En los toros, en el futbol, en el teatro y en todo tipo de espectáculos, nunca faltan los «expertos» que se nutren de la esperanza de que los demás los tengan por eruditos: con soltura expresan sus opiniones, pero pronto dan a ver lo hueco de sus razonamientos. Estos personajes, fáciles de detectar, desde mediados del siglo XIX son llamados villamelones.
La historia de esta curiosa palabra empieza en España, donde a fines del siglo xviii o quizá a principios del xix dieron por llamar melones a quienes consideraban tontos, acepción que aún conserva el diccionario.
Luego, el ingenio popular creó el hipotético pueblo de Villamelón, de donde provendrían estos personajes con mote de fruta que, siendo rústicos e ignorantes, intentaban incorporarse a la «culta» sociedad española de aquel tiempo. Cuando alguien, queriendo hacerse notar, externaba opiniones evidenciando su ignorancia, solía decirse: «Éste viene de Villamelón». Huella de lo dicho se encuentra en la edición del 13 de mayo de 1883 de la revista Madrid Cómico, donde a manera de epigrama, e ilustrado con un dibujo en donde se ve desfilar a un grupo de personajes rústicos, se lee lo siguiente:
En la misma época existió en Madrid una revista taurina llamada La Lidia, en la que escribía un personaje que se firmaba como Don Jerónimo —que en realidad era Antonio Peña y Goni, director de esa publicación—. Él fue quien promovió el término villamelón para criticar a los aficionados que, a su juicio, no sabían apreciar el arte del toreo. En la edición del 18 de octubre de 1886, escribió un artículo jocoso al que tituló «Los aficionados de Villamelón».
Lo empezó así: «Hay en España un pueblo verdaderamente notable, cuyos habitantes forman, a manera de los bohemios, tribus nómadas que se desparraman por toda la Tierra…». Luego, justificando la abundancia de tales especímenes, en otra parte dice: «Lo más asombroso de Villamelón, es la extraordinaria fecundidad de sus mujeres…», y también aclara: «El rasgo característico de los de Villamelón, es querer hablar de todo y entender todo, sin haber estudiado nada».
En la edición del 10 de abril de 1887, Don Jerónimo contó que el periódico mexicano La Sombra de Pepe Hillo, en la edición del 30 de enero de 1887, reprodujo su artículo «Los Aficionados de Villamelón». Esto puede explicar cómo es que se difundió la palabra en nuestro país, porque incluso en 1894 apareció un articulista taurino que escribía en el diario mexicano El Puntillero, que firmaba con el seudónimo de Villamelón, y su nombre era Antonio Hoffman.
Del toreo, la palabra pasó al teatro, al cine, al futbol y a todo tipo de eventos en los que nunca falta el que, por hacerse notar, habla sin poner sustancia en sus opiniones. Como lo hacían en España los imaginarios habitantes del hipotético pueblo de Villamelón.
Arturo Ortega Morán, aunque ingeniero de origen, al empezar el milenio decidió echarse un tour por el mundo de las palabras donde quedó atrapado. Si quiere visitarlo en su cautiverio, sígalo en Twitter, donde es conocido como @harktos