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Instrucciones a los sirvientes

por Jonathan Swift
Instrucciones a los sirvientes

Además de ser uno de los escritores más relevantes de la literatura irlandesa, Jonathan Swift (1667-1745) es también uno de los mejores autores satíricos de la lengua inglesa. Durante su vida fue sirviente de sir William Temple, y después ocupó varios puestos en iglesias de Irlanda. Gracias a esas experiencias pudo conocer la vida de los sirvientes, a los que brindó varios consejos en un tono que iba más allá del ingenio de sus contemporáneos.

Muchos años después, en un país distinto, es imposible no identificarnos con ellos, pues parecen redactados a la usanza e idiosincrasia mexicanas1.

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• Cuando tu amo o tu señora llamen a un sirviente por su nombre, si ese sirviente no se halla presente, ninguno de vosotros ha de responder, pues entonces vuestras cargas no tendrán fin, y los propios amos reconocen que es suficiente con que cada sirviente acuda cuando es llamado.

• Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, y compórtate como si fueras la persona agraviada; eso minará de inmediato la moral de tu amo o señora.

• Cuando te reprenden delante de otras personas —cosa que, con el debido respeto a nuestro amos y señoras, es una práctica poco cortés—, suele suceder que un desconocido tiene la bondad de decir una palabra en tu descargo; en este caso, tienes todo el derecho a justificarte, y puedes llegar a la legítima conclusión de que, cuando te reprendan después o en otras ocasiones, pueden equivocarse, opinión que se verá mejor confirmada si presentas el caso a tu manera a los otros sirvientes, que, sin duda, se pronunciarán en tu favor. […]


• No es infrecuente que los sirvientes que salen a hacer recados pasen fuera un tiempo algo superior de lo que el recado exige, quizá dos, cuatro, seis u ocho horas, o una menudencia semejante, pues no cabe duda de que la tentación era grande, y la carne no siempre puede resistir. Cuando vuelves, el amo monta en cólera, la señora riñe, y a continuación viene el desahucio, los porrazos y el despido. Pero aquí debes contar una serie de excusas, suficientes para servir en cualquier ocasión: por ejemplo, tu tío ha llegado esa mañana a la ciudad después de recorrer 80 millas con el propósito de verte, y vuelve a marcharse al alba del día siguiente […]; te estabas despidiendo de un querido primo al que iban a ahorcar al sábado siguiente; […] te han tirado inmundicias por la ventana de una buhardilla, y te avergonzaba ir a casa antes de lavarte y de que el olor se disipara […].


• Ni se te ocurra mover un dedo para cualquier labor que no sea aquella para la que has sido específicamente contratado. Por ejemplo, si el mozo de cuadra se encuentra borracho o ausente, y al mayordomo le ordenan que cierre la puerta del establo, la respuesta es fácil: «Le ruego me excuse, Excelencia, yo no entiendo de caballos» […].

• Los amos y las señoras suelen regañar a los sirvientes por no cerrar las puertas tras ellos, pero ni los amos ni las señoras tienen en cuenta que esas puertas hay que abrirlas antes de poder cerrarlas, y que abrir y cerrar puertas es doble trabajo; por tanto, lo mejor, lo más corto y lo más fácil es no hacer ni una cosa ni la otra. Pero, si insisten tanto en que cierres la puerta que no puedes olvidarlo con facilidad, da un portazo tan grande al salir que tiemble toda la estancia y que todo vibre en su interior, para que tu amo y tu señora adviertan que sigues sus instrucciones.

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• Si ves que te ganas los favores de tu amo o señora, aprovecha alguna ocasión, de forma muy suave, para decir que te marchas; y, cuando te pregunten el motivo, y parezcan reticentes a que los dejes, responde que prefieres vivir con ellos antes que con cualquier otro, pero que un pobre sirviente no tiene la culpa si se esfuerza por mejorar, que el servicio no es una herencia, que tu trabajo es cuantioso y tu salario escaso; ante lo cual, si tu amo tiene algo de generosidad, sumará cinco o diez chelines por cada cuarto de libra antes que dejarte marchar. Pero, si no te hacen caso, y no tienes intenciones de irte, haz que otro de los sirvientes diga a tu amo que él te ha convencido para que te quedes.
Escribe tu nombre y el de tu amada con el humo de una vela en el techo de la cocina, o en la sala de los sirvientes, para mostrar tus conocimientos.


• Si eres un hombre joven y apuesto, cuando le susurres a tu señora en la mesa, pásale la nariz por toda la mejilla, o, si tu aliento es bueno, sóplale en toda la cara; sé que esto ha tenido excelentes consecuencias en algunas familias.

• Cuando tu amo y señora salgan […], sólo es necesario que quede un sirviente en la casa, a no ser que no dispongas de un golfillo callejero para que abra la puerta y se ocupe de los niños, en caso de que los haya. Quién debe quedarse se decidirá sorteándolo a la paja más corta, y quien se quede, puede consolarse con la visita de una enamorada sin peligro de que los sorprendan juntos. Estas oportunidades no deben pasarse por alto, pues se presentan en contadas ocasiones, y no existe riesgo cuando sólo hay un sirviente en la casa.

• Si tu amo te llama por tu nombre, y no respondes hasta el cuarto aviso, no debes apresurarte; si te reprende por la demora, puedes decir con todo derecho que no has acudido antes porque no sabías para qué te llamaban.

• Tras recibir un rapapolvo2 Reprensión áspera. por una falta, cuando salgas de la habitación y bajes las escaleras, farfulla en alto para que te oigan; eso les hará creer que eres inocente.

• En la medida de lo posible, nunca cuentes mentiras a tu amo o señora, a menos que tengas esperanzas de que no las descubran antes de media hora. Cuando despidan a un sirviente, deben contarse todas sus faltas, aunque su amo o señora nunca supieran de su existencia, y todos los destrozos cometidos por otros, atribuidos a él —da ejemplos—. Y, cuando pregunten por qué no los pusiste antes al corriente, la respuesta es: «Señor, o señora, de veras tenía miedo de que os enojaseis, y que, además pensarais que obraba de mala fe». […]

• Si quiere el azar que tu amo o tu señora te acuse falsamente una vez en la vida, eres un sirviente afortunado, pues, por cada falta que cometas mientras estés a su servicio, sólo tienes que recordarles su falsa acusación y declararte igualmente inocente en el caso presente.

• Cuando quieras dejar a tu amo, y tu timidez te impida proponérselo por si le ofendes, lo mejor es mostrarse de pronto grosero y descarado, y no observar tu comportamiento habitual, hasta que estime necesario despedirte; y, cuando te hayas marchado, para vengarte, di que él y su señora tienen mal carácter a todos tus compañeros que buscan ocupación, que nadie ose ofrecerles
sus servicios.

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• Existen varias formas de apagar las velas, y debes dominar todas: puedes apretar el extremo contra un panel de madera, que apaga de inmediato la mecha; puedes dejarla en el suelo y pisar la mecha con el pie; […] puedes darle vueltas con la mano hasta que se apague; cuando te acuestes después de hacer aguas menores, puedes mojar la punta de la vela en el orinal; […] la criada puede apagar la vela apretándola contra un espejo, pues nada limpia tan bien como la mecha de una vela; pero el mejor y más rápido método es apagarla de un soplo, que limpia la vela y la deja bien preparada para ser encendida.[…]

• Échale todas las culpas a un perrito faldero, a un gato favorito, a un mono, a un loro, a una urraca, a un niño, o incluso al último sirviente despedido; en virtud de esta regla te exonerarás, no harás daño a otra persona, y evitarás a tu amo o señora el engorro y la humillación de una reprimenda.

• Cuando te hagan falta instrumentos adecuados para cualquier tarea que vayas a cometer, utiliza todos los sustitutivos que puedas urdir antes de dejar tu labor sin hacer. Por ejemplo, si el atizador se ha perdido o está roto, aviva el fuego con las pinzas; si no tienes las pinzas a mano, utiliza la boca del fuelle, el asa de la pala, el mango del cepillo, el extremo de una escoba o el bastón de tu amo. Si necesitas papel para chamuscar un ave, arráncalo del primer libro que veas en la casa. Si no tienes un trapo, límpiate los zapatos con los bajos de una cortina, o con una servilleta de damasco. Arranca el encaje de tu libreta si no tienes ligas. Si al mayordomo le hace falta un orinal, en caso de necesidad puede emplear la copa de plata grande.


1 Texto extraído de: Jonathan Swift, «Instrucciones a todos los sirvientes en general», en Instrucciones a los sirvientes, España: Sexto Piso; pp. 17-29. [Trad. por Ismael Attrache].

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