Bebedor infatigable y lúcido, lector voraz y desordenado, pero ordenado, pero ordenado al momento de sentarse a escribir, «amigo leal y padre cariñosísimo» -De acuerdo con su hijo David-, Efraín Huerta fue un adorador de la mujer y asimismo de las mujeres.
Huerta fue un poeta sin el menor interés por hacer una carrera literaria convencional; exploró los vericuetos del amor en toda su obra: amor a su país, a su familia y sobre todo amor a las causas justas de la libertad y el respeto. Sus obras están cargadas de picardía y albur, pero también de solemnidad y de dolor.
Nació en Silao el 18 de junio de 1914 y fue uno de los hijos de la Revolución, como tan bien lo expresó de él José Emilio Pacheco —al igual que de sus contemporáneos Octavio Paz y José Revueltas. Desde la adolescencia fue un revolucionario apegado a la Juventud Comunista y fue en esos años en que descubrió su vocación periodística y dejó a un lado la carrera de abogado que había iniciado.
Fue cronista, reportero, editorialista, crítico de cine, pero sobre todo poeta, un poeta del amor.
Quizá los Poemínimos, por su tinte divertido y sarcástico, son los poemas más conocidos de Huerta y los preferidos; muchos de ellos son plagios, como él mismo los llamaba e incluso como los llegó a titular, pero realmente lo que hizo fue darles un giro a esas frases ya hechas que transformó en un juego poético.
Efraín Huerta murió en la ciudad de México el 3 de febrero de 1982, pero su obra, como la de todo autor trascendente, sigue vigente y es hoy uno de los dignos representantes de la literatura mexicana.