Estos cuadros conocidos como «big eyes», fueron bastante populares en la década de los 70, y se convirtieron en un objeto de culto. Se vendían firmados con el apelativo Keane, y durante más de una década ocultaron la terrible historia de mentiras y abuso doméstico que sufrió su verdadera creadora.
Margaret Doris Hawkins nació en Nashville, Tenesee, y desde temprana edad manifestó una gran afición por el dibujo, lo cual la impulsó a estudiar Arte, primero en su ciudad natal y luego en Nueva York.
Fue precisamente en esta ciudad donde conoció a su primer esposo Frank Ulbrich, y después de que naciera su hija Jane, el matrimonio se derrumbó y a mediados de los años cincuenta Margaret decidió tomar sus maletas, y abandonó a su esposo para emprender un rumbo distinto con su hija en la ciudad de San Francisco.Margaret intentó mantenerse con su trabajo artístico, pero pocos estaban interesados en los niños de ojos grandes y tristes que la joven madre pintaba.
Un día, en un mercado de arte al aire libre, Margaret se encontró con «el hombre de su vida» –para bien y para mal–, y le fue fácil enamorar a Jane con su carácter extrovertido y cautivador encanto. Walter Keane era su nombre. Según él había estudiado Arte en Europa, también tenía una hija de un matrimonio pasado, trabajaba como vendedor de bienes raíces, aunque nada de esto se lo comunicó a Margaret desde un principio.
Felicidad aparente
La pareja se casó en 1955 en Hawái, y durante un tiempo todo marchaba bien para Margaret, pues creía haber encontrado la verdadera felicidad. Poco a poco su situación comenzó a cambiar. El primer golpe para descubrirlo llegó cuando Margaret se sorprendió de las mediocres habilidades de Walter en el arte, y los paisajes que hacía pasar en su autoría, incluyendo el que supuestamente estaba pintando cuando se conocieron, eran plagios de otras obras. Aún así, Margaret decidió seguir a su lado.
Ella siempre había sido introvertida y callada, así que cuando Walter le propuso que se dedicara a pintar mientras él intentaba vender sus cuadros de los niños de ojos grandes, ella aceptó sin reservas. Walter comenzó a distribuir las pinturas en clubes nocturnos y galerías, pero comenzó a tomarse el crédito como si él los hubiese pintado.
Mientras los « big eyes » comenzaban a tener éxito, Walter se dedicaba a mermar la autoestima de Margaret, diciéndole que su trabajo era malo y abusando psicológicamente de ella.
Margaret, quien incluso fue obligada a estar encerrada en su estudio pintando, no se enteró de la farsa hasta que el matrimonio visitó un club nocturno dónde se exhibían las obras que ella había pintado y un hombre le preguntó: “¿Tú también pintas?”.
Esa noche, Margaret confrontó a Walter, quién admitió todo pero logró persuadirla para seguir con ese «leve» engaño, porque según él era la única forma de vender las pinturas. Margaret, sin medios para sostener económicamente a su hija, aceptó el acuerdo.
La vida de Margaret hecha un infierno
Margaret estaba esclavizada a pintar hasta 16 horas seguidas sus retratos de «big eyes» mientras Walter daba entrevistas, despilfarraba dinero en mujeres, en alcohol, y eso sí, mientras se ocupaba de idear planes comerciales para difundir y comercializar los peculiares cuadros que él se adjudicaba.Walter mantenía a su esposa amenazada de muerte, y en varias ocasiones sugirió la posibilidad de quemar la casa, aún con Margaret y su hija dentro.
La opresión que Margaret sentía se vislumbraba en cada pincelada de sus cuadros. Los «big eyes» conquistaron al público y se comenzaron a reproducirse de forma masiva a través calendarios, pósters, y en el estampado de distintos productos comerciales. Algunos críticos despreciaban estas obras, algunos hasta las consideraban vulgares y de mal gusto; celebridades como Joan Crawford, Kim Novak y Natalie Wood compraban los cuadros. Walter repitió una y otra vez a los medios que su inspiración para dibujar a los niños habían sido los huérfanos de la posguerra que vio durante su estancia en Europa.
Un día Walter le exigió a su esposa algo que a Margaret le pareció imposible: Realizar una pintura con 100 de estos niños «big eyes», de todas las culturas y razas, por encargo de la Organización de Naciones Unidas –onu– llevaría a la Feria Mundial de 1964. La obra se tituló «Tomorrow Forever», e incluso antes de exhibirse los críticos la destrozaron.
La fe, su salvación
Después de 10 años de tortura, Margaret por fin decidió separarse de Walter. Se retiró a Hawaii, donde se casó por tercera vez y se volvió Testigo de Jehová. Durante muchos años siguió enviándole pinturas en secreto a Walter, hasta que también decidió revelar el fraude en una entrevista radiofónica en 1970.
La pintora retó a su ex marido a realizar una pintura en vivo en Times Square, pero él se negó y se refugió en Europa durante doce años.
A inicios de los años 80 Walter reapareció públicamente para enfrentar a Margaret por los derechos de las obras. Él tenía 70 años y Margaret 58. Tuvieron que realizar una pintura en el juzgado.
Ella terminó la suya en menos de una hora, mientras que Walter se excusó del reto debido a una supuesta lesión en el hombro. Finalmente el juez falló a favor de Margaret y restituyó todos sus derechos sobre los «big eyes», mientras que Walter fue condenado a pagar una multa millonaria, la cual nunca cumplió ya que murió en el año 2000, y en bancarrota.
La fraudulenta historia de estos niños de ojos tristes conmovió al cineasta Tim Burton, quien encargó a Margaret un retrato de él junto con su esposa e hijo, pues desde pequeño fue fanático del trabajo de Keaton –bueno, de Margaret–; más tarde decidió retratar su historia en la cinta Big Eyes (2014), en la que Margaret es interpretada por Amy Adams y Cristopher Waltz da vida a Walter.