La planta nuclear Vladímir Ilich Lenin —diseñada por el arquitecto Viktor Bryukhanov—, años después conocida simplemente como «la central de Chernobyl», dada su ubicación en la ciudad ucraniana, fue parte de un programa estratégico del gobierno soviético que pretendía maximizar el uso de la energía nuclear para satisfacer la extraordinaria demanda energética de la urss. El proyecto había iniciado en 1954 con la primera central nuclear civil de la historia, ubicada en Obninsk y propulsada por un reactor de uranio y grafito. Sin embargo, Chernobyl resultaba más ambiciosa: con diez reactores rbmk-10001 —de los cuales sólo se llegaron a construir cuatro—, sería la central nuclear más poderosa del mundo.
Como seres humanos, hemos sido capaces de construir un legado basado en avances y desarrollo. No obstante, nuestra búsqueda por conocer y controlar la naturaleza ha derivado en episodios tan infortunados que la palabra «desgracia» no se entiende sino a partir de ellos. Tal fue el caso del accidente de Chernobyl, una de las mayores tragedias de la historia moderna.
Su construcción inició en 1970, cuando se fundó Pripyat, conocida como «la ciudad del futuro»; ubicada al norte de Kiev, en Ucrania, alojaba a los empleados de la planta y a sus familias. En 1977 la central comenzó a funcionar oficialmente, convirtiéndose durante nueve años en la imagen del futuro, la tecnología y la prosperidad.
¿Qué es una planta nuclear?
Lo que conocemos como «planta» o «central nuclear» es una instalación industrial que genera electricidad a partir de la energía producida en uno o varios reactores por medio de reacciones de fisión controladas; es decir, reacciones nucleares que, al producir calor, permiten transformar el trabajo mecánico en energía eléctrica por medio de un ciclo termodinámico convencional.
Su funcionamiento es parecido al de las centrales térmicas. En ambas se transmite energía térmica 2 al agua para que, convertida en vapor, accione una turbina que pone en funcionamiento el alternador —en el que se produce la energía eléctrica—; la principal diferencia entre ambas es que la planta térmica quema combustibles fósiles, mientras que la nuclear ocupa la reacción de fisión—la división del núcleo atómico.
Imagine que en una habitación hay una pirámide compacta formada por bolas de billar. Si le arroja algunas pelotas de tenis —con fuerza y todas a un mismo tiempo— el poliedro se destruirá y las bolas quedarán dispersas por todo el lugar. Este ejercicio simula a gran escala una reacción de fisión nuclear, donde se bombardea un núcleo de átomo pesado —generalmente de uranio— con neutrones para que éste se vuelva inestable, se fragmente y produzca tanto isótopos 3 como nuevos neutrones que, a su vez, interactúan con otros núcleos, ocasionando una reacción en cadena.
El proceso fue descubierto en 1939 por los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann a partir del trabajo previo de la física Lise Meitner; ellos hallaron que, al bombardear un átomo de uranio con neutrones, se obtenían elementos más ligeros inexistentes en un inicio.
Para evitar que la reacción en cadena continúe de forma indefinida —lo que produciría una liberación colosal de energía y, con ello, una explosión similar a la de una bomba atómica— se procura que sólo uno de los neutrones emitidos en cada fisión pueda producir una reacción nueva.
El control del flujo de estas partículas se realiza mediante tubos cilíndricos hechos de carburo de boro o aleaciones de plata, indio y cadmio, conocidos como barras de control. Estos dispositivos permiten regular la potencia de la reacción y, en todo caso, la detienen. En algunas instalaciones también se utiliza el «veneno nuclear».4
Otra forma de regular este proceso consiste en disminuir la energía de los productos de la reacción para que éstos puedan fisionarse con otros átomos de uranio. Dicha labor se consigue mediante el uso de materiales moderadores, cuyos átomos chocan con los neutrones para quitarles parte de su energía. El grafito es uno de los moderadores más utilizados.
Fuera luces
En 1986, Anatoly Dyatlov —ingeniero a cargo del reactor número 4 de la central— y sus superiores decidieron averiguar si la instalación podría funcionar con la electricidad producida por sus propias turbinas en caso de que hubiera una falla de energía. El 25 de abril de ese año iniciaron un simulacro de corte del suministro eléctrico en el que los operadores redujeron el flujo de energía para observar el comportamiento del reactor. Al disminuir la potencia a la mitad de su capacidad, desactivaron los sistemas de autorregulación y de refrigeración de emergencia para no interrumpir el experimento.
Para la madrugada del día 26, la inestabilidad del reactor era incontrolable. El envenenamiento por xenón,5 la remoción de las barras de control para evitar la caída abrupta de la potencia de la instalación y la fluctuación de la energía rebasaron las capacidades de control de los trabajadores.
El agua del sistema de enfriamiento comenzó a evaporarse debido al aumento de la temperatura en el reactor. La acumulación de hidrógeno incrementó la presión dentro de la vasija del núcleo. La cubierta de casi mil toneladas comenzó a desprenderse y las barras de control quedaron atascadas.
A la 1:24 de la mañana ocurrió la primera explosión, que provocó grandes grietas en la cubierta de la instalación. El oxígeno del aire alcanzó al reactor y el grafito —que actuaba como moderador— se incendió. La segunda explosión, mucho más violenta, ocurrió segundos después. El techo salió despedido, dejando el núcleo del reactor expuesto.
La respuesta inmediata vino de militares y bomberos que intentaban apagar el incendio incontrolable —muchos de ellos murieron debido a la intensa y prolongada exposición a la radiación—. El gobierno soviético quiso evitar la mala prensa y ocultó el accidente a otras naciones, permitiendo una peligrosa expansión cuando los materiales radiactivos fueron arrojados a la tropósfera y se propagaron en forma de lluvia; durante los primeros diez días las emisiones de radionucleidos contaminaron más de 200 mil kilómetros de Europa. La ciudad de Pripyat no fue evacuada sino hasta 36 horas después del accidente.
La central Vladímir Ilich Lenin dejó de funcionar sólo hasta diciembre del 2000, dadas las altas demandas de energía que, de otra manera, hubieran sido imposibles de cubrir. El gobierno ucraniano aceptó la clausura tras llegar a un acuerdo económico en el que la EURATOM, 6 el gobierno ruso y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo ayudarían a completar la construcción de dos reactores nucleares que pudieran satisfacer las necesidades del país.
En noviembre de 2016 se inauguró el Nuevo Sarcófago Seguro, una estructura de 108 metros de alto, 150 metros de longitud y 30 mil toneladas que costó 1500 millones de euros; colocada alrededor del reactor número 4, contendrá herméticamente los materiales radiactivos aún restantes por más de 100 años, lo que evitará una mayor contaminación y prevendrá la degradación de la estructura original.
El imaginario colectivo
Hoy, Chernobyl se considera el accidente nuclear más grave de la historia. Sin embargo, aquello no fue una explosión nuclear, pues la detonación no fue producto directo de la cadena de fisiones, sino de la acumulación de vapor al intentar regular el nivel de potencia en el reactor. Popularmente se piensa que cientos de personas fallecieron en el mismo instante de la explosión; lo cierto es que sólo dos miembros del personal de la planta murieron de manera instantánea.
Otra idea común es que la propagación de materiales radiactivos provocó la muerte de muchas plantas y animales —además de ocasionar alteraciones genéticas y en la salud reproductiva de la población—. En realidad, sólo las especies en un radio de 30 kilómetros alrededor del reactor sufrieron lesiones de gravedad y no todas murieron. Además, dadas las bajas dosis de radiación que recibieron los habitantes de los territorios contaminados, no existen pruebas de una «merma de la fecundidad» entre hombres o mujeres.
Según el informe de la Organización Mundial de la Salud, Chernobyl, la verdadera escala del accidente (2005), las muertes derivadas directamente de la radiación liberada no superan las 50; sin embargo, se sabe de al menos 4 mil casos de cáncer de tiroides.
¿Zona fantasma?
Luego del accidente, las autoridades soviéticas evacuaron a 130 mil personas que vivían en la zona de exclusión.7 La mayoría no volvió a acercarse a dicha región por el miedo a la radiación.
Actualmente el registro de población en Pripyat es cero. La zona de exclusión, sin embargo, no ha permanecido desierta. Periodistas y fotógrafos han encontrado en ella una gran fuente de materiales para trabajo, incluso hay agencias que realizan visitas turísticas.
En 2011 se calculaba que 270 personas —principalmente adultos mayores— vivían en el área cercana a la planta, pues prefirieron no abandonar el lugar en el cual habían formado su vida. Los materiales contaminantes no fueron impedimento para que estas personas desarrollaran cultivos, cazaran animales para alimentarse y aprendieran a convivir con la radiación.
El accidente de Chernobyl no tuvo las consecuencias que generalmente se piensan. No surgieron mutaciones extraordinarias de animales ni hubo seres humanos con increíbles alteraciones genéticas. Lo que ocurrió fue que miles de personas debieron, de un momento a otro, abandonar sus posesiones y proyectos, los cuales se dispersaron al ritmo que lo hicieron los materiales radiactivos por la tropósfera. Sin haber fallecido, perdieron sus vidas.
1 Reactor de condensador de alta potencia. Cada uno era capaz de producir mil megavatios.
2 Energía liberada en forma de calor.
3 Átomos que pertenecen al mismo elemento químico que otro, tienen su mismo número atómico, pero una masa atómica distinta.
4 Sustancia compuesta por núcleos capaces de absorber neutrones, con el objetivo de impedir que éstos produzcan nuevas fisiones.
5 Fenómeno que, debido a la alta absorción de neutrones, puede provocar la desactivación temporal del reactor.
6 La Comunidad Europea de la Energía Atómica.
7 Radio de 30 kilómetros alrededor de la ubicación de la planta nuclear.