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Castillos: obsesión del poder medieval 3

Aunque se calentaran con grandes chimeneas, los castillos era húmedos y fríos.
castillos medievales

A principios del siglo XIII ya se habían consolidado las forma de castillos con elementos comunes: una muralla circundante ―a veces doble o triple―, torres intercaladas, barbacanas, trincheras y fosos alrededor.

La vida cotidiana

Al interior: un torreón ―Torre de homenaje― resguardaba los aposentos del señor feudal y su familia, así como el tesoro y las armas.

Cuando la Torre de homenaje pasó de moda, la barbacana se convirtió en la parte más sólida. Esta construcción tenía gruesos muros, torres gemelas y una o más compuertas de gran resistencia ―rastrillos―. En el exterior de los muros principales, había un patio de armas que el enemigo debía tomar antes de acceder al edificio principal del castillo.

Un gran mito que se ha difundido sobre los castillos ―debido al cine y la TV― es el uso de las mazmorras como infectas prisiones. En realidad eran almacenes situados en la base de la torre. Armas, uniformes y alimentos se guardaban aquí.
Las cárceles eran poco frecuentes en la Edad Media y a los únicos que se mantenían presos dentro de un castillo por largo tiempo, era a los nobles capturados en combate; mismos que eran liberados cuando sus familiares pagaban un cuantioso rescate o se llegaba a un acuerdo mutuo de control de territorios.

Aunque se calentaran con grandes chimeneas, los castillos era húmedos y fríos; por ello, los muros se cubrían con gruesos tapices. Los señores más adinerados usaban prendas ribeteadas con piel en invierno.

Comer, dormir y c…

Los alimentos comunes eran la ternera, el cerdo y el cordero, que se servían con verduras y gruesos panes. Mucha cerveza y vino ―por lo regular elaborados dentro del mismo castillo―. La caza y, por ende, el alimento por excelencia, era el jabalí. Se consideraba la presa más difícil y noble de conseguir porque, su caza comenzaba a caballo y terminaba «cuerpo a puerco», literal.
El ciervo sólo comenzó a considerarse un alimento noble cuando se escribieron los manuales de caza franceses ―alrededor del siglo xiv― y por las características de «redención religiosa» que se le atribuyeron a este animal.

Sólo en Francia se han encontrado vestigios de más de 10 mil castillos.

Los castillos no tenían dormitorios. Por ello, el señor feudal y su familia dormían en una misma habitación llamada «solana», situada junto al salón principal, donde, luego de la cena, los criados personales retiraban las mesas y extendían colchones rellenos de paja para dormir. El resto de los sirvientes dormía en su mismo lugar de trabajo.

Las letrinas consistían en un pozo que se vaciaba muralla abajo hasta el foso. Eran pestilentes y muy frías, pues el pozo ciego daba directo al exterior.

La mejor defensa es el ataque

Los primeros castillos sólo contaban con una muralla y esto facilitaba la entrada a los atacantes. Por ello, los maestros de obras comenzaron a diseñar murallas internas. De ese modo, los defensores podían atrapar a los enemigos entre dos muros: un blanco fácil para los arqueros.
Los cadalsos eran resguardos de madera que a menudo se disponían sobre las almenas para proteger a los arqueros al tiempo que les daba un amplio campo de tiro. A veces también contaban con agujeros en el suelo, desde donde podían arrojar aceite hirviendo o disparar a los agresores desde arriba.

 

Aunque ahora nos parezca un arma insignificante, el arco y las flechas eran letales: un arquero diestro podía dar en el blanco a 300 metros de distancia y disparar hasta 12 flechas por minuto.


Cuando el contrincante no significaba ningún peligro o los asedios eran muy prolongados y estaban por terminarse los recursos, se realizaba una incursión desde el castillo. Con ello se buscaba tomar por sorpresa al enemigo y, de ser posible, apoderarse de las máquinas de asedio y los soldados que las manejaban.


Difícil no reconocer el rastrillo: esa puerta en forma de reja que, para cerrarla, sólo había que dejarla caer desde arriba. A veces era utilizado como arma, pues el enemigo podía quedar atrapado entre sus barrotes puntiagudos.


Desde el siglo XII el mundo feudal subsistía en crisis por las continuas luchas entre los señoríos y el creciente descontento de los campesinos que buscaron mejores condiciones de vida en los centros urbanos. Las ciudades, relegadas por siglos, comenzaron a cobrar nueva vida y en unos cuantos siglos definieron un nuevo sistema social.


Además de la derrota de los cristianos en las Cruzadas, en 1453 Constantinopla fue tomada por los turcos otomanos. Esto fue un golpe moral para la Europa medieval y empezaron a cambiar muchos esquemas.


A partir del siglo xv y hasta la segunda mitad del xvi, surgió el Renacimiento, un periodo de gran desarrollo económico y cultural. Apareció la burguesía y los señores feudales comenzaron a perder propiedades y poder.


Los gustos de los poderosos cambiaron. Se puso de moda otro tipo de arquitectura, más ligera, que recurría a pórticos de columnas, amplias ventanas con molduras abiertas, amplias escalinatas y galerías.


Con los castillos se quería expresar fuerza, temor y arrogancia. Con los nuevos palacios se buscaba armonía, esparcimiento y lujo. Comenzaba una era de opulencia.

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Carlos Bautista Rojas jamás ha construido castillos de arena ―y mucho menos en el aire―, pero sí recuerda con sorda nostalgia los castillos Exin que le hicieron pasar horas de amena y constructiva ―literal― diversión. Con gusto recibirá sus quejas y observaciones en Twitter. Sígalo como @alguienomas

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