La lengua, lo hemos dicho en incontables ocasiones, es una entidad viva que cambia día con día, de acuerdo con los usos de los hablantes, y recibe la influencia de otras lenguas, ya sea por proximidad geográfica o por predominio cultural o político. En el caso del español de México, son muy frecuentes los préstamos lingüísticos1 del inglés, dada nuestra cercanía con los EE. UU. Pero, ¿hasta qué punto hablamos de préstamos, y hasta dónde de pochismos?
—¿Quiere dinero para atrás?
—me pregunta muy seria la señorita de la caja registradora.
—¡Achis, achis! ¿Dinero para qué? —le respondo con otra pregunta y poniendo cara de what?
—Para atrás —repite sin inmutarse.
—No, muchas gracias —le contesto sin entender, y empezando a sospechar que aquí la paisana me está dando una albureada sabrosa.
—Pues píquele al botón si no quiere —agrega, enigmática.
—¿Cuál botón? —vuelvo a preguntar: hay como diez en la pantallita de la terminal electrónica donde tuve a mal deslizar mi tarjeta de débito.
—El que dice «No cash back» —remata, ya medio molesta, y con una expresión que se podría traducir como: «¿de dónde habrá salido este idiota que no entiende nada de spanglish?».
Respuesta: el idiota había salido de la Ciudad de México, y no sabía mucho de pochismos. De hecho, a duras penas balbuceaba el español chilango: su lengua materna, su verdadera y única patria. Pero dejemos los patriotismos para el 15 de septiembre.
El «dinero para atrás» me había cogido por sorpresa. Acababa de mudarme a California y ése era mi primer contacto con una nativa de buena cepa chicanoparlante. Aunque, la verdad sea dicha, tampoco sabía qué demonios era eso de cash back. Me lo tuvieron que explicar después: palabras más, palabras menos, cash back significa que puedo sacar dinero de mi cuenta de cheques al pagar con la tarjeta de débito en farmacias, supermercados, gasolineras, etcétera, de modo que la caja registradora funciona como cajero automático. Algún vago de siete suelas tradujo literalmente esos términos bancarios y he ahí que parió el monstruín: «dinero para atrás». Menos mal que la preposición elegida fue para y no por.
40 millones de latinos en los EE. UU. hacen uso de los «pochismos». La cifra representa 10% de la población de habla hispana a nivel mundial.
«Dinero para atrás» fue el primero de los muchos pochismos que he visto, oído, leído o padecido desde que me mudé a Gringolandia en abril de 2001. Intentaré hacer, sin fines de lucro y por puro amor a la humanidad, una lista de los que me parecen simpáticos. Porque algunos sí que lo son: dan lugar a cómicos equívocos lingüísticos —anda, tres esdrújulas al hilo— o a francos disparates. Pero qué le vamos a hacer: es el precio auditivo y visual que se paga por andar en la pizca del dólar. A los puristas del idioma les recomiendo que cambien de página porque lo que sigue puede elevarles peligrosamente los niveles de bilis o causarles chorro. Bueno, advertidos quedan. Si siguen de morbosos, luego no me la anden refrescando.
Ahí van ―o, como se dice por acá, «jíer dei gou»:
Llámame para atrás. De los creadores de «dinero para atrás» llega esta sensacional oración, con una sintaxis que linda entre lo esotérico y un significado propio de la ciencia ficción. Atrás quedaron las épocas en que uno se conformaba con «devolver la llamada» o «llamar de vuelta». Viaje conmigo en el tiempo: llámeme «para atrás» —call me back—. ¿Que cómo se logra semejante proeza telefónica? Muy sencillo: hablando en reversa: «adiós, Bueno. alegro Me. bien Qué. ¿estado has Cómo? Hola». No se la pierda.
La carpeta. Usted, lector curioso, pensará de inmediato en una «cartera grande, generalmente de piel, que sirve para escribir sobre ella y para guardar papeles». Pues no, se equivoca de cabo a rabo. En el país de Conan el Bárbaro y Barbie Sirenita, la carpeta es la alfombra —carpet, en la lengua de los lugareños—. Y «vaquear la carpeta» —to vacuum the carpet— no es algo rebuscado y bestial como «cubrir frecuentemente el toro a la vaca sobre una alfombra», sino simplemente aspirar la alfombra. Muuu.
Las esprincas. La primera vez que oí estas dos palabras pensé que así les decían a unas vecinas pizpiretas y buenonas. Error. Son los viles aspersores —sprinklers— del jardín. Si las esprincas «liquean», no es que las vecinas anden en plan porno —lástima—, sino que los aspersores gotean o tienen fugas —the sprinklers are leaking—. Y gota a gota el agua se agota. Ay, qué chistoso ando hoy.
Déjame saber. Yo te dejo, maestro; ¿quién soy yo para negarte la sabiduría? Nuevo error, craso error de mi parte. Mi interlocutor no me pedía a lo barroco que le permitiera saber equis cosa, o que no le negara cierto conocimiento, sino llanamente que le avisara de algo; pero como el muy canalla calcó el inglés let me know, me dejó al principio en tinieblas. Y yo sin lámpara.
La güira. «¿Cuánto quiere por la güira, güero?» Así me preguntó un paisano que vino a una venta de cochera que organicé en la casa. Yo volteé a ver los cachivaches que mi mujercita y yo habíamos acumulado durante años de consumo rampante y que ese día rematábamos. «Güira». Me sonaba a instrumento musical: ¿es el femenino de güiro?, ¿un güiro transexual? Pero si yo no tengo instrumentos musicales. No sé tocar ni la puerta. ¿Se refería entonces a mi mujer, este majadero? «¡Ésa!», aclaró de pronto el sujeto, medio mosqueado por mi ignorancia y señalando hacia una podadora de alambre —wire trimmer— que nunca usé: la güira. Se la di hasta con descuento, creo.
«In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who alwaystienen una lanza in the rack, una bucklerantigua, a skinny caballo y un grayhound para el chase.»
Traducido al Spanglish por Ilán Stavans
¿Tiene aseguranza? No, no me preguntaron por una de las virtudes teologales, sino por algo más terrenal y costoso: si tenía aseguradora —insurance—, o sea, póliza de seguro. La «aseguranza» —que le llaman acá— es un término acuñado por algún cuñado de Satán y de amplio uso en los EE. UU. Según el DRAE, aseguranza sí es una palabra española que alguna vez se usó en Salamanca, pero ya ni quien la recuerde, y significaba «seguridad, resguardo». Pues mire lo que son las cosas, dónde vino a renacer la criaturita: en pleno territorio anglosangrón. ¿Usted tiene aseguranza, mi buen? Yo no.
La cuora. Mi pochismo predilecto. «Cuora». A ver. Le doy unos segundos para que adivine de qué se trata… ¿Ya?… Bueno, cinco segundos más… Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¿Todavía no? A mí me costó dar con el significado, no crea. Le doy una pista: cuatro cuoras suman un dólar… ¡Exacto! «Cuora» es quarter, la monedita de 25 centavos, la de un cuarto de dólar. «Cuora» además debe llevar bien pegadito su artículo determinado: la cuora. Digo, para que suene más sabroso, mercantil y cosmopolita el asunto.
En fin. La lista sigue y sigue como el conejito de las pilas. Pero Algarabía me pidió un texto breve y no que apilara parrafadas. Bai. Adiós.