoger al hombre primitivo, que ve en un «dios-hombre» o en un «hombre-dios» tan sólo un grado más alto de los mismos poderes sobrenaturales que él mismo se arroga de buena fe. No establece diferencia demasiado grande entre un dios y un hechicero poderoso. Y como se cree generalmente que los dioses se presentan a sus adoradores en figura humana, es fácil para el mago, con sus supuestos milagrosos dones, adquirir la reputación de ser una encarnación divina. De esta forma —y comenzando poco más que como simple conjurador—, el curandero o mago asciende y brota del capullo a la espléndida floración de ser a la vez, un dios y rey.


“Entre los aborígenes australianos la práctica de la magia es general, mientras que la religión es casi desconocida”.
Aduciremos algunos ejemplos de dioses que sus adoradores han creído encarnados en seres humanos vivos, hombres o mujeres. Las personas en quienes se cree haberse revelado una deidad no siempre han de ser reyes o descendientes de reyes; la supuesta encarnación puede tener lugar en hombres, aun del más humilde rango. En la India, por ejemplo, un dios humano comenzó su vida como blanqueador de algodón y otro como hijo de carpintero.


La creencia en la encarnación temporal o inspiración es mundial. Se cree que ciertas personas son poseídas por un espíritu o deidad; mientras dura la posesión, su propia personalidad queda en suspenso y la presencia del espíritu se revela por temblores convulsivos y sacudidas de todo el cuerpo, con ademanes bruscos y miradas extraviadas, todo lo cual no se achaca a la persona misma, sino al espíritu que se ha adentrado en ella. En este estado anormal todos sus dichos se aceptan como la voz del dios o espíritu alojado en su interior y que habla por su intermedio.


Así, por ejemplo, en las islas Sandwich el rey, personificando al dios, daba las respuestas del oráculo, oculto en una construcción de cestería, pero en las islas del Pacífico meridional «era corriente que el dios entrase en el sacerdote
que, poseído por la deidad, cesaba de actuar y de hablar como un agente voluntario para moverse y hablar cual si estuviera enteramente bajo la influencia sobrenatural»
. Los actos del hombre así señalado se consideraban durante este periodo como del dios mismo y por esto se tenía la mayor atención puesta en sus expresiones y conjunto de su proceder… cuando estaba uruhia —bajo la inspiración divina— se consideraba al sacerdote tan sagrado como dios, y durante este periodo le llamaban atua —dios—, aunque en los momentos corrientes se le denominaba solamente taura o sacerdote.


“La confusión de la magia con la religión tal vez fue precedida por una fase del pensamiento aún más antigua, cuando la magia existía sin religión”


En el templo de Apolo Diradiotes, en Argos, los griegos sacrificaban un cordero una vez cada mes; una mujer que tenía que obedecer una regla de castidad, gustaba la sangre de cordero, quedando así inspirada por el dios y profetizando o adivinando. En Egira —Acaya, Grecia—, la sacerdotisa de la diosa Tierra bebía la sangre derramada de un toro antes de descender a la cueva a profetizar. Del mismo modo, entre los kuruvikkaranos, una clase de pajareros y mendigos del sur de Indostán, se cree que la diosa Kali desciende sobre el sacerdote que da respuestas de oráculo después de tragar la sangre que sale a chorros del cuello cortado de una cabra. Se cree que la persona inspirada temporalmente adquiere no sólo sabiduría divina, sino también poder divino, al menos en ocasiones.

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