En 1891, poco después de leer El retrato de Dorian Gray, del gran Oscar Wilde, un joven perplejo llamado Bernulf Clegg escribió al autor y le pidió en tono educado que le explicara la afirmación de que «el arte es más bien inútil», que aparece en el prefacio de la novela. Se llevó una sorpresa al ver que, en su rápida respuesta, Wilde hacía exactamente lo que le había pedido.
Estimado señor:
El arte es inútil porque su propósito consiste simplemente en crear un estado de ánimo. No pretende instruir, o inducir a la acción en ningún sentido. Es estupendamente estéril y lo que define su placer es la esterilidad. Si tras la contemplación de una obra de arte se produce cualquier tipo de actividad, o bien la obra es de segunda categoría, o el espectador no ha conseguido captar por completo la impresión artística.
Una obra de arte es inútil como lo es una flor. La flor se abre para su propio gozo. Nosotros obtenemos un momento de gozo al contemplarla. No hay nada más que decir sobre nuestra relación con las flores. No forma parte de su esencia. Es accidental. Es un uso erróneo. Me temo que todo esto es muy complicado. Es un asunto largo.
Atentamente, Oscar Wilde.