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Editorial 106

Recorremos en este número, a los clásicos, los diez lugares que nunca conoceremos, el uso de razón y un gran artículo de Juan Goytisolo: «Belleza sin ley».

Volviendo a los clásicos

Los clásicos son los clásicos, aun cuando nadie los conozca a fondo, aunque sean un lugar común que hemos escuchado hasta el cansancio, pero al que la mayoría le rehúye: Virgilio, Roma, Grecia, Alejandro Magno, Zeus, ¿quién no los ha oído mentar? Sin embargo, son pocas, realmente pocas, las personas que pueden presumir de conocer la Antigüedad clásica, porque para ello habría que empezar por saber griego y latín, y pues eso ya, de por sí, está muy difícil.
Pero no hay que descorazonarnos, la cosa no está tan complicada: podemos ir adentrándonos a los clásicos, poquito a poco, a la manera de Algarabía, cuyo número 106 está en gran parte dedicado a ellos. Empezamos hablando de un invento muy griego: la regadera; de la serie de televisión Yo, Claudio, basada en la novela de Robert Graves; de Ptolomeo ne, ne; de las columnas u órdenes clásicos —dórico, jónico, corintio—; de la historia de la filosofía clásica; de lo que realmente era el circo romano y de todos los mitos alrededor de él; de la vida y milagros de Julio César; también reivindicamos a los golosos romanos y sus costumbres culinarias, y aclaramos lo que en realidad significa el amor platónico, para terminar con una cuasi completa cronología de la Antigua Grecia.
En otros tenores, en este ejemplar también encontrará usted, querido lector, una simpática anécdota sobre
el poder de la palabra escrita, la segunda parte sobre cómo se inventó la física moderna, palabrotas muy útiles para los filósofos —como axioma y teorema— y otras más arcaicas como las que exclamaba la tía Eustolia cuando no te había visto en mucho tiempo :«Pero ¡qué repuestita estás, se ve que has embarnecido!», así como la segunda parte del artículo de «su servilleta» sobre el habla de usted y de tú, y la revelación de cuándo se dice inmigrar, migrar o emigrar.
Recorremos también, en este número, diez lugares que nunca conoceremos; les decimos qué onda con el uso de razón y, de paso, incluimos un gran artículo de Juan Goytisolo: «Belleza sin ley».
Que por clásicos y modernos no paramos, ni pararemos nunca en esta publicación, que es de las poquísimas 
en este país enteramente dedicada al lector: a usted que nos lee, que nos compra, que nos disfruta. Nunca acabaremos de agradecerle.

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