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El gran viaje del circo

En este artículo te presentamos un extracto del libro Historia del circo, escrito por Dominique Mauclair, el cual nos sumerge al espectáculo viajero desde sus inicios; las primeras compañías y acróbatas en el mundo.

Risas, fuerza, equilibrio y aplausos acompañan esta narración. ¿A dónde nos llevará el día de mañana el espectáculo?
Nacido en París el 4 de junio 1929, Dominique Mauclair fue profesor de geografía, y ha dedicado gran parte de su vida y su carrera al mundo del espectáculo, en particular a estudiar la historia actual del circo: Ha recorrido país por país las circunstancias de estos temerarios artistas en todo el mundo.

Tras la II Guerra Mundial se convirtió en periodista especializado en artes mientras tocaba el banjo en las orquestas de Nueva Orleans y en Saint-Germain des Prés. Poco después se convirtió en jefe de prensa del circo: trabajó 24 años en «La Gala de la pista», la transmisión radiofónica número 1 en Europa, justo ideada para aumentar los ingresos del circo. Cuando el programa terminó su transmisión, Mauclair se convirtió en administrador de Napoléon Rancy, una de las compañías circenses más relevantes del momento.

Trabajó también para Walt Disney como director de Marketing para toda Francia

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En 1977 creó el festival Mundial de Circo del Mañana y fue nombrado presidente del Circo Nacional Francés. Gran amante del espectáculo en pista, caza talentos, escribano, contador, e incluso cocinero cuando era necesario, Mauclair logró conocer de cabo a rabo los misterios debajo las carpas coloridas; luego decidió revelar sus viajes en el espectáculo circense. He aquí su testimonio:

«Cuando entré a la profesión de cirquero, las primeras lecciones me fueron impartidas por aquellos a quienes considero “progenitores de pista”, Henri y Till Rancy, propietarios del Circo Napoleón Rancy. Me acababan de contratar como responsable de prensa pero, muy pronto, mis directores empezaron a encargarme toda clase de cometidos. Por eso hoy sé cuánta tierra y cuánto aserrín hace falta para preparar una buena pista para los caballos, cómo organizar el transporte del forraje al terminar cada etapa o cómo comportarse con los inspectores de la Sociedad de Autores o de la Agencia Fiscal.

Tilly Rancy era una fanática de la buena gestión. Siempre presentable a la hora de recibir al público engalanada con pendientes y collares, insistía en que aprendiera de ella a “rellenar” la sala, es decir a equilibrar los asientos ocupados, según el número de entradas vendidas.

A veces dejaba a mi responsabilidad esta delicada tarea diciéndome “¡Mauclair, sobre todo asegúrese de acoger correctamente a los ‘viajeros’!”

Los viajeros eran los trabajadores del circo y de la feria, tanto los humildes como los renombrados, aquellos que sobrevivían con una lotería “de azúcar” —un producto que en la década de los 50 del siglo XX era más bien escaso— o que recorrían el territorio francés con carpas gigantescas.

Los tiempos de los viajeros

En aquellos tiempos ya no se les llamaba “saltimbanquis”, un término algo anticuado que recuperó su prestigio después de 1968, gracias al renacimiento de las artes callejeras; tampoco se les decía “titiriteros”, una expresión algo peyorativa y que se aplicaba sobre todo a los gitanos.

Cirqueros, gracias a Dios, aún no se había puesto de moda, de modo que simplemente les llamábamos «viajeros»
Este término es el más apropiado para los trabajadores de un circo de feria, puesto que el viaje está en el origen de la difusión y la evolución de la acrobacia. Por eso presentaré esta Historia del circo, como un diario de viaje.

Si aceptamos la tesis de los historiadores chinos, en cuanto a que los primeros acróbatas fueron los cazadores más hábiles, situando así el origen de la acrobacia cinco milenios antes de la nuestra era; si el primer acróbata fue un cazador superdotado que utilizó su flexibilidad, habilidad o fuerza para efectuar una maniobra difícil, pronto debió comprender que, para continuar sorprendiendo con su proeza, debía emprender el camino, a fin de renovar continuamente su público.

En el libro chino Historia imaginaria de los acróbatas de Wu-Quiao, editado por los Servicios de Cultura de la provincia de china en Hebei, he hallado una leyenda que data de la época del emperador Amarillo que presenta una versión seductora, quizá verídica, del origen de la acrobacia.

El mundo es su territorio

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Esta necesidad de sorprender fue lo que empujó al acróbata a abandonar la granja o tienda, a desertar del ejército, descender el curso de un río y emprender viaje. Por esto, la comunidad de los acróbatas, siempre dispuesta a admitir a nuevos miembros, frecuentemente se mezcló con militares, gendarmes o pillos; asociándose con otros pueblos migratorios como los gitanos o los esclavos manumisos.

Al estudiar el árbol genealógico de una dinastía circense, nos encontramos con un mapa de los grandes movimientos humanos, dado que los acróbatas frecuentemente se han fortalecido con el contacto de exploradores o revolucionarios. Los saltimbanquis siempre han sido capaces, al igual que los marineros, los jesuitas y los banqueros genoveses, de enfrentarse a los mares revueltos.

Viajeros, gente con un fardo como única pieza de equipaje y, mañana, circonautas. Cuando Isabelle Mauclair acuñó esa denominación, la definió como «un acróbata que, en los tiempos actuales, se desplaza en el espacio y en el tiempo».


En ocasiones, el acróbata tiene una estancia que se prolonga más de la cuenta para inventar la pista de 13 metros de diámetro y que se convierte en escenario del circo. O bordeará las leyes del teatro, usando la mímica para explicar las aventuras más extraordinarias, creando con sus actuaciones un espectáculo tan fabuloso que Théophile Gauthier denominara «ópera visual».

Este libro es también la historia de la fabulosa cabalgata de aquellos que partieron a descubrir el mundo, a la conquista de lo imposible para ofrecer al público un mundo aún más fabuloso, el del sueño y la imaginación.

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