Después del prestigio que alcanzaron con sus descubrimientos sobre la radiactividad, los Curie no se esforzaban en disimular el aburrimiento e impaciencia que les provocaba el interés de los admiradores, siempre ansiosos de comunicar su entusiasmo ante la presencia de la genialidad.
Curie le daba poca importancia a los asuntos mundanos y volcaba toda su atención en la ciencia, pasión que le costó la vida.
En 1904, Marie escribió: «Siempre hay un alboroto. La gente nos impide trabajar. Ahora he decidido ser valiente y no recibir visitas, pero de igual modo me importunan. Nuestra vida ha sido completamente arruinada por los honores y la fama».
Ève Curie cuenta que en cierta ocasión sus padres se encontraban en una cena con el presidente Émile Loubet en el Palacio Elíseo, cuando una dama se aproximó a Marie para decirle:
—¿Le gustaría que le presentase al rey de Grecia?
—No veo la utilidad en ello —respondió de forma seria y cortés.
Ante el desconcierto de su interlocutora, Marie reparó en que se trataba de la primera dama, Mme. Loubet. Y entonces, se apresuró a agregar:
—Pero si a usted le resulta importante, haré lo que usted desee…❧
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