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Beodo, coscolina, cuzca… y otras palabras de antaño

¿Por qué ciertas palabras se ponen de moda y otras desaparecen del habla cotidiana? ¿Por qué durante un tiempo significan una cosa y luego adquieren otro sentido?

¿Por qué ciertas palabras se ponen de moda y otras desaparecen del habla cotidiana? ¿Por qué durante un tiempo significan una cosa y luego adquieren otro sentido? Es el caso de los términos que se explican a continuación.

beodo

Cada Navidad, me tocaba ir al pueblo de mi madre, pues ahí se reunían sus hermanos —de los que llegaban cerca de 20, pues no todos vivían en el país— y toda su prole en torno a mi abuelo.
Antes de que comenzaran las fiestas, antes, incluso, de que estuvieran lo suficientemente gordos los guajolotes —a los que nunca pude perderles cierto antiguo temor— mis tíos y sus cuñados se reunían en pequeñas mesas metálicas a pasar horas jugando cartas y agotando botellas de un líquido dorado.
Cuando mi tía Carmen salía de la cocina para llamarlos a comer, estos hombres recios, que se hablaban entre albures y mentadas, apenas podían mantenerse en sus asientos, farfullando inteligibles murmullos. Entonces, mi tía musitaba, como entre rezos:
—Uh, no, pues si ya están bien beodos.
Desde entonces, esa palabra quedó rondando en mi memoria, y, aunque tenía una idea de su significado, no fue sino hasta muchos años después, frente a un texto medieval, que me enteré de dónde provenía.
Beodo no es otra cosa que borracho. En la primera mitad del siglo xiii, aparece como beudo; y más tarde, como bebdo. Proviene del latín bibitus —bebido—, participio de bibere —beber.
De todos los desfiguros que he visto —y, varias veces, protagonizado— por los «humos del alcohol», me quedo con los cantos desentonados, pero intensos, de mis tíos ebrios que parecían emular estos versos de Rubén de Campoamor:

Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual, por ley justa, se previno:
-Ninguno cate el vino.-
Con júbilo, el más loco
aplaudiose la ley, por costar poco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero, en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco. 1 El reino de los beodos, Fábula I.
*

coqueta, coscolina y cuzca

«Se ha hecho de la coquetería el abuso que se hace de todos los nombres. De la palabra francesa coquetterie, que significa “esmero en el vestir y hablar con el fin de agradar y parecer bien, y gracia seductiva, deliciosa y encantadora”, se ha deducido la de coqueta, que espresa [sic] la mujer presumida, ligera, inconsecuente y veleidosa», advertía, en 1854, el historiador español Antonio Pirala en la revista El correo de la moda.
Es curioso cómo la definición que hace Pirala de «coqueta» no tiene muchos cambios a como aparece en varios diccionarios actuales: «Persona que procede con coquetería o arte o gusto exquisito en el arreglo y compostura» —según Francisco J. Santamaría, en su Diccionario de mejicanismos [sic]—. Por su parte, el Diccionario Espasa-Calpe señala a coqueto como: «Persona que cuida esmeradamente su aspecto exterior o a alguien gracioso, atractivo, agradable»; pero también se le llama así a la estudiada afectación en los modales y adornos.
El Diccionario del Español de MéxicoDEM— lo define como: «Que actúa con gracia, picardía y encanto, y cuida su vestido y su arreglo para cautivar a las personas, en particular a los hombres». En su tercera acepción, agrega que así se les llama a las arracadas en Jalisco.
En el primer registro del DRAE —que data de 1780—, coqueta se explicaba como: «Palmeta o golpe que dan los maestros con el plano de la férula o palmeta, en la palma de la mano». Esta acepción continuó sin cambios hasta que, en 1832, se le añadió el de: «Panecillo de cierta hechura».
En 1843, coquetear y coquetería se registraron como: «Cierta afección estudiada en los modales y adornos para mayor atractivo». Actualmente, también se puede encontrar: «Un tipo de mueble de tocador con espejo y por lo regular con cajones», precisamente porque este mueble se diseñó para maquillarse o peinarse frente a él.
La conducta que Pirala reprueba en su texto está más ligada a la expresión «ser ligera de cascos», cuando la coquetería era excesiva y se entraba con facilidad en tratos íntimos con otra persona. También se llegaba a decir que algo era o estaba muy «coqueto» —cuando se aludía un objeto— porque se trataba de algo pulcro, con detalle o cuidadoso.
Aunque coqueta se usa para describir la actitud femenina, en su origen se refería a una pose masculina, pues, a mediados del siglo xviii, el adjetivo francés coquette —derivado de coqueter— significaba «alardear coquetonamente en presencia de mujeres, como un gallo entre las gallinas», pues coq —de origen onomatopéyico— es «gallo».
En sus Fábulas,2 Obras Completas, Barcelona, Montaner y Simón, 1888, pp. 155-192. Ramón de Campoamor escribió en su aforismo CXLIX: «Esa fue tan coqueta, tan coqueta, / que era, excepto en matarse, una Julieta».
Con el mismo sentido peyorativo de «cascos ligeros», en México surgió el término coscolina, que describe a la «mujer de alegre vivir, pero algo recatada».
María Moliner es más directa y la describe como prostituta, a secas. Como es común en este uso de palabras, al decirla en masculino se trata de alguien más bien enamoradizo o, en ciertas partes de la república, alguien arisco, fácilmente irritable y descontentadizo.
Ya encarrerados, vamos con el término cuzca, que es igual de ofensivo: ramera descocada y provocadora. Sin embargo, si decimos cuzco —que también se registra escrito con «s»—, el DRAE nos dice que se trata de «un perro pequeño», porque así se les llama en Sudamérica. Si le rascamos un poquito más, sirve para describir a «alguien que se ofrece para trabajos ínfimos», además de tratarse de una persona «enredadora o chismosa».
Descocada es un término que desconocen tanto los diccionarios de mexicanismos como el DEM, pero el DRAE lo registra como: «Que muestra demasiada libertad y desenvoltura».
Ya no es común escuchar en el habla cotidiana coqueta, coscolina, cuzca o descocada con frecuencia, y de la primera palabra nos quedamos con las intenciones halagadoras —e incluso galantes—, con que Manuel Gutiérrez Nájera describe a la Duquesa Job: «Pero ni el sueño de algún poeta, / ni los querubes que vio Jacob, / fueron tan bellos cual la coqueta / de ojitos verdes, rubia griseta / que adora a veces al duque Job».
Para finalizar, y recordando dónde hemos visto reprobación por el comportamiento femenino, tal vez sirva de ejemplo cuando Felipe —el de Quino— le enseña a Mafalda los movimientos de cada pieza del ajedrez. Cuando le dice que la reina «se mueve para todos lados», Mafalda reacciona iracunda y le grita a la pieza de madera: «¡Descocada! ¡Sexy de porquería!».

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