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¡Ah, qué poco aguante, Marito!

Pues chicos, ¿qué creen? Aún estoy un poco sin aliento por lo que acabo de presenciar, pero si no lo cuento... ¡me-mue-ro! Literal.

Pues chicos, ¿qué creen? Aún estoy un poco sin aliento por lo que acabo de presenciar, pero si no lo cuento… ¡me-mue-ro! Literal.

Ciudad de México, 12 de febrero de 1976

Vengo llegando de la premiere exclusivísima de la película Supervivientes de los Andes, que, por cierto, es la historia real de unos chicos que se estrellan en un avión y como están perdidos en la montaña, para sobrevivir no tienen más remedio que ¡comerse a sus compañeros muertos en el accidente! Qué cosa tan impactante, pero no tanto como lo que ocurrió tantito antes de que los selectos asistentes entráramos a la proyección.
Nos encontrábamos reunidos en la antesala del Palacio de Bellas Artes —ahí se realizó la función— esperando a que nos permitieran entrar a ver la peli. Entre los invitados pude ver a varias estrellas del cine mexicano, así como a la crema y nata de la intelectualidad mexicana y extranjera. Entre esa maraña de talentos se encontraban el novelista colombiano Gabriel García Márquez —a quien de cariño le llaman «Gabo»— y su esposa Meche; y al otro lado de la sala, el también escritor Mario Vargas Llosa, que aquí entre nos, a sus 40 añitos está de muuuy buen ver.
El caso es que, de pronto, vemos a Mario con una cara de demonio cruzar el hall hacia Gabo, quien con alegría le tiende los brazos —desde hace casi diez años son buenísimos amigos y compadres— y Marito, en vez de abrazarlo también, le grita algo así como «¡qué le hiciste a Patricia, desgraciado!» —la verdad no fue desgraciado, sino algo tantito más altisonante— y le suelta un puñetazo en el ojo que tira al piso al colombiano con la nariz sangrante.
La mitad de los testigos se puso a socorrer al herido —Elenita Poniatowska, que por supuesto estaba presente, se lanzó a la cocina por un trozo de carne cruda—, mientras que la otra parte se lanzó a detener la furia del peruano, quien todavía echaba humo por las orejas del coraje.
Una vez pasado el pasmo, empezaron a correr rumores y se aventuraron conjeturas sobre las razones del encontronazo: se habló de celos profesionales, de diferencias ideológicas y hasta de infidelidad —¿qué era aquello tan terrible que le había hecho Gabo a Patricia?—, pero luego de una veloz investigación, estoy en posesión del verdadero y único motivo de la discordia entre ambos escritores.
Resulta que Marito es un tanto ojo alegre, y, además de las dos mujeres que han sido sus esposas —que, por cierto, son su tía y su prima—, ha tenido sus queveres con varias féminas, quienes se han rendido a los encantos del guapo escritor. La última de ellas fue una azafata sueca a la que conoció en un viaje y con quien se fue a vivir unos meses, abandonando a su mujer —Patricia Llosa, la prima— y a sus tres hijos.
Como Paty estaba desconsolada, buscó consejo en sus amigos Gabo y Meche. No sabemos exactamente qué le recomendaron, lo más seguro es que le dijeran que se divorciara del infiel, pero les salió el tiro por la culata, ya que Mario acabó su idilio con la sueca y regresó arrepentido a los brazos de Paty, quien lo perdonó y le confesó la conversación que había tenido con los García Márquez. Mario se sintió traicionado y atacó a Gabo antes de la función de Supervivientes de los Andes.
Pues queridos, ésa es la historia que me ha robado el sueño esta noche, sólo espero que esta tierna amistad entre intelectuales no se termine aquí y que Gabo tenga el ojito menos hinchado que hace rato.
Au revoir!

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