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De mujeres, fuego y cosas peligrosas

Ésta es una lista con la que Borges se fascinaría y la cual podría rebasar todas las posibilidades de fantasía.

“En el idioma analítico de John Wilkins” de su libro otras inquisiciones, Borges hablar habla acerca de “cierta enciclopedia China” que clasifica a los animales de la siguiente manera:
«(a) Pertenecientes al emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) otros, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas».

En este texto, Borges demuestra su capacidad para crear una fantasía más; sin embargo, uno de los más grandes pensadores de nuestros tiempos, Michel Foucault, escribió una de su obras maestras —un libro acerca de la cognición humana—, Las palabras y las cosas, teniendo como motivo la risa que produce la lectura de ese solo párrafo.

Por su parte, George Lakoff, un intrépido lingüista —dedicado al estudio de
muchas lenguas exóticas con el fin de encontrar universales y constantes del conocimiento humano—, usa este pasaje en su libro felizmente titulado Women, Fire and Dangerous Things como pretexto para hablar acerca de lo relativo que es nuestro modo de categorizar el mundo y la forma en que éste varía de cultura en cultura.3 Afirma que lo que convierte este pasaje en arte, y no sólo en mera fantasía, es que la sensación que tenemos al leerlo es la misma que experimentamos nosotros, los de la cultura occidental, cuando leemos algo acerca de culturas lejanas, exóticas o simplemente no occidentales.

Y para muestra baste un botón; a continuación ejemplifico lo anterior con dos casos de lenguas de culturas distintas: el dyirbal, lengua australiana casi en extinción, y la lengua japonesa. En el caso del dyirbal, Lakoff nos dice que siempre que un hablante quiera usar un sustantivo, éste tiene que estar precedido por una variante de una de estas cuatro palabras: bayi, balan, balam, bala. Éstas se conocen como clasificadores, porque clasifican «todos los objetos del Universo» y, si uno se precia de hablar dyirbal correctamente, tiene que usar el clasificador adecuado antes de cada sustantivo.

  • Bayi va delante de los sustantivos que designan seres humanos del sexo masculino y la mayor parte de los animales —hombres, canguros, murciélagos; la mayor parte de las serpientes, muchos peces, algunas aves, casi todos los insectos, los muertos, la luna, tormentas, el arco iris, boomerangs y algunas lanzas.
  • Balan agrupa a los sustantivos que designan seres humanos del sexo femenino, fuego, cosas peligrosas y agua —mujeres, perras, platypus, echidna, algunas serpientes, algunos peces, la mayoría de las aves, luciérnagas, escorpiones, grillos, azotadores; cualquier cosa relacionada con fuego y agua, el sol, las estrellas, escudos, lanzas y algunos árboles.
  • Balam precede a aquellos que designan cualquier tipo de comida, excepto carne —todas las frutas comestibles y las plantas de donde provienen, tubérculos, helechos, miel, cigarros, vino y pasteles.
  • Bala clasifica todo lo que no está en las otras tres— partes del cuerpo, carne, abejas, viento, palos de ñame, la mayor parte de los árboles, hierbas, lodo, piedras, ruidos y el lenguaje.

Ésta es una lista con la que Borges se fascinaría y la cual podría rebasar todas las posibilidades de fantasía e imaginación. Pero basta entender un poco la cultura dyirbal, sus concepciones, leyendas y mitos para hacer esta clasificación un poco comprensible.

«Por ejemplo —nos dice Lakoff—, la categoría balan se hace coherente si se resume de la siguiente manera: las mujeres en la mitología dyirbal cuando mueren se transforman en aves —que vuelan por el cielo—; a su vez, el sol —que está en el cielo— es una figura femenina —tal como lo es en otras lenguas como el alemán—, el sol está íntimamente relacionado con el fuego, el fuego quema y es peligroso, y los azotadores, serpientes, cuchillos, etcétera, también.»

Por otro lado, tenemos el clasificador japonés hon. Ésta es una palabra que se usa antes de cualquier nombre relacionado con cosas largas, delgadas y rígidas, como palos, latas, lápices, velas, árboles y objetos de ese tipo.
Pero lo genial es que el uso de este clasificador se extiende también a:

• concursos de arte marcial
• hits y lanzamientos de beisbol
• encuentros de judo
• rollos de cinta
• llamadas telefónicas
• radio y T. V.
• cartas
• películas
• inyecciones

Tal como pasa con el dyirbal, a primera vista, una clasificación del mundo de este tipo parece absurda, si no tomamos en cuenta las relaciones metafóricas que la mente humana puede hacer de cada palabra. Así, las cosas alargadas o con forma de cable pueden tener extensiones que, a su vez, pueden ser expandidas una y otra vez en forma radial.

De esta forma se entiende un caso como el de televisión, palabra que también tiene que ser precedida por el mismo clasificador hon: largo-cable-cable de teléfono-llamadas-comunicación-difusión-radio/T. V. Con respecto a las cartas, la explicación se encuentra en que tradicionalmente las misivas en Japón se enrollaban y se metían en una especie de tubos delgados, mientras que en el caso de los combates de arte marcial, se extrapola del hecho de que muchos de ellos se practican con palos o espadas. O bien, el caso de las películas, en el que la extensión del clasificador reside en la
larga cinta de acetato enrollada en una lata.

En estos dos ejemplos podemos ver cómo los sistemas de clasificación de la lengua reflejan diferentes maneras en que los seres humanos segmentan o configuran el universo: formas, metáforas, prototipos, procedencias, etcétera. Los dos casos anteriores son buenos ejemplos de cómo los lenguajes naturales reflejan diferentes procesos de categorización humana.

De aquí surge la famosa hipótesis Sapir-Whorf —de la que ya tendré oportunidad de hablar en otra ocasión—, que sostiene que hay una relación entre las categorías gramaticales de la lengua que una persona habla y la forma en que esta persona entiende al mundo y se conduce en él.
Es decir, que la realidad —el entorno— determina la forma en que estructuramos nuestra lengua y esta estructura, a su vez, define la forma en que vemos la realidad. Es la lengua la que conlleva a ver al mundo de determinada forma. En cierto sentido, los hablantes de una lengua materna piensan y ven el mundo a través de ella: «En nuestro caso, pensamos en español».

Lo que nos indica todo esto es que la diversidad de lenguas que existe en el mundo marca la diversidad de formas de verlo y entenderlo. No cabe duda que la perspectiva del mundo de los chinos es muy distinta a la de los zapotecas, y ésta, a su vez, muy distinta a la de los swahilis, y ésta, a su
vez… etcétera, etcétera.

María del Pilar Montes de Oca Sicilia es lingüista de profesión y por vocación. Sus mayores vicios: Borges, Ibargüengoitia, el cine, la lengua, la poesía y los datos inútiles. Se ha pasado la mayor parte de su vida recopilando frases, muchas de las cuales ha publicado en Algarabía. Quienes la conocen dicen que es «un cancionero y una Guía Roji parlante»

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