Tal pareciera que lo único que heredamos en la actualidad de este imperio son los términos «bizantino» e «iconoclasta». Pero, ¿qué tanto heredó el llamado Imperio Romano de Oriente al mundo? ¿Por qué los intelectuales de la Ilustración lo desdeñaron? ¿Qué tuvieron los bizantinos para ser estudiados con tanta atención por parte de los soviéticos y los nazis?
—primera de dos partes—
Para la mayoría de los historiadores es imposible desvincular el principio del Imperio Romano de Oriente con la fundación de su capital, Constantinopla, el 11 de mayo de 330 d.C.
Sin embargo, otros sugieren este conteo a partir de fechas y razones diversas:
a) 395, cuando Teodosio «el Grande» dividió el Imperio Romano en de Occidente y de Oriente, entre sus hijos Arcadio y Honorio;
b) 527, cuando Justiniano y Teodora pretendieron reconstruir el antiguo Imperio Romano de Occidente;
c) 610, con la llegada al poder de Heraclio y se produjo la helenización definitiva del Estado.
Romanos de Oriente
Así como los helénicos jamás se llamaron a sí mismos «griegos», los que ahora definimos como «bizantinos» jamás se reconocieron como tales. Ellos se asumían como romanos —rhomaioi—, aunque no hablaran latín ni rindieran tributo a los viejos dioses mediterráneos. De lo que sí estaban orgullosos los romanos de Bizancio, es que su nación encarnaba la continuidad del Imperio y éste se distinguía por dos características: el griego como lengua oficial y el cristianismo como religión e incluso política de Estado.
Constantino: heredero divino
Todo comenzó a gestarse en el siglo iii, cuando el imperio estaba gobernado por una tetrarquía: Diocleciano, Maximiano, Constancio Cloro y Galerio. En el año 306, Constantino «el Grande» —hijo de Constancio Cloro— fue aclamado césar por sus tropas tras la muerte de su padre y, después de casi dos décadas de guerra intestina, llegó a convertirse en único y absoluto monarca.
Entonces Constantino decidió fundar la ciudad de Constantinopla junto al estrecho que une y a la vez separa Asia y Europa.
Luego, Constantino adoptó la imagen de Jesucristo —bajo cuyo signo de la cruz combatió por primera vez contra Majencio en la batalla del Puente Milvio en 312— cuando no habían transcurrido ni 10 años desde que en emperador Dioclesiano emprendiera la persecución contra los cristianos, porque se dio cuenta de la enorme influencia que había adquirido esa fe y la usó en su beneficio.
Con la conversión de Constantino al cristianismo, el Estado romano se transformó en el «cuerpo místico político», la prefiguración del Reino de los Cielos que el Hijo de Dios debía instaurar en su segunda venida al mundo. Al asumir esa condición de «vicario de Cristo en la Tierra», el nuevo emperador se convirtió en el único soberano legítimo —designado por la Divinidad— y heredero de los antiguos reyes de Israel y de los monarcas de la Antigua Roma.
Obispos emperadores
En 325, Constantino presidió el primer concilio ecuménico de la Iglesia cristiana —celebrado en Nicea— que se organizó para tomar una postura ante Arrio, un sacerdote sirio que negaba la existencia de Cristo. La asamblea de obispos acordó declarar como herejía al arrianismo y proclamó una profesión de fe que, hasta la fecha, constituye la base en la que se sustenta el credo de todas las iglesias cristianas.
Luego, Constantino elevó los cánones del concilio a rango de Ley Imperial, con lo que la llamada Ortodoxia de los padres de Nicea se convirtió en la doctrina oficial del Estado. A partir de entonces, el emperador y sus sucesores actuaron como «obispos exteriores a la Iglesia», como garantes laicos de la pureza de la doctrina cristiana.
Santa Sofía
Con base en una política de Estado cristiana, las basílicas comenzaron a ocupar el lugar que antes correspondía a los templos «paganos». La arquitectura bizantina alcanzó su periodo más relevante en la época de Justiniano (527-565), durante cuyo reinado se erigieron fortificaciones de defensa, acueductos, cisternas y puentes.
La construcción más emblemática, no sólo de Constantinopla, sino del Imperio Bizantino, es la basílica de Santa Sofía. Se construyó entre los años 532 y 537 sobre la basílica de Constancio ii, que se había incendiado. Los arquitectos que la diseñaron fueron Antemio de Trallers e Isidoro de Mileto quienes partieron de la tradición para crear una estructura con las naves coronadas por tribunas y una fachada occidental precedida por un atrio.
Lo novedoso de esta construcción fueron las proporciones de la cúpula central, con 31 metros de diámetro, que descansa sobre dos cúpulas de cuarto de esfera, y estas cúpulas se sostienen en dos pequeños nichos situados en diagonal respecto al eje —ver ilustración.
Por fuera, la basílica parece una construcción convencional de la época, pero una vez que se entra en ella, la composición de las cúpulas produce una sensación de majestuosidad que la convierte en una de las edificaciones más espectaculares de la arquitectura occidental.
La corona al alcance de todos
En el siglo iv de nuestra era, Roma quedó desmembrada por la crisis económica y las incursiones de los llamados «pueblos bárbaros» a la zona oriental del Mediterráneo.
En el año 476, Rómulo Augusto, último emperador de Roma Occidental, es depuesto por el cacique germánico Odoacro; este hecho se considera el fin del Imperio Romano de Occidente, el inicio de la Edad Media y de Bizancio como único bastión del poderío romano en Europa, que sobreviviría otros mil años.
Algo que distinguió a Bizancio de otros imperios, es que casi cualquiera podía acceder al poder. Aunque la mayoría de los emperadores habían sido elegidos por méritos militares o por tener vínculos con la aristocracia senatorial, la estructura del poder era tan flexible que permitió que llegaran a gobernar un porquerizo —Justino i (518-527)—, una actriz acusada de prostitución —Teodora, esposa de Justiniano— y un mozo de establo —Basilio i (867-886).
Sólo bastaba tener el apoyo y el acuerdo de los tres estamentos en los que se basaba la sociedad romana: ejército, senado y el pueblo. También se trasfirió el poder de padres a hijos de una dinastía, pero era imprescindible contar con la aprobación pública de los electores, pues esto también «expresaba la voluntad de Dios».
Bizantino se usa ahora para definir algo insulso o que no merece discutirse.
Junto a los emperadores gobernaban las «augustas», quienes eran consortes o madres y, conforme a la tradición bizantina, gozaban de privilegios nunca antes vistos en la cultura romana. Varias mujeres ejercieron la regencia de sus hijos porque eran menores de edad y dejaron huella por sus atrevidas decisiones políticas. Por ejemplo Irene —madre de Constantino vi— y Teodora —madre de Miguel iii—reinstauraron en 787 y en 843, respectivamente, el culto a los íconos.
A pesar de ser calumniadas —el historiador Procopio escribió las cosas más infames en contra de Teodora— las mujeres imperiales de Bizancio ejercieron el poder como nunca antes se había visto hasta entonces y dejaron huella por sus atrevidas decisiones políticas.
¿Qué son las «discusiones bizantinas»?
La naturaleza divina y humana de Cristo, ocasionó grandes polémicas entre las dos principales sedes patriarcales del Oriente cristiano: Alejandría y Antioquía.
En la escuela teológica de Antioquía se gestó el nestorianismo, doctrina que dividía de forma radical las dos naturalezas del Hijo de Dios y por ello fue condenado durante el concilio de Éfeso en 431. Por su parte, los teólogos alejandrinos predicaban el monofisismo, que afirmaba la absorción de la naturaleza humana de Cristo por la divina y también fue declarada herética en el concilio de Calcedonia en 451.
Los seguidores del nestorianismo encontraron protección en la Corte de Persia —el mayor enemigo de Bizancio—, mientras los monofisistas—ubicados en las regiones de Siria, Palestina y Egipto— mantuvieron un enfrentamiento abierto con las autoridades ortodoxas de Constantinopla.
Estas discusiones, que hoy nos podrían parecer ociosas, eran fundamentales para el Estado, porque si se lograba quebrar la unidad espiritual de la Iglesia, también se ponía en peligro la estabilidad del Imperio. Aunque los emperadores de los siglos v al vii hicieron lo imposible por conciliar a todas las doctrinas, nunca pudieron con la resistencia de los ortodoxos de Oriente y sus pugnas con el Papa de Roma.
Expansión fallida
En el siglo vi, el emperador Justiniano emprendió campañas militares contra los vándalos en África, los visigodos de Hispania y los ostrogodos de Italia y aunque al principio derrotó a todos, al poco tiempo perdió estos territorios. Sólo se conservaron unos débiles enclaves bizantinos en Occidente, como los exarcados de Cartago y Ravenna y algunas zonas de Italia—que dependían del patriarcado de Constantinopla— que estaban rodeados de varios pueblos bárbaros entre los que dominaban longobardos y francos.
En 610, con la llegada de Heraclio al trono, la sociedad bizantina qué más distanciada de Occidente al adoptar el griego como lengua oficial, al tiempo que los Papas adquirieron mayor autoridad y la figura del emperador se debilitó.
Espera la segunda parte de este artículo la próxima semana.
Al autor de esta nota se le dan las discusiones bizantinas a la menor provocación; al igual que los iconoclastas bizantinos, no profesa ninguna devoción por imagen alguna… a menos que se trate de algo relacionado con Star Wars, Bob Dylan o David Bowie o David Lynch o… Recibirá con gusto sus comentarios en Twitter. Sígalo como @alguienomas