Llegó septiembre y con él, la inauguración de las temporadas festivas, que si el pozole, que si el pan de muerto, que si el pavo y… mejor ni le seguimos.
El punto es que hay que comenzar a entrenar nuestro estómago para lo que le espera: chiles en nogada, tostadas de pata y de tinga, tequila, mezcal —uff— y todas las amenidades alimentarias que se te ocurran.
El placer del buen comer se puede equiparar al placer erótico del buen amar, ya que el ritual de sentarnos a la mesa para degustar las viandas revela nuestras costumbres —si nos gusta sopear el pan dulce en el chocolate o limpiar el plato con la tortilla—, la calidad de los ingredientes con los que preparamos ciertos platillos, la astucia o indiferencia ante la gastronomía y nuestra educación en la mesa, esa en la que pusieron tanto empeño nuestras madres: «¡No sorbas!, ¡no chupes el cuchillo!, ¡no te chupes los dedos!
En fin, como dijo Feuerbach: «somos lo que comemos», y también cómo y dónde lo hacemos; muestra de ello es la diferencia de hacerlo en una lonchería, en una cantina, en un restaurante o en nuestra casa, o si comemos con palillos, los dedos o el tenedor —invento del buen Leonardo Da Vinci para poder comer otra de sus genialidades: el delicioso spaguetti.
Cada cosa que el hombre se lleva a la boca para alimentarse manifiesta lo que es y lo declara en cada detalle: su cultura, su origen, su herencia, sus valores y sus gustos particulares. El libro Del plato a la boca: disertaciones sobre la comida reúne para usted los textos más deliciosos, recurrentes y afortunados en torno a la comida, a la ceremonia, a las curiosidades, los ingredientes, las costumbres, los platillos, las bebidas y los comensales.
Les garantizamos aprendizaje y disfrute, además de que estamos seguros que al leer cada capítulo se les abrirá el apetito.
¡Qué lo disfruten!
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