Queridísimos, estoy de paso en esta ciudad para verificar cierta información que me llegó acerca del rey Eduardo VII del Reino Unido. Y es que, si los idilios extramaritales fueran realmente canas al aire, el monarca estaría casi calvo.
Londres, Inglaterra, diciembre de 1902
Pues resulta que sí, chicos: Eduardo VII es, simple y sencillamente, tre-men-do. Es un buen diplomático y un tipo muy inteligente y carismático, no lo podemos negar. Es un hombre muy elegante que impone moda, esto también es innegable, pues los caballeros le copian todos y cada uno de sus atuendos: el smoking con corbata negra, los cuellos de sus camisas, el pantalón arremangado —lo que hizo para no manchárselo de barro y todos imitaron—, el no llevar abrochado el último botón del chaleco —aunque esto se debe a su gordura—… en fin.
Pero contra estas cualidades se enfrentan su frivolidad, su afición por el juego y otras diversiones caras y, sobre todo, sus líos de faldas. Así es, hijos míos: ¡el rey es todo un playboy! Desde muy joven dio de qué hablar, tanto así que su mamá, la reina Victoria, ¡lo acusó de la muerte de su padre!, el príncipe Alberto, dicen que por el coraje que hizo al enterarse de que su hijo había pasado una noche con una actriz en un campamento de Irlanda. Ay, tan delicado el príncipe consorte, que de un entripado se nos fue.
Y los escándalos apenas empezaban. La fila de amantes de Eduardo VII es tan larga que da varias vueltas a la manzana: por un lado están las amantes «oficiales», que son más de 50; y por otro, las de sólo una noche, que, por supuesto, se cuentan por cientos. Según las cuentas, el rey ha tenido unas tres amantes semanales a lo largo de más de cuatro décadas. ¿Qué tal? Ese sí es un récord.
A todo esto, ¿qué dice su esposa, Alejandra de Dinamarca? Qué va a decir: se hace de la vista gorda, no le queda de otra. Lo cierto es que prefiere a algunas amantes. Por ejemplo, le tiene cierta estimación a Agnes Keyser, una caritativa dama de sociedad de 47 años que ha convertido su casa en hospital para los heridos de la Guerra de los Bóers, en Sudáfrica.
La que sí le cae gorda es Alice Keppel, una socialité de 33 años —el rey ya tiene más de 60— muy atrevida, ya que llega de acompañante del rey a las reuniones ¡donde está la reina! Está bien que Ale acepte que su marido ande de… fácil, pero que se las pase por enfrente sí le debe de calar.
Entre las amantes más ilustres de Su Majestad están las actrices Lillie Langtry y Sarah Bernhardt, la prima donna Hortense Schneider, la prostituta Giulia Barucci y las nobles damas Daisy Greville, condesa de Warwick, Susan Pelham-Clinton y lady Randolph Churchill, quien tiene dos hermosos retoños: Winston y John.
Mis amores, mejor ya no sigo con esta lista, pues se me van a aburrir; nada más les dejo el dato de que Eduardo ha sido el culpable de varias docenas de divorcios en este Reino Unido que, bajo el reinado de su madre, jamás toleró tamañas desvergüenzas, y menos en el rey, quien debería dar ejemplo de moralidad. Eso debe de estarse diciendo mamá Victoria mientras se revuelca en su tumba. Au revoir!