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Editorial 109

Ires, venires y devenires

Ires, venires y devenires
Creo que mucho de lo que aporta una revista como Algarabía, querido lector, es el poder ir y venir a lugares, en palabras, en ideas, en formas, en colores, en puntos de vista, en conceptualizaciones y objetos, en cosas y en personas de distinta índole. Conocer, ver, palpar, entender y comprender con el único y fino propósito de hacerlo y de disfrutar haciéndolo sin tratar de llegar a ninguna parte, justo porque no se trata de llegar —a diferencia de como cuando se estudia para un examen… ¡faltaba más!—, sino de reírse y pasar un buen rato.
Y precisamente por ello y para ello está diseñado —como todos y cada uno— éste, nuestro número 109. Empezando por la portada y el artículo de nuestro Diego Rivera, el mejor pintor mexicano de todos los tiempos, seguido de una serie de cuestionamientos por demás interesantes: ¿Cómo ha cambiado la fisonomía de Nueva York, ésa que nos pintaba Woody Allen? ¿Qué relación tienen la memoria prodigiosa del Funes de Borges y el insomnio? ¿Qué tipo de seres extraordinarios y fantásticos entreveían los conquistadores al llegar a la América ignota? ¿Cómo se diseña la comida chatarra para hacerla más adictiva? ¿Quién estaba detrás de las expediciones a Marte de la nasa? y ¿quiénes fueron las verdaderas Poquianchis?
Entre otros temas que surgen casi sin quererlo, están las bibliotecas más famosas e importantes del mundo en un Causas y azares y un Top 10 que conviven con un ameno e interesante texto de Javier Marías —parte de su novela Todas las almas— sobre las librerías de viejo; además de una sección de trivia con datos desconocidos y curiosos de nuestro planeta.
En temas lingüísticos —de ésos en los que siempre tenemos para dar y regalar— descubrimos el origen de telera; discurrimos sobre la «definición» de homosexual en el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio; nos encontramos con marrulleros y dilucidamos si se cuece o se cose; además, nos topamos con el óbice, el ápice, el ábside y la vorágine; nos adentramos en el lenguaje de señas mexicano y nos acordamos de mi gran maestro, el lingüista José G. Moreno de Alba.
Cerramos con broche de oro con detalles acerca del Museo de l’Orangerie —cuyas obras tendremos el privilegio de ver en México—, el Dr. Fu Manchú y planteando un cuestionamiento inusitado que nos hace Javier Nuño: ¿la medicina es para el dolor o para quien siente el dolor? Mientras lo resuelve, querido lector, le invitamos a seguir leyendo.

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