Pues, m’ijitos, el chisme que hoy les tengo es terrible. Me acaban de informar de un suceso que muy pronto cundirá por todo el reino de Francia. Obviamente, yo lo tengo de primera mano, y no es por presumir, pero, la verdad, mis contactos aquí son in-me-jo-ra-bles.
París, Francia, 10 de abril de 1599.
Resulta que, durante la madrugada, murió la concubina del rey Enrique iv, Gabrielle de Estrées, según dicen, tras dar a luz a su cuarto hijo, quien tampoco pudo salvarse de la muerte. Tras este hecho, queda confirmadísimo que nanay: no hay peligro de boda entre el monarca y una plebeya del calibre de Gabrielle.
Les cuento la historia de esta relación desde el principio, para que no se pierdan ni un detalle: corría el año de 1590, y Gabrielle era una bellísima jovencita de rubia cabellera, ojos azules y blanca tez. Lo malo es que pertenecía a una familia de mala reputación, con decirles que a su madre y sus seis tías las llamaron ¡«los siete pecados capitales»!
Mademoiselle de Estrées se enamoró perdidamente del guapo de guapos Roger de Saint-Lary, conde de Bellegarde y Gran Escudero de Francia, quien correspondió al amor, y se comprometieron en matrimonio. Pero Roger, además de guapo, era presumido, y no se aguantó de presumirle a su rey que pronto se casaría con una hermosísima damisela.
Obviamente, el lujurioso de Enrique le pidió a Roger que se la presentara, para constatar tanta hermosura. Apenas vio a Gabrielle, el monarca se quedó embobado ante su belleza y, de inmediato, empezó cortejarla. El «valiente» de Roger se hizo el occiso y rompió el noviazgo con Gabrielle para dejarle el camino libre al rey. Por supuesto que, al principio, ella se resistió a andar con Enrique. En primera, porque estaba enamorada de Roger y, en segunda, porque el rey estaba viejo y feo para ella —era 20 años mayor—. Finalmente, en febrero de 1591, varios «amigos» de la corte la convencieron de aceptarlo.
Para cubrir las apariencias, Enrique la casó con un viejito viudo, el barón de Benais, quien la aceptó como esposa de nombre a cambio de una sustanciosa suma que le serviría de jubilación. Ella seguía sin querer al rey, y éste se desesperaba, le recriminaba y la deseaba más y más. Ella, por su parte, se seguía viendo a escondidas con el Gran Escudero.
Un par de años después, Enrique alcanzó su mayor popularidad como rey de Francia y todo el pueblo lo adoraba. Este brillo despertó por fin el interés de Gabrielle, por lo cual su relación, que había sido muy tibia por parte de ella, se afianzó, y tuvieron su primer hijo en 1594. Para declarar al bebé como legítimo hijo del rey —quien, por supuesto, estaba casado— primero la divorció a ella y después se dedicó a anular su matrimonio con Margarita de Valois, quien no se dejó tan fácilmente. Además, nombró a Gabrielle marquesa de Montceaux y duquesa de Baufort; la cubrió de joyas, dinero, propiedades y otras cosas valiosas. No crean que el pueblo se puso muy contento con el despilfarro, pero todos se tuvieron que aguantar.
Gabrielle tuvo otros dos hijos de Enrique y se mostró cada vez más ambiciosa. Sabía que traía al monarca azotando las banquetas y que, si se lo proponía, podía casarse con él y ser reina de Francia. Imagínense, ¡qué sueño para una plebeya de escandalosa procedencia, que no tenía más armas que su belleza y poderes de seducción!
La gota que derramó el vaso ocurrió en 1598, en el banquete de bautizo del tercer hijo de la pareja —llamado Alexandre-Monsieur—, cuando Gabrielle se sentó frente al soberano a la cabecera de la mesa, ¡como si fuera la reina de verdad! Todos en la corte y fuera de ella quedaron escandalizados y muy molestos.
Finalmente, a principios de este año, el rey —que llevaba diez años separado— obtuvo la anulación de su matrimonio con Margarita. Éste hubiera sido el momento ideal para matrimoniarse con la de Estrées. Lo que no se esperaba era que el rey, por mucho que la quisiera, no iba a casarse con ella jamás, y ya andaba negociando su compromiso con María de Médicis, mientras que a Gabrielle le dio el anillo de matrimonio en febrero… ¡y ella estaba embarazada de su cuarto hijo!
El desgraciado de Enrique le hizo creer que se casarían, y ella ya tenía hasta el vestido de novia. Hace cosa de cuatro días, el rey partió de París, pues le aconsejaron que se separara de ella por un tiempo para poder amarrar su compromiso con la de Médicis. Gabrielle, sola y repudiada por todos, cayó muerta anoche tras dar a luz a un niño muerto, entre violentos dolores y tremendas convulsiones.
Ahora surgieron montones de habladurías: ¿murió la querida del rey de muerte natural o fue en realidad «quitada del camino» para beneficio del monarca? ¿Habrá acabado con ella el veneno del odio de gente de la corte que no soportaba su soberbia y ambiciones? ¿O simplemente el destino quiso que estos dos seres enamorados jamás sellaran su unión? Aquí queda un misterio que tal vez jamás será resuelto. Mientras tanto, que en paz descanse «la puta del rey».
Au revoir!