La Ciudad de México, a mediados de los años 30, estaba urgida de vivienda. Las unidades habitacionales de entonces eran las vecindades —construcciones heredadas del siglo xix—, que tenían patio, baño y lavaderos, los tres de uso común. Los hijos de la Revolución necesitaban con urgencia un cambio en su forma de vivir.
Por suerte, en Europa, las ideas de urbanización se gestaban ya por los arquitectos Walter Adolph Georg Gropius, Ludwig Mies van der Rohe y Le Corbusier. Y un joven mexicano llamado Mario Pani sería el encargado, no sólo de unir estas ideas, sino de hacerlas realidad para traer la modernidad a nuestro país.
La modernidad llegó a México
Por lo menos eso era lo que decía el nuevo gobierno. Después de la Revolución, ya que se había consolidado el partido institucional y que las aguas se habían «calmado», el Estado tenía una meta: modernizar al país. ¿Pero cómo iba a ocurrir esto? Llevarlo a cabo resultaba una tarea difícil. Para empezar había que definir qué era exactamente lo moderno. Por suerte, algo en lo que todo el mundo occidental estaba de acuerdo, era en que no podía haber algo más moderno que los edificios: éstos representaban la esperanza en el futuro. Por tanto, el gobierno hizo gran hincapié en la producción de obra arquitectónica, pues quería presentar una sociedad encaminada hacia el progreso y, obvio, hacia la modernidad.
Los recursos —es decir, el presupuesto— se dirigieron sin dudarlo hacia la construcción. Así, entre 1932 y 1934 aparecieron los antecedentes de los multifamiliares: los conjuntos habitacionales Balbuena, La Vaquita y San Isidro, influenciados por el movimiento moderno, bajo la corriente funcionalista.
Para entender mejor la situación del habitante de aquel entonces es importante mencionar que la red de drenaje y electricidad funcionaban sólo en algunas zonas; las vecindades concentraban a una gran cantidad de personas y las condiciones de vida eran muy malas: en un solo cuarto llegaban a vivir familias enteras, las rentas eran altísimas y los servicios, pésimos. Esto trató de arreglarse con la implementación de las rentas congeladas, 1 Terminada la Revolución, el problema de la vivienda se hizo cada vez más complicado, en especial los aumentos a los alquileres. Para acrecentar el problema, la ley protegía a los arrendadores a tal grado que los desalojos eran frecuentes; además, los inmuebles no recibían mantenimiento. Las protestas no se hicieron esperar, así que en 1942 se aplicó un decreto de «congelación de rentas». Esta política mantuvo sin variación el precio del alquiler. En 1948 la ley se hizo indefinida, y fue derogada hasta 1993. pero no resultó. Entonces el Estado buscó la forma de hacer que los beneficios de la Revolución llegaran a todos los mexicanos; pero fue hasta 1947 que se construyó la Unidad Modelo, y en adelante el Estado dedicó una gran parte del presupuesto a la construcción de los grandes conjuntos de habitación.
Estas unidades habitacionales dejaron a sus nuevos residentes fascinados. Tenían un baño para ellos solos y… ¡no tenían que compartirlo! Imagino que cuando se dieron cuenta de que además contaban con electricidad y gas, hubo más de uno que soltó las lágrimas y no pudo dejar de pensar en que, por fin, les había hecho justicia la Revolución.
Cabe señalar que en un principio los inquilinos no pagaban ninguno de estos servicios, sino exclusivamente la renta; esto, claro, sucedió sólo durante algunos años —después cada quien se hizo cargo del pago de los servicios—. De cualquier manera, el beneficio era enorme: tenían un hogar, luz eléctrica, agua corriente, deportivos y seguridad; todo en un mismo lugar, sin tener que cruzar calles ni perder horas para llegar al trabajo y regresar a casa. Bueno sí, se preguntará, ¿y el mantenimiento? Pues, ¡qué cree! También el gobierno se hacía cargo. 2 Después de los terremotos de 1985, el Estado comienza a dejar en manos de los condóminos los asuntos administrativos y económicos de los edificios.
Conoce más sobre los multifamiliares y su historia hasta el presente en Algarabía 100.