El autorretrato es una vertiente artística en particular interesante, ya que en ella tienen lugar varios fenómenos simultáneos que la convierten en una manifestación lúdica, narcisista, introspectiva, autobiográfica, autoanalítica y autocrítica, denotativa, obsesiva y prácticamente obligada para cualquier artista.
Es muy probable que, desde la Antigüedad, los artistas se hayan pintado a sí mismos, pero, como el arte era anónimo, no sabemos qué obras son autorretratos. Fue hasta el Renacimiento cuando el hombre se colocó como centro del universo y los artistas empezaron a ser valorados por su trabajo, que el autorretrato se instala y prolifera como género pictórico.
Todos tenemos un enigma
¿Por qué autorretratarse? Responder a esta pregunta equivale a determinar la base existencial del ser humano o desentrañar su psique. Fernando Yurman asegura que es un acto de confesión, mientras que Julian Bell afirma que en el autorretrato «se esconde algo misterioso en la frontera del que ve y del que es visto».
«Al principio, el autorretrato es un aprendizaje, y luego se vuelve una representación: he aquí como me veo, he aquí como pienso que me vi» Pablo Picasso, gran practicante de este género.
De esta forma, la confesión de la que habla Yurman puede ser sólo una mentira que el artista se cuenta a sí mismo, pero también cabe la posibilidad de que el autorretrato permita contemplar la exhibición honesta de lo que se es y el valor para aceptarlo.
El resultado del autorretrato no siempre apela a un sentido realista, pues, según Kant, «este concepto viene a ser una semejanza con lo que de éste se quiere ver, aunque no concuerde con su objeto ni su determinación»; así, un artista como Diego Rivera se pinta a sí mismo con cara de sapo; José Luis Cuevas, deforme y grotesco; Miguel Ángel Buonarroti, descorporizado, como en El juicio final —en el cual no es más que el pellejo del desollado San Bartolomé—, y Robert Rauschenberg, en su Repetidor, da un salto al interior de su cuerpo por medio de radiografías.
Miguel Ángel, El Juicio Final (detalle), 1537-1541.
Mi modelo, yo mismo
Lo más ordinario sería pensar que el artista, al carecer de un modelo, opta por su propia persona como la solución más accesible, tal como hizo Leonardo da Vinci en el bien conocido dibujo de sí mismo.
Sandro Botticelli, Adoración de los Magos (detalle), 1475.
Sin embargo, la práctica de ser el modelo de sí mismo va más allá de lo que refleja el espejo y se adentra en una serie de juegos internos de muy distintas motivaciones y expresiones, que yo dividiría de la siguiente manera:
Como actor de una escena: En esta modalidad, el autor representa algún suceso, ya sea histórico, bíblico o mitológico, en el que participa como actor, al tiempo que actualiza y declara sus creencias e ideología. Tal es el caso de Bennozzo Gozzoli en su El cortejo de los Reyes Magos, en el que es parte de la multitud; de Sandro Botticelli en su Adoración de los Reyes Magos, o de Eugène Delacroix en La libertad guiando al pueblo.
Diego Velázquez, Las Meninas (detalle), 1656.
Como miembro de un grupo: El autor se coloca ante el ojo del otro, escudado y secundado por otros personajes, o sea que se presenta, pero no se expone. Esto hace Rafael en su Retrato del artista con un amigo; Pierre-Auguste Renoir en la escena de La posada de Madre Anthony; Diego Velázquez en Las meninas, en la que, en un atisbo, cruza su mirada con la del espectador; Diego Rivera en Sueño de una tarde de domingo en la Alameda, y Marc Chagall, el eterno novio volador en tantos de sus cuadros.
Pablo Picasso, Serie La Minotauromaquia, 1936.
Como otro personaje. La transfiguración es el medio que valida lo que no se es o expone lo que de otra manera podría afectar la sensibilidad del observador. Esta modalidad presenta al autor desde una perspectiva más simbólica, tal como aparece Caravaggio en su Autorretrato como Baco, o «El Greco» en su Autorretrato en la figura de San Lucas, y Picasso, que se representa a sí mismo como un minotauro, figura con que él valida el concepto de su sexualidad.
Artemisia Gentileschi, Alegoría de la pintura, 1593.
Como modelo de sí mismo: En este tipo de autorretratos, no sólo el autor se muestra como un bicho que hay que ver, sino que, al asumir su pertenencia a un gremio, plasma en sus cuadros su condición de artista en el preciso momento de pintar, tal como lo hace Catharina van Hemessen, Antonis Mor, Annibale Carracci, Judith Leyster, Artemisia Gentileschi, Juan O’Gorman, André Derain o René Magritte.
Se dice que toda obra artística es una especie de autorretrato, pero lo que distingue a este género en particular es su carácter estético, sensible, original, definido y único, así como lo que declara acerca de sus autores.
Conoce más razones por las que los artistas se autorretratan en Algarabía 55.